Hay días en que uno se despierta con una noticia que te pinta una sonrisa en el rostro. Hoy, sin ir más lejos. Nuestro amigo Paco Roca, como deseábamos, acaba de ganar dos premios dos en el Salón del Cómic de Barcelona, al mejor tebeo español y al mejor guión por su obra Arrugas.
No sé si le han dado ustedes una oportunidad a Arrugas. Los medios, desde luego, sí. Y sería quizá, si no se la han dado ustedes, uno de esos casos en que los medios son más inteligentes que los lectores habituales de tebeos, porque Arrugas es un tebeo sólido, entrañable, perfectamente narrado y dibujado, que aborda un tema que los tebeos normalmente no tratan (los personajes de los cómics son adolescentes o, como mucho, héroes en la frontera difusa de la treintena): la vejez y sus consecuencias, la soledad, el Alzheimer.
Sin embargo, no crean ustedes que Paco Roca (que es joven, simpático, calladito, una especie de Peter Pan, o al menos a mí me lo ha parecido siempre) nos cuenta una tragedia. Fruto de mil miradas y mil investigaciones, y quizá de mil temores que nos ha hecho comprender que tarde o temprano compartiremos todos, en Arrugas se nos presenta una pequeña comedia de costumbres, donde la ternura y el humor ocultan la tragedia de esos seres humanos, ancianos ya, que en la milla verde de un asilo esperan a la muerte o, aún peor, a la planta de arriba donde tendrán que volver a esperar, ya sin saberlo, la negritud de la muerte.
Paco Roca presenta su asilo como una especie de colegio de internos, y por eso no es extraño que algún bellísimo flashback retrotraiga a un par de personajes a su infancia, justo cuando Emilio recupera el recuerdo de su llegada a su primera escuela, y sobre todo en una de las escenas más bellas que recuerdo haber leído nunca: la caza de la nube. También, porque es consciente de que en el fondo los ancianos protagonistas están en un campo de prisioneros, existe la figura del conseguidor, el campechano y cínico Miguel, el único que parece conservar la cabeza y las facultades en su sitio, obsesionado con el dinero y, al final, el que comprende cuáles son sus lealtades y quién es su amigo.
Los momentos de humor son abundantes, aunque Paco Roca no se corta y planta ante el lector algunos golpes a la mandíbula que dejan descolocados por su crudeza: la reacción a los ronquidos del viejo Félix y la elipsis de su resolución, por ejemplo. Atentos a la portentosa narrativa de las páginas 46 y 47, y sobre todo a la secuencia que se inicia en la página 95 y culmina en la 99, con esas dos planchas en blanco que contienen tanta reflexión, tanta magia, tanto miedo y tanto recuerdo del futuro.
Uno de los tebeos más impactantes que se han hecho en España a lo largo de su historia, duro y tierno, sin concesiones a los gustos lectores ni las imposiciones editoriales: sólo hace falta la visión de un poeta y la mano de un artista para dejar claro una vez más, por si alguien no se ha dado cuenta, de que no hay límites para la historieta, si quienes la trabajan tienen cosas que contar y compartir con todos nosotros.
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