En 1964, el spaghetti western todavía no había entrado a saco en la mitología del Oeste, cubriéndola del polvo y la sangre y el calor que la caracterizarían. Los héroes del cine de cowboys habían sido hombres y mujeres recios, de firmes convicciones no siempre acertadas (recuérdese al John Wayne de la grandiosa Centauros del desierto o el no menos intratable de Río Rojo), forajidos en ocasiones pero casi siempre de buen corazón (Jesse James), pistoleros que trataban en vano de dejar atrás una carrera conseguida a fuerza de velocidad al desenfundar sus armas (Shane), y sólo muy tardíamente aparecería convertido en un claro antihéroe (Marlon Brando en El rostro impenetrable). En el cómic, los personajes del Oeste habían sido siempre rectos caballeros de sombrero blanco (Red Ryder, Hoppalong Cassidy, Lance, Lucky Luke, el propio Jerry Spring, tan importante en el tema que nos ocupa). Los personajes de moral oscilante y dudas existenciales que caracterizaron la década de los sesenta nacieron después que el teniente Blueberry, pero es obvio que lo marcaron profundamente.
Cegados por la explosión creativa que en esos mismos años Stan Lee y Jack Kirby llevaban a cabo al otro lado del Atlántico, donde hemos querido ver siempre la crónica contemporánea del devenir de modas y políticas que aún salpican nuestros tiempos, quizá no se ha prestado la atención que merece una revolución de planteamientos similar, la conseguida por René Goscinny y Jean-Michel Charlier al frente de la revista Pilote, revolución que, al contrario que lo ocurrido al coloso yanqui, sería dinamitada a su vez por otra revolución, la del mayo del 68 francés tan cercana, y que quizá en el campo de los cómics tendría más peso que en ninguna otra de las facetas del arte. La revolución temática que iniciara Pilote, su rigor en el tratamiento de series y ambientaciones, saltaría hecha trizas cuando, al correr de los tiempos, fuera relevada por una imparable revolución estética que desembocaría en los Humanoides Asociados y en Métal Hurlant. Lástima que en ese proceso de transmutación se desintegrara algo tan indispensable para la creación de buenos cómics como la figura del guionista. Pero no es ése el tema de este estudio, aunque quizá habría que volver a analizar este aspecto de la evolución del medio en el futuro.
Se ha dicho que la historia de la España de la posguerra estaba reflejada, semana a semana, en las páginas de Pulgarcito. Y ese mismo baremo puede y debe aplicarse a todas las demás manifestaciones del arte y la comunicación, desde el cine de los Landa y López Vázquez al de los primeros pasos balbuceantes de la tercera vía de Mercero y Garci o las barrabasadas de Pajares y Esteso: nuestra historia está ahí, perpetua, reflejada para siempre con sus contradicciones y sus taras. Lo mismo en el mundo del cómic, imposible de separar de otras manifestaciones culturales. Por pura paradoja, quizá conscientemente, si hay un personaje de cómic europeo que refleje poderosísimamente la evolución de público y otros medios desde los años sesenta hasta nuestros días, al socaire de modas cinematográficas, ideológicas y estéticas, ése es Lieutenant Blueberry. Más que otros personajes de Charlier contemporáneos a nuestro siglo, como Buck Danny o Michel Tanguy es en esta historia de vaqueros del siglo diecinueve donde se encuentra el reflejo del último tercio del siglo veinte.
El antihéroe todavía no había llegado a imponer su sucia estética en el cine del Oeste, pero sí había asomado ya en personajes supuestamente amorales como James Bond (que a su modo subvierte toda la estética de la novela negra y hasta su crítica al sistema) o en los destartalados aventureros franceses encarnados por la leyenda viviente del cine galo, Jean-Paul Belmondo, o por su contrapartida más o menos gélida, el bello Alain Delon. Estados Unidos sufriría un doble mazazo en menos de una década, con el asesinato de John F. Kennedy y la derrota en la nunca declarada guerra de Vietnam, pero los franceses, a principios de los años sesenta, ya habían pasado por trances similares: la reconversión del franco antiguo a franco nuevo con la crisis económica que eso arrastró consigo, la vergonzosa derrota de Dien Bien Phu, la revolución en Argelia y la pérdida de las colonias. Quizá la República no llegara a tambalearse, pero en la década de los sesenta empezaron a plantearse muchas cosas que se saldarían con la marcha de De Gaulle del poder al que, desde su regreso en 1959, se aferraba apoyado en una protección democrática que sus vecinos del sur tardaríamos otros quince años largos en experimentar siquiera.
