Ya decía Winston Churchill, que de esto como de casi todo sabía más que nadie, que los del banco de enfrente en el Parlamento eran “los adversarios” y que los que tenía alrededor, los de su propio bando, eran “el enemigo”. Algo de eso parece que estamos viendo, en todo el país, en la estrategia de los diferentes partidos a la hora de presentar las listas de sus candidatos para las elecciones de dentro de unas cuantas semanas. Haciendo encaje de bolillos, quitando a unos y poniendo a otros, aduciendo las mismas razones peregrinas para explicar un portazo en la cara que para aceptar la propuesta de un cargo.
Es una partida de ajedrez donde el rey negro, el aparato del partido, escoge los peones y las demás piezas. Todo con tal de rellenar el tablero. Parece que con más pena que gloria se rellenan en muchos sitios las listas electorales, sobre todo en aquellas circunscripciones donde las plazas a subasta, digo a elección, tienen varios pliegues antes de poder ser colocadas dentro del pertinente sobre. Siempre (e insisto, en todos los partidos) tenemos los nombres incombustibles, los que cambian de poltrona en el Congreso por lo mismo en el Senado o la Autonomía, los que se ven capaces de simultanear cargos, ya sean alcaldías o ministerios, los que hoy se presentan por una provincia del norte y mañana por otra situada en el sur, los que caen en desgracia y retroceden varias casillas en la lista, como si todo esto fuera igual que una partida de La Oca, y los que asoman por primera vez la cara, convenientemente retocada digitalmente en muchos casos. Y no nos olvidemos los candidatos de relleno, todos esos que están ahí por solidaridad, por ver qué cae, o por obligación, sabiendo que cierras la lista y que te darás la paliza preelectoral a ver si dentro de unos años subes en el escalafón y te dan un cargo.
Ilustres desconocidos, casi todos ellos. Nombres, caras intercambiables que al final sólo serán sumandos en la tarea parlamentaria de votar y aprobar leyes o negarlas. Desconectados muchas veces de la gente que les ha dado cuatro años de confianza (¡pero no un cheque en blanco!) durante los cuatro años que dura cada legislatura.
Nuestras listas electorales siguen vertebrándose de arriba a abajo, a dedo, siguiendo las indicaciones de las cúpulas partidistas. Me dirán ustedes que así es la política. Pues vale. Pero así convertimos la política y los partidos en una suscripción sine die a un número de los ciegos o a una revista de moda: al ciudadano que vota lo mismo le valdría, tal como está estructurada la cosa, votar directamente a la gaviota, a la rosa empuñada, al solecito sonriente o al simbolito que prefiera, sin molestarse en leer nombres de candidatos ni tratar de identificar caras. Y los partidos luego podrían encargarse ellos de decir fulano para aquí, zutano para allá.
No es sólo cuestión de listas abiertas contra este absurdo de las listas cerradas. Tendríamos que saber que votamos no sólo a una idea de nuestra economía y nuestro estado, sino también hasta qué punto son eficaces en el desempeño de esa tarea los hombres y las mujeres que han sido designados a dedo para que nosotros refrendemos ese trabajo que van a desempeñar, no lo olvidemos nunca, en nombre de todos nosotros. Nuestros representantes, me temo, se sirven del viejo tópico del valor y el torero: se les supone una valía. Y se les agradece el empeño. Pero lo más triste de todo no es que sean unos ilustres desconocidos ahora, que estamos en plena pre-campaña electoral. Lo malo es que casi todos ellos seguirán siéndolo después, cuando hayan sido elegidos.
Publicado en La Voz de Cádiz el 28-01-08
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