Eran los tiempos en que éramos jóvenes, aunque no tan jóvenes como habíamos sido apenas un ratito antes. Habíamos pasado de los tebeos en blanco y negro al nuevo comic, y a la línea clara, y la línea chunga, y hasta habíamos probado aquello que luego dejó de existir o se recicló a otra cosa: el comix. No sé si lo recuerdan ustedes o si estaban vivos siquiera.
Hablo en plural, porque sé que éramos al menos tres (Carlos, Vicente, yo mismo). Sé que había más repartidos por otros lugares del mundo. Aquellos a quienes los tebeos nos gustaban independientemente de que tuvieran nombre y apellido, denominación de origen o marchamo de cualité. O sea, éramos (y aún somos) los que no teníamos empacho en simultanear los 1984, los Creepy, los Comix Internacional, los Rambla, los Cairo, los Tótem, los Cimoc con los tebeos francobelgas (Astérix, Michel Tanguy, Los Pieles Rojas, Bruno Brazil) y, por supuesto, con los superhéroes que habían desaparecido entre tanto, hundidas las editoriales y trastocados, por poco tiempo, los gustos de los lectores, hasta que alguien se empeñó en hacer otra guerra y ganarla.
Éramos chicos de provincias y hasta de pueblo. No existían, fíjense ustedes, las librerías especializadas, al menos en España. Pero en seguida supimos, por un tebeo que encontré en una librería de Malgrat de Mar, que existía alto así nada menos que en Boulder, Colorado: Mile High Comics. Yo estudiaba ya filología inglesa, pero creo que no exagero si les confieso que sabía inglés a lo justito por entonces. Nos armamos, no obstante de valor, y pedimos a Francisco Tadeo Juan nuestros primeros comic-books americanos, a la librería Telio: X-Men (nos habíamos quedado sin saber el destino de Fénix), Fantastic Four (¡aquel tipo llamado John Byrne se guionizaba y todo!). Tadeo puso de su cosecha Conan y Warlord, supongo que porque a él le gustaban, aunque a nosotros no demasiado: ya Roy Thomas había dejado los guiones.
Poco después nos armamos de valor y pedimos directamente a Mile High: primero números atrasados (el primer número del Thor de Simonson me costó un accidente con el coche), luego suscripciones de dos en dos y de tres en tres. O sea, dicho en plata, estuvimos allí cuando Alan Moore todavía guionizaba La Cosa del Pantano. Cuando Byrne se puso de parte del Doctor Muerte con "This Land is Mine!", cuando descubrimos que Magneto se llamaba Magnus y era judío y cuando Paul Smith introdujo a Pícara en el grupo.
Años por delante de la edición en español, nosotros. Los primeros números de Alpha Flight, que luego nunca se han leído como había que haberlos leído, alternando los back-ups con la narración de las historias principales. El descubrimiento de Daredevil y aquellos encuadres prodigiososos, llenos de papeles volando, donde el bastón (aprendimos que se llamaba billyclub) rebotaba en el borde de la viñeta para alcanzar la mano que lo esperaba varias viñetas más abajo. Los números extraños de Swamp Thing coloreado de azul. Y la repesca de Miracleman, tan mal dibujado y tan interesante.
En Londres, en Forbidden Planet, un mes de julio (y aunque ya los había pedido previamente a Mile High, pero entonces había un desfase de hasta cuatro meses cuando nos llegaban los tebeos por correo), compré los dos primeros números de Watchmen. Y unos cuantos días después (o puede que al año siguiente), en un drugstore de mala muerte de un pueblo camino de Winchester, encontré en un cajón nada menos que todos toditos los números del Born Again, a cincuenta peniques cada uno, una vez más antes de que me llegaran por correo desde los Estados.
Nuestro panteón tuvo, pues, tres nombres que entonces no conocía nadie, o que despreciaba la intelligentsia a la que tan dada ha sido siempre el mundo de la crítica española: Frank Miller, John Byrne, Alan Moore. Y fue en un semi-fanzine o semi-revista de por aquí abajo, un engendro llamado Tuboescape, donde por primera vez, si mal no recuerdo, se escribió un artículo sobre Daredevil y lo que con Daredevil estaba revolucionando el amigo Frank.
Entonces vivíamos un sueño y una rebeldía. Se podían hacer buenos tebeos con los superhéroes, y allí estaba la prueba, y los cegatos se darían cuenta algún día. También, queríamos haber estado en aquel meollo, respirando aquella forma de entender el medio, improvisando, disfrutando, construyendo sobre los cimientos que habían edificado otros.
Quizá cuando llegamos fue demasiado tarde. Pero, durante mucho tiempo, fuimos, además de los únicos en saborearlos, los primeros.
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