Se cumplen cuarenta años, y la blogosfera lo celebra, de carrera de Richard Corben, ese mocetón con aspecto de no haber roto nunca un plato y que, quizá precisamente por eso, resulta de lo más inquietante.
Da que pensar, no crean, que uno haya conocido la carrera de Corben casi desde sus inicios, o al menos desde que empezó a ser publicado en España. De las cuatro etapas en las que pudiéramos dividir su producción, no sé si por nostalgia o por la fuerza que entonces tuvo y aún tiene, me sigo quedando con las dos primeras. El Corben fan, el Corben que tiene una visión concreta del terror y la ciencia ficción que surge de lo cotidiano del midwest americano (el Corben que entronca, en cierto modo, con la primera obra de Stephen King), el Corben que firmaba como Gore y amaba a Lovecraft y a Poe, y el Corben que inica, en su segunda etapa, la conquista de las revistas de Jim Warren. El Corben en blanco y negro de las historias cortas, el de los finales sorpresivos e impactantes, el de la crudeza poética de las imágenes, el que alternaba las señoras despampanantes con los monstruos que daban, sí, un poco de pena.
Luego, la tercera etapa, la que se abre quizá con Den y se explota hasta la saciedad por sus editores (¿fue Corben una víctima de Toutain?), me interesa ya menos. Quizás porque nuestro autor no tiene tanta garra en las historias largas, quizás porque se rodea de guionistas (Jan Strand) que no están a su altura, quizás porque el papel en que se reproducía su trabajo (hablo ahora de Las mil y una noches, por ejemplo) no era capaz de hacerle justicia a su color, quizás porque trabajaba contra reloj, exprimiendo el éxito.
Su nueva etapa me interesa algo más que la tercera, en tanto Corben parece regresar un poco a los orígenes y, en su acercamiento al superhéroe, desmonta mucho de la tontuna que en su época nos hizo posicionarnos por narices en un género u otro. No sé si recordarán ustedes un par de ilustraciones espectaculares para Conan, donde su visión del bárbaro, originalísima, estaba cargada de fuerza. Al menos Corben se ha sacado la espina después de tanto tiempo y, según parece, está realizando una historia del cimerio... o de su abuelo, que tanto da.
Uno recuerda, ya digo, aquel ejemplar de Métal Hurlant inexplicablemente perdido en el piojito de Cádiz (o sea, nuestra versión del rastro para andar por casa) donde venía nada menos que el principio de DEN y que estuvo a punto de acabar con mi nariz y que a cambio me ganó un amigo. Den, posiblemente, no tenga más chicha que aquella primera entrega y aquellas primeras páginas, pero uno recuerda y recordará siempre el impacto de su colorido y la tridimensionalidad cuasi-de-goma de su protagonista.
De cualquier manera, insisto, mi producción de Corben favorita es la de las historias cortas, la de Rip´n´Time, la del tiburón, la de Rowlf, la poesía de Cidopey y, sobre todo, Bloodstar, que sigue siendo para mí su obra maestra, con un equilibrio prodigioso entre guión (robado a Robert Howard y magníficamente mejorado) y dibujo.
La triste ironía es que, durante el reinado Toutain, tuvimos a Richard Corben hasta el punto del hartazgo y hoy haya generaciones de aficionados al comic que desconozcan su contribución capital al medio. Laguna que alguien debería solucionar más pronto que tarde.
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