Todo es cuestión de perspectiva. Dice mi primo Carlos que el éxito de la serie “Anatomía de Grey”, destinada a un público mayormente femenino, estriba en que las protagonistas son más bien del montón mientras que los protagonistas son muchachuelos cachas la mar de guapetones. Por su parte, mi amigo Rodrigo, doctor en medicina, opina que la serie “House”, destinada a un público mayormente masoquista, engancha a la profesión médica porque el cojo Hugh Laurie suelta por esa boca lo que en el fondo le gustaría hacer, y por fortuna no hacen (siempre hay algún tonto que imita esas cosas, ay), la mayoría de ellos.
La visión de los medios de las profesiones de nuestras vidas es, cuanto menos, peculiar. O se admite que estamos en argumentos de ficción y nos las tomamos a chacota, o nos pillamos unos cabreos de padre y muy señor mío. Lo más normal, y es un consejo, es no ver películas ni series donde se reflejen los trabajos que nos traen a mal traer, porque chocan con nuestra experiencia de diario.
Porque luego nos encontramos con el problema, ya digo, de la percepción de lo que somos y lo que, según nos venden, tendríamos que ser. Y ambas percepciones se confunden. Como estamos aburridos, y a la espera de despotricar de los atascos o de las banderas de la playa, llevamos unos días en nuestra ciudad escandalizados por un asunto de faldas. De faldas médicas. Y ahí hemos entrado al trapo todos: la prensa nacional y las teles incluidas. Un asunto laboral de pronto ha trascendido a magnitudes épicas, y las feministas no sólo ponen, con su parte de razón, el grito en el cielo. Lo malo es que acaban exagerando la cosa cuando, en vez de defender con argumentos de peso la mayor comodidad para el trabajo de enfermera del uniforme con pantalones sobre el otro que la empresa potencia u obliga (no queda, en ninguna de las informaciones, demasiado claro) se compara el otro directamente con el de una película porno. Y uno ve las fotos que se han publicado en nuestros periódicos, cofias, delantales, medias blancas y falditas hasta la rodilla y recuerda como mucho a Hemingway y el “Adiós a las armas”, por lo anticuado del susodicho, pero no a ninguna mozuela picante tipo Benny Hill, por no irnos directamente al porno, ni a las modelos romanticonas, de aquellas fotonovelas de amor de los setenta donde hizo sus primeros posados María José Cantudo. “Cuerpos y almas”, se llamaban, por cierto.
Sacar un asunto laboral y convertirlo en un escándalo de matices sexuales es un riesgo, y además un riesgo tonto. E injusto no sólo por lo que se pretende desde el colectivo: trabajar mejor y de manera más cómoda, sin tener que vestir a la usanza de hace cincuenta o sesenta años. También es incómodo para otros colectivos, tanto de hombres como de mujeres, que sufren en muchos casos arbitrariedades laborales en las que nadie se mete. Por ejemplo, las cajeras de nuestros supermercados. ¿Sabe el colectivo feminista cómo algunas empresas despiden a las cajeras si anuncian que van a casarse... o no les renuevan el contrato, porque no quieren madres? ¿O que se esquiva a las emigrantes, aunque tengan papeles en regla, para ese mismo trabajo? ¿Y que hay centros de la mujer donde el personal ni siquiera tiene los papeles laborales en regla? ¿Qué después de la paliza del cinco de enero hay que pasarse el día seis preparando las rebajas del día siete... y eso es lo que hay, que es la respuesta que te dan en todas partes cuando hay que aceptar las cosas por güitos?
Insisto: que las enfermeras en cuestión consigan trabajar como piensan que van a ser más eficaces en su necesaria labor no tendría que desviarse hacia el escándalo tipo tomate. Por no mencionar la doble vara de medir, otro producto de nuestra capacidad de percepción acomodada a unos intereses variables. Aceptando lo molesto y hasta lo vejatorio que pueda suponer vestir ese uniforme para unas faenas que en la gran mayoría de ocasiones precisan una actuación donde es más importante la respuesta eficaz que la propuesta estética, siempre tan subjetiva, no quieran ustedes imaginarse lo que debe ser llevar el burka o el velo a todas horas... y bien que muchas veces esos mismos colectivos hoy escandalizados evitan pronunciarse cuando hay tantos millones de mujeres y niñas, en todo el mundo, sometidas a otros mucho más crueles caprichos.
Publicado en La Voz de Cádiz el 31-03-08
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