Ya de entrada las ferias del libro me dicen aquello de vade retro, porque los libros son lo que son y no la sección de oferta de congelados de cualquier hipermercado de moda. Si además, como la de Cádiz, en vez de estar al aire libre en una plaza de tránsito continuo está apalancada en el lugar de peor acceso del mundo y en vez de stands lo que hay son habitacioncitas mínimas donde no caben tres personas juntas, cambiando la comodidad de la librería "de verdad" por esa celda de espaldas al mar, pues imaginen ustedes la cosa. Si, como remate, uno entra en el recinto y lo que encuentra allí en la puerta es un umbral de adorno de globos amarillos y azules, los colores del equipo local, pues no les extrañe que me empezara a picar la oreja como le pica a Torre cuando le da el juju.
Estaba el localito donde se suelen presentar las novedades de bote en bote. Yo, ingenuo, le pregunto a uno de los popes de la cosa quién presenta. Y el pope me dice que no presenta nadie, que es el pregón de Zoe Valdés. Ah, digo yo, y me doy media vuelta y me voy para casa.
El cacareado pregón de la escritora, lo leo luego en la prensa, dura exactamente quince segundos. Sí, han leído ustedes bien. Quince segundos. La señora llega, dice una palabra, canta una estrofita de una canción cubana, dice aquello de queda inaugurado este pantano, y sanseacabó. Quince segundos, toma ya.
Imagino el dineral que habrá costado traerla de donde sea, las pelas que se habrá embolsado por poner el nombre al evento, el par de restaurantes donde habrá comido y bebido como sólo se come y se bebe en estos sitios y en estas cosas, y el pedazo de hotel con vistas al mar y mueble bar lleno hasta arriba y bueno, eso se llama caché, hay que estar atento.
Imagino también la cara que se les pondría a las autoridades locales, a los organizadores de tan magno acontecimiento, ante semejante timo y no, no voy a decir que me alegro, pero me río. Y me hubiera gustado estar allí para verlo.
Cuando Jesulín de Ubrique hizo el perla pregonando el carnaval de Cádiz hace unos años, se le echaron al cuello porque la criatura habló diez minutos y trabucándose. Ahora nadie levanta la liebre, por si las moscas caen los perdigones. Pero lo vistan como lo vistan, se llama echarle morro a la cosa.
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