¿Se nota todo esto en un tebeo que, pese a su rigurosidad temática y su profundo y casi erudito conocimiento del género que propugna va dirigido a los niños? Se nota. Y cómo. Blueberry es, en un principio, un western de factura sencilla, tanto en lo desmañado del dibujo del jovencísimo Jean Giraud como en la manera directa de plantear los argumentos del veterano Jean-Michel Charlier. Pero ya desde el principio se advierte que es fruto de su tiempo.
Un análisis de las primeras historias del personaje, el ciclo que va desde Fort Navajo hasta La pista de los navajos (desde 1964 a 1966) nos advierte desde el principio que el hoy famoso Blueberry no iba a ser, en la idea primigenia, el protagonista de la saga que abarca toda nuestra vida de lectores de cómics. Está claro que Charlier pretendía un héroe coral,[1] encarnado en una guarnición de Nuevo México, Fort Navajo, título con el cual sería conocida la serie durante mucho tiempo,[2] hasta que la figura intrépida y a la vez irresponsable de Mike Steve Blueberry acabara por imponerse a los comparsas que lo rodean y a los que, en su individualismo exacerbado, va dejando atrás de viñeta en viñeta.
No es ocioso ver en Fort Navajo y sus soldados un leve trasunto de la Legión Extranjera y, quizás, del sonoro fracaso de Dien Bien Phu. Como la posición francesa en Indochina, el fuerte de la caballería americana está aislado en un terreno rodeado por montañas, donde los indios se multiplican día a día y donde el asedio se extiende sin que nadie pueda escapar de allí. La misma añagaza de la llanura en forma de sartén (que eso, y no otra cosa, fue Dien Bien Phu) es lo que utiliza Blueberry para salvar al pisaverde Graig de la emboscada que los indios le han tendido en las primeras páginas de Fort Navajo, y la excusa de salir al encuentro de un antídoto que salve al coronel envenenado y devuelva la cordura a unas negociaciones políticas que no existen tiene mucho de la búsqueda de un contacto con refuerzos militares que ayuden al fuerte sitiado en su predicamento.
En otro orden de cosas, al igual que Henry Fonda en Fort Apache de John Ford (western que está en la base de esta historia, como lo está también La diligencia desde las primeras páginas) remata su indumentaria militar por un kepis y un turbante que poco tienen de western y remiten a los desiertos donde opera la Legión Extranjera francesa, aquí, el enloquecido mayor Bascom, parejo al sádico instructor de Beau Geste, no vestirá la típica guerrera azul, sino una cazadora de piel que lo diferenciará del resto de militares (y es significativo que el otro gran villano militar de la serie, el general Cabellos Rubios, también recubra su profesión con otras pieles ajenas al uniforme). Bascom, además, tiene un físico que en nada configura la estética de un militar americano del oeste (es cadavérico, calvo y con bigote), y no sería ocioso suponer que Gir hubiera encarnado en él a algún policía o militar francés al que hubiera conocido durante su servicio militar, tan grotesco y diferente llega a ser su aspecto al de todos los personajes que aparecen o aparecerán en toda la saga.
El azar guía toda la presentación de personajes, desde el fortuito encuentro entre el petrimetre Graig con el picaresco Blueberry en el salón, conato de duelo incluido y alusiones a la caballerosidad que remiten al principio de Los tres mosqueteros, hasta la caprichosa muerte del caballo que Blueberry compra o la improbable corneta en las alforjas del otro animal que ha cogido de la diligencia, junto con el tonto recurso de salvar a los indios de la matanza ordenada por Bascom tocando a retirada o, ya al final del álbum, la serpiente de cascabel que muerde al coronel justo cuando Blueberry le está advirtiendo que tenga cuidado porque los matorrales son nidos de crótalos. Todo el primer álbum sirve para presentar a los cuatro o cinco personajes centrales de la guarnición de Fort Navajo, cada uno con sus características psicológicas más o menos acusadas en tan corto espacio narrativo: Blueberry parece pensado para encarnar al pícaro del grupo (su falso apellido es, posiblemente, la deformación fonética de «Blue Belly», panza azul, el nombre que se les daba a los soldados de la caballería nordista),[3] y en todo momento lo veremos como un desclasado dentro de los diversos grupos humanos que lo acogen, característica que será constante luego, cuando se haya apoderado del protagonismo de la serie: es irrespetuoso, impulsivo, valiente pero sensato, capaz de enfrentarse a las injusticias de Bascom, un exsudista (la circunstancia más traída por los pelos de toda la historia), un antimilitar nato a quien siempre vemos apartado de la vida social del fuerte, sentado sobre la muralla, fumando, fuera del círculo del coronel y los otros oficiales de ese Séptimo de Caballería que no hay que confundir con el del histórico Custer, aunque su nomenclatura sea la misma.
