Curado de espantos y de vejaciones, o eso creía, llego a la terminal del aeropuerto y, diligente, coloco en la bandeja de plástico el móvil, las llaves del coche, el reloj, las monedas. Y, como ya me habían advertido en la otra terminal del otro aeropuerto en el viaje de ida, la cazadora de cuero.
--También la bufanda, señor --me dice sin mirarme, con acento cantarín, el mozo explotado que por unos momentos se siente explotador e importante.
Allá va también la bufanda, a lo alto de la bandeja. No sé si tengo pinta de asesino sijh o es que ya se están cachondeando, literalmente, con todos nosotros.
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