Crisei

Todo por el niño. El gusilú, la fiesta de cumpleaños en el Chiquipark, el santo en La Ballena Azul, la equipación del Cadi, joíporculo la criatura, que no paraba de pedí por esa boca. Que si la hamburguesa del MarDonal por el muñequito que daban, que si la pizza del Telepizza por el vasito con el conejo de la suerte, que si quiero salir de penitente en la Borriquita, pero llevando vela y no palma.

Con cuatro años, Dios mío de mi alma. Torre es que veía al mocoso y se partía. De la cara que le echaba el niño a la vida y de esos pobres padres, que se les caía la baba con el renacuajo. Como tenía que ser, la verdá, porque el renacuajo tenía tol arte, y mirándolo uno ni siquiera se ponia a pensar que el día de mañana andaría de botellona o a lo mejor se casaba con un tío de Ceuta. Una ricura, el Antoñín. Y la Maripuri, encantá de la vida, un poquito desmejorá, todo hay que decirlo, lo mismo porque tenía depresión pos-pos-posparto o le entraban sudores fríos todavía ná más que de recordá el quinario que había pasao el verano pasado, y hasta bien entrado setiembre, por curpa de las plazas de la guardería.

Pero nada, to pal niño. La segunda equipación del Cadi (la tercera no, que era mu de mariquita y además siempre que se la ponían perdían; güeno, casi igual que con la primera y con la segunda). El coche de Fernando Alonso, pero el de cuando ganaba carreras. Un Epi sin Blas que se retorsía el hijoputa de risa porque tenía cosquillas. Las pelis en duvedé de la rata cocinera (qué asco, cohone, con razón estaba to la chavalería con el coco comío con er MarDonal), el disco de Shakira (anda que no tenía buen gusto el Antoñín: ese desde luego no se iba a casá nunca con un tío de Ceuta). Y las palomitas cada vez que iban al cine. Y el pedazo de vaso de coca cola que se parecía a los cerones que tenía Manu Pitraco en las caballerizas de la Cuesta las Calesas, cuando había coche caballo en Cadi, que ahora parece que ya no habia.

Y el disfrá de castor, manda cojone el capricho del niño. Omá, que me tiene que hacé un disfraz de castor pa la guardería. Una cosa. De castor na menos, manda güevos el Antoñín, hijolagranputa. Pero quietosparao, allí estaba esa madre, la Maripuri, lo que yo te diga. El niño quería un disfrá de castor, po de castor iba a ir el niño. Ole su papo. Al piojito, a comprar la tela, al millonario, a buscar los bigotes, una manta vieja amarrón que no tenía chinches por un poquito, pa que el niño fuera de castor lucío bien lucío. Y venga a bajarse de internet documentales de castores y afotos de castores y dibujos de castores. Y a toa carrera, en menos de una semana, que al niño parece que se le orvidó lo del disfrá de castor de los cojones y la pobre Maripuri, una santa en vida, no le pilló el toro porque ella era ella y porque en Cadi por no quedá tampoco quedan plazas.

Y no vea lo maqueao que quedó el Antoñín. Pa comérselo, con la nariz de negro, y las orejitas, y los dientes to pa fuera, y la colita plana, que parecía que la habían pegao en el culo una de pala de ese deporte que ahora se ha puesto de moda y practican to los pijos, el pádel. A Torre, ná más que verlo en la macetilla cuando ya lo llevaban pa la guarde, es que se le cayeron dos lagrimones, que de vez en cuando le entraba el pirripi y se comía el coco pensando si hubiera sido o no un buen padre.

Y mientras le daba dos lerus al Antoñín pa que se comprara estampas o se lo gastara en chuches, viendo la fecha, le preguntó Torre al niño que a santo de qué venía el disfrá de castor. Y el Antoñín, pa comérselo, ya digo, mientras se guardaba el leru en un bolsillito que la Maripuri le había cosido en el disfrá (anda que la mare tampoco era tonta), y con la otra mano indagaba las cascarrias del bujero izquierdo de la narí chatilla, va y canta, con tol arte del mundo y esa vocesita que te hacía cosquillas en el alma: A Belén castores, a Belén chiquitos...