Contaba el barbudo maestro (o sea, Alan Moore) que una vez se encontró a John Constantine en un bar. Cosa que no tiene nada de particular, primero porque era un bar y en los bares ya se sabe: la gente bebe. Segundo, porque los escritores tenemos la manía de encontrarnos con nuestros personajes cada dos por tres. En su lecho de muerte, Balzac llamaba a un médico que no llegó a acudir: el médico que aparecía en varias novelas de su Comedia Humana, fíjense ustedes. Un día tengo que escribir un cuento donde el médico, naturalmente, llega.
Al amigo Torre lo he encontrado varias veces: en la playa, cerca de su casa, vestido de punta en blanco y hasta cargando agua detrás de una procesión (cosa harto improbable, tratándose de Torre).
Hace cinco minutos, en su zona, me he encontrado al Badodo. O sea, un señor pequeñito, muy delgado, algo cabezón, de pelo ya en retirada y muy peinado patrás, brillante de engominado, una chaqueta un poco grande, una insignia de la legión o de algo así de antiguo que tanto le gusta, y unos pantalones anchos, entre el chino y el vaquero, que amarraba a su cintura con una cuerda fina. El Badodo, ya les digo.
Lo curioso es que el Badodo está muerto.
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Categorías: Historias de Torre