Graig es, por contra, el político puro, un pisaverde estirado y guapetón, valiente también, faltaba más, pero algo atolondrado, enchufado de lujo en un fuerte de tercera clase, el típico militar inglés en el oeste americano; supongo que el equivalente cinematográfico al personaje, en aquella época, habría sido, claro, Alain Delon, puesto que Blueberry encarnaba a Jean-Paul Belmondo.
El tercer mosquetero en liza, el verdadero héroe de toda el primer arco narrativo, será Crowe, el mestizo, marcado por su diferencia incluso en el nombre («Crow» era un mote para afroamericanos, aunque el personaje sea indio), un improbable oficial en un ejército que cerraba ese cargo a las demás razas, un pacifista con cargo de conciencia y que acabará por abrazar si no la causa de los demás indios, sí su modo de vida, con la que entrará en conflicto; la búsqueda del equilibrio imposible entre sus dos identidades, a las que intenta reconciliar en los demás, es lo que a la postre le procura la más heroica muerte de toda la saga. Si Charlier y Gir hubieran trasladado esta guarnición a la situación política del momento, qué duda cabe que Crowe habría sido argelino.
Y Bascom, el Richelieu de la historia, un personaje que rozaría la caricatura si no supiéramos que elementos así existen dentro y fuera de los ejércitos. Individualista, racista, cruel y enloquecido, quizá no haya tanta diferencia entre Blueberry y él: ambos son capaces de saltarse a la torera las normas cuando hace falta, pero Bascom pone por delante sus propios fines, mientras que Blueberry siempre se mueve intentando ayudar a la comunidad: la rebeldía de nuestro teniente va dirigida, a lo largo de todos los álbumes que compondrán su historia, no hacia las estructuras sociales (ni siquiera cuando acabe encarcelado), sino contra la rigidez mental del estamento militar en el que, lo sabremos luego, conforme la serie evolucione, se ha visto inmerso poco menos que a la fuerza.
Los demás personajes, desde el joven Dick Stanton (cuya búsqueda sería el macguffin que sustituiría el suero al final de Tormenta en el Oeste, rápidamente resuelto, por demás) hasta la hija y la hermana del coronel sobran. El propio coronel, una especie de Luis XIII algo apocado, apenas tiene más papel que el de servir de coartada para entregar el poder al xenófobo mayor Bascom: no es extraño que Blueberry, tras su odisea hasta Tucson, acabe por no entregarle los aretes de la Reina (o sea, el antídoto), y partir a la búsqueda de otros destinos.
El protagonismo de Blueberry se va marcando en Fort Navajo con sus intervenciones más o menos afortunadas y heroicas, pero es a partir de Tormenta en el Oeste [4] cuando, en la soledad de su misión, la serie se decanta ya por él como protagonista absoluto. Al contrario de otros héroes del Oeste pasados o futuros (y en el caso del cómic tenemos el heredero directo que es el Red Dust de la serie Comanche), Blueberry no será en ningún momento el héroe venido de ninguna parte, sino todo lo contrario, un personaje que arrastra un pasado a sus espaldas (de un tiempo a esta parte, con la profusión de andanzas juveniles, un pasado abrumador). Blueberry se crea como protagonista en la aventura itinerante que lo lleva desde Fort Navajo a Tucson, un remedo desértico de la Odisea clásica, donde mil peligros acechan en el camino para atraerlo, como el encuentro con los contrabandistas mejicanos, los pozos de agua envenenados o los buitres,[5] con sus cantos de sirena. La llegada a la ciudad sitiada de Tucson[6] y el encuentro con el viejo vaquero propiciarán el hallazgo del antídoto (en un curioso «sírvase usted mismo») y el regreso a una Itaca que ya no es, no puede ser como era antes: Fort Navajo ha sido abandonado, el causante de la guerra ha muerto y Blueberry, de la mano de ese mensajero de los dioses mestizo que es Crowe, intercambiará su aventura por la búsqueda de un Telémaco que encarna el joven Stanton. Ése será, a partir de entonces, el leit-motif de la serie: Blueberry/Ulises jamás podrá regresar a Fort Navajo/Itaca, como tampoco pudo regresar a su plantación sureña tras la Guerra Civil, y cuando lo haga descubrirá, al contrario que el héroe griego, que ése ya no es su sitio: resuelta la guerra con los navajos, