Hal Foster retrata una Edad Media inventada e idealizada, pero no obvia jamás que fue una época violenta y tormentosa. En los dos años que recopila este cuarto volumen nos ofrece de nuevo su visión personal de un periodo histórico que sazona a su gusto, sin privarse de mostrar grandes acciones nobles y también grandes hechos que la sociedad de hoy (y de los años cuarenta en que estas páginas fueron publicadas) ya decía haber superado.
Así, Val se reencuentra con su gran enemigo Sligon, el tirano de Thule,y sin embargo comparte con él la felicidad de su nueva vida plácida (aunque desoiga la sabiduría de sus consejos). Por el contrario, la visita a Merlín el mago lo llevará primero a una ardiente discusión y, más tarde, a desoír consejos similares. Foster empieza a mostrar personajes positivos que no lo son tanto (Gawain vuelve a las andadas y ahora lo vemos caído en las redes de su hermanastro Mordred), y no tiene reparo en presentar, si bien brevemente, a un simpático monje que se gana la vida de una manera ligeramente desviada de las doctrinas que imparte. A bordo del Poseidón, toca el tema del racismo y redime de nuevo a un personaje que nos había caído antipático, Skurl de Hedmark. El fatuo y forzudo Eric el sajón cambiará continuamente de bando en su búsqueda de riquezas y el propio Val, torturado cruelmente por los enemigos de su padre, no dudará en torturar él mismo a Einar cuando se invierten las tornas.
Foster va componiendo su saga poco a poco, dilatados en el tiempo sus errores previos, y por primera vez Valiente regresa a un reino de Thule que es, por fin, tierra de vikingos. La aparente contradicción de que Val sea caballero de la Tabla Redonda, que combate periódicamente invasiones de piratas vikingos en las costas de Inglaterra, se salva airosamente cuando nos presenta un país salvaje, irredento, de clanes y tribus y señores de la guerra sobre los que Aguar (por fin conocemos el nombre del padre de Val) debe hacer precarios equilibrios. Un detalle que sorprende una vez más es que Val, al escuchar las justificaciones de los vikingos a sus tradicionales actos de piratería… no pueda sino darles la razón, pese al dilema que eso pueda representar para los dos reyes a los que sirve.
Entre el norte y el regreso al sur, en estos dos años nos encontramos con dos de los momentos más emotivos de la serie: por un lado, la presentación del niño tullido a quien Beric, el escudero de Val, incita a soñar con trabajar algún como fabricante de flechas del rey Arturo. La rudeza de Beric se contrapone con la fragilidad del muchacho: Foster no olvida este pequeño pasaje, y años más tarde se mencionará de pasada que, en efecto, el niño tullido es el armero de Arturo.
Beric, por su lado, gana nombre y prestancia en estos episodios, hasta hacerse indistinguible en su nobleza de la del caballero al que sirve. El momento de su muerte a manos de los defensores de las Islas de la Bruma es otro de los grandes puntos épicos de la serie, que a partir de este instante se lanza, en medio de la búsqueda y el hallazgo de Aleta, a un lance épico que casi remite a La Ilíada (en tanto Val rapta a Aleta como Paris más o menos raptó a Helena), y La Odisea (Val llega, como Ulises, en el momento justo en que Aleta va a elegir por fin esposo). La expresión de locura y odio de Valiente en la página 410 nos demuestra, una vez más, la maestría de Foster a la hora de dibujar rostros. A partir de ahora, con Aleta, tendrá infinitas oportunidades de jugar con sus pinceles para añadir matices a sus facciones y, sobre todo, a su cabello.
Estos episodios se producen en el momento en que los Estados Unidos entran en la Segunda Guerra Mundial (lo cual desmonta, por cierto, la teoría de que el enfrentamiento con los hunos fue la peculiar visión de Foster de ese acontecimiento histórico). Las restricciones de papel y la disminución del tamaño de todas las series de cómics llevan a nuestro autor a aceptar reducir a dos tiras la tradicional plancha gigante de Prince Valiant. Previendo que la guerra no durará eternamente, y temiendo que cuando las restricciones terminen no pueda volver a disfrutar de la página entera que ocupa su serie, Foster presenta una serie complementaria, The Medieval Castle, una historia de corte eminentemente didáctico que narra la vida de dos hermanos ingleses (uno de ellos apropiadamente llamado Arn) y el largo asedio al castillo que da nombre a la tira. La maestría de Foster dota de interés a un episodio que prácticamente es una anécdota, mientras que en la serie de Valiente es donde el interés se multiplica semana a semana.
Aparece aquí por primera vez, de rondón, el constructor de barcos en miniatura Gundar Harl, lisiado, enamorado y celoso. El hecho de que Foster confunda alguna vez cuál de sus dos piernas es de palo no es óbice para que, más adelante, Gundar adquiera un protagonismo importantísimo en el destino de Val y Aleta.
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