Anda todo el mundo celebrando los setenta años del chico de rojo, amarillo, blanco y azul. O sea, Superman. El personaje de historietas que fue rechazado por los sindicatos de prensa, que no vieron valor a lo que ofrecían aquellos jovencitos Jerry Siegel y Joe Shuster quienes, recortando aquí y allá el proyecto de strip (para que luego hablemos de respeto a originales y a formatos), consiguieron colarlo como material de comic-book (o sea, recordemos, lo más malo de lo peor que entonces había), y que sirvió para impulsar las ventas de los comic-books hasta extremos inimaginables. A la rueda de Superman creció una moda que todavía perdura, los superhéroes, y dice mucho del concepto que, en la crisis realista de los años cincuenta, fuera Superman quien mejor la capeara, all pun intended. Porque en el fondo Superman, el Superman auténtico, el de antes, el de siempre, no era sino el reflejo del todo va bien de la sociedad norteamericana, esa que siempre puede confiar en que un héroe individualista le saque las castañas del fuego. Superman, como icono infantil, daba a la chavalería de entonces eso que sólo podían dar los cómics: la posibilidad de escudarse tras unas gafas de concha, detener trenes en marcha, enfrentarse a villanos que eran tontos de puro listo, o viceversa, y sobre todo, uagh, escapar de las redes del matrimonio. Dice mucho que el icono (porque Superman no es un personaje de historietas ya, sino un símbolo) sobreviviera sin problemas a la radio, donde no podían verse sus piruetas.
El Superman que hoy conocemos, claro, no se parece en nada a aquel hombretón macizote y algo lerdo. Por desgracia, tantos lavados de cara lo han convertido en un personaje más, hiperfuerte e hipercool, incapaz de librarse de todas aquellas cosas que lo lastraron desde sus comienzos, pero a flote todavía, lo cual no es poco mérito. Me temo que, en el fondo, nadie sabe qué hacer con él, de tan dilatada que es su historia... y de tan inexistente como en el fondo es.
Sé que Superman es icono de muchos. Sin embargo, a mí nunca me ha llamado demasiado la atención. Ni siquiera de niño, cuando lo leía en los tebeos de Novaro allá por los años sesenta. Tampoco es que Batman me atrajera, desde luego. Me gustaba, por el look, quizás Flash. Pero de aquellos tebeos de colorines de puntitos a mí los personajes que me entusiasmaban eran Hopalong Cassidy y Tomahawk. Luego, leídos los primeros tebeos Marvel en los primeros setenta, ya me fue imposible echar la vista atrás y reconciliar aquel mocetón del ricito en la frente con todo el melodrama y todo el angst y toda la identificación que encontraba en otros cómics.
Superman cumple setenta años, quién lo diría. Maravilla de maravillas, a mí saben ustedes que sólo esta historia se me queda grabada en el recuerdo para siempre...
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