"Sit tibi terra leuis".
La verdad es que yo nunca he despreciado a Chuck (uno de mis actores favoritos, con Cary Grant, Burt Lancaster o Gregory Peck), ni siquiera en los últimos años, pues los felicísimos momentos que me ha hecho pasar a lo largo de mi vida con sus películas compensan, con creces, los reproches que pudiera hacerle por otras cosas. Por otra parte, y aunque no estoy de acuerdo con que todo el mundo lleve armas encima, creo, como ya se ha dicho antes, que en EE. UU. este asunto está mucho más relacionado con una manera concreta de entender el mundo, los derechos personales y la libertad individual que en Europa no se comprenden bien. De modo que la actitud de Heston debería verse como un compromiso extremo con todos esos principios, antes que como una actitud fascistoide (nada más erróneo, por otra parte, que la de llamar fascistas a los norteamericanos, incluidos los ultraliberales).
En cuanto al payaso que ha brindado por la muerte de este grandísimo e irrepetible actor como de Juana Chaos hizo por el asesinato del matrimonio González Becerril, para qué perder tiempo con él. Quizá sea familiar de Mesala, de Alfonso VI, del predicador Quint, de Zach Provo, del Dr. Zaius (sobre todo de este último), y de tantos y tantos personajes a los que Chuck dejó para el arrastre; de ahí la inquina con la que ha hablado de él. Además, se ha olvidado o, mejor dicho, quizá desconozca toda la actividad que Heston desempeñó como defensor de los derechos civiles en la época más dura, de que apoyó a capa y espada a sus compañeros de profesión siempre que pudo, tanto desde su posición de gran divo de Hollywood como desde la presidencia del sindicato de actores. En este sentido, hizo lo posible para que el perseguido Welles pudiera dirigir Sed de mal y para que Peckimpah pudiera concluir en las mejores condiciones posibles su magnífica Major Dundee. Para ello, Heston renunció, incluso, a una parte considerable de su sueldo. Asimismo, se mantuvo fiel a sus principios (que gustarán o no), pero que hablan de una personalidad de recio temple y firmes convicciones.
Yo querría recordar aquí cuatro películas que no son muy conocidas del gran público, pero que me parecen magníficas (algunas ya han sido citadas).
La primera de ellas es una magnífica obra en la que las miradas de los personajes juegan un papel fundamental, y donde Heston aparece como caballero medieval profundamente enamorado. Se trata de El señor de la guerra ("The War Lord"), un estupendo film dirigido por Franklin J. Schaffner, que está magníficamente ambientado (no recuerdo una pelea de mandobles más impresionantes que la de Chrysagon, el personaje de Heston, con el rey de los frisios), que cuenta con una bellísima protagonista femenina (Rosemary Forsyth), con unos soberbios secundarios (Richard Boone a la cabeza) y con una estupenda banda sonora (a cargo de Jerome Moross), propia de los tiempos más gloriosos de Hollywood (Max Steiner, Erich Wolfgang Korngold, etc.).
Merece la pena ser recordada, por ejemplo, la larga secuencia del asedio a la torre del homenaje, caracterizada por su dramatismo, por la buena coreografía de los actores y por el rigor de la reconstrucción histórica. Acompañada, además, por la soberbia banda sonora.
La segunda película que deseo citar es Will Penny título horriblemente traducido en España como El más valiente entre mil, hermoso western crepuscular dirigido por Tom Gries, que cuenta, además, con la presencia (en un pequeño papel) de uno de los actores de reparto clásicos en el género oeste: Ben Jonhson. También está muy bien Donald Pleasance, en el papel del paranoico predicador Quint. Aunque quien sobresale por encima de todos es, desde luego, el propio Heston, en el papel de un vaquero maduro que cree encontrar una nueva oportunidad al final de su vida. Por cierto, era una de las películas de las que más orgulloso se sentía el actor de Evanston.
La tercera película, también magnífica, es de ciencia ficción y se titula Soylent Green (traducida por estos pagos como Hasta que el destino nos alcance).
Se trata, a mi juicio, de un muy interesante film (también poco conocido), no sólo por la temática abordada en el guión --siempre hay que vigilar de cerca a los gobiernos para que no nos den gato por liebre (como ha ocurrido recientemente en nuestro propio país)--, o por la soberbia interpretación del propio Heston y de secundarios de lujo como Chuck Norris o el magnífico Joseph Cotten, sino porque en ella hizo su última aparición (en un papel entrañable) el grandísimo Edward G. Robinson.
Impagable la conmovedora y simpática secuencia de la cena entre Heston y Robinson, o la última que protagoniza este segundo. Claro, que tampoco se queda atrás el sorprendente e impactante final de la película, cuya descripción me guardo por si no la han visto.
Con la última película vuelvo de nuevo al Far West para recordar al impagable "cara de piedra" Heston* en otro de sus papeles. Esta vez en la piel del viejo sheriff retirado Sam Burgade, en la película "The Last Hard Men", dirigida por el mediocre pero eficaz Andrew V. McLaglen y traducida aquí literalmente como "Los últimos hombres duros". Un film que, en mi opinión, destila influencia de Peckimpah --sobre todo en el tratamiento de las escenas más violentas-- y en el que Chuck forma tandem con el impagable James Coburn, quien hace un papel de malo malísimo y que, casualmente, también había dado réplica al de Evanston en el "Major Dundee" del célebre director, haciendo el papel del guía Samuel Potts.
Se trata, en definitiva, de una película entretenidísima, vamos.
Y eso era todo.
Saludos cordiales desde el Nibelheim.
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* La verdad, nunca entendí por qué le apodaron así, siendo como fue uno de los mejores actores que ha habido. Contenido, ciertamente, pero también muy expresivo, y nunca, nunca histriónico.
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