Apoquito a poco, como se tienen que hasé las cosas, y más en Cadi, ea, po ya tenían el grupo montao, aunque iba aumentando día tras día, hasta el punto que Angelita dijo que todavía podían llamar a la chirigota “Er camarote de los hermanos Má”, de la cantidá de gente que empezaba a aparecer por la peña El Wiki, pero ya como quien má quien meno tenía una gabardina vieja o un capote que mangó de cuando salió lili de la mili, po allí ya no se cambiaba er tipo. Otro año serían los camarote, aunque al Bizco Durán aquello de ir tumbao en una cama mueble por la calle le venía de perla, que era más flojo quel humo paja.
La música, ya lo arvirtió el Juancarlo en la primera reunión, sería sensillita. Acuartetada, pa entenderno. A cantá despasito. Y ni los alto mu alto, ni los bajo mu grave. Que no hubiera que chillá, ni que sobresalieran las vose de las mujere con las vose de los hombre. Porque si no iban a desafinar tos, menos Jeromo el Darth Veide, que lo mismo le saltaba un ojo a arguien del público hasiendo fuerza si se le salía la cánula. El tema eran las coplas. O sea, de qué puñeta iban a cantar. A Torre le daba jindoi que Juancarlo no fuera a estar a la altura. Mismamente, que sus cupleses tuvieran menos grasia que los de una comparsa funeraria de esas que vienen de Segovia o de Móstoles. Que una cosa era ser parao, otra poeta, otra bullita, y luego tener tino pa los temas y sacarle punta a las cuartetas.
Y no vea la cara que se le quedó una tarde que fue a recogé al Juancarlo en su casa y se lo encontró que parecía que se estaba preparando pa unas oposiciones: to la mesa llena de deuvedés y cintas del Falla grabás de la tele. Pero no de Teleteo ni del Canal Sur, que tamién, sino de cuando el concurso lo retransmitía TeleSur con mu poco arte y el nota que presentaba no podía disimular el asco que le daban las cosas de Cadi, que ni las entendía ni le hasía puñetera grasia tener que estar hasta las tanta allí un jueve por la noche, con lo bien que estaría er miarma pescando en er puente caná de la Torredeloro, si es que hay puente caná en la Torredeloro, que Torre no lo sabía.
Y tamién tenía el Juancarlo to la mesa llena de libretos viejos, pero viejos de verdad, con su papel rosa y su papel verde fufú, de chirigotas y comparsas con publisidá del Mikay y La Camelia y El Anteojo, como te quea, y de las charangas ilegales de años más recientes, que como eran más modelno hasta te daban un cedé que ellos mismos habían pirateao en sus casas donde se escuchaba eco, como en toas las cintas y tos los compasdis del carnaval, y tamién las risas y el cachondeo que se habían traío grabando las letras que ni se sabían ni na todavía. En una de ellas, hasta se escuchaba un cuesco.
No faltaban libros de chistes verde de esos que vende el Raimundo en las ferias del libro viejo y de ocasión y que parece que están impresos en papel del váter. Todo fuera por encontrar la grasia a toda costa. Pero güeno, que tampoco había que estrañarse de ná, que tres mil años de historia y de carnavá no hacen que sea sencillo ser innovador, ni visionario, y el que má el que meno hase cupleses a cuenta de chistes de Paco Gandía (que en pa descanse) y recicla temas de otros años y en el gallinero les aplauden iguá, iguá, que si se hubieran calentao los cascos pa sacar algo puntero.
Según Juancarlo, eso se llamaba documentarse.
(CONTINUARÁ: EL ESTRIBILLO)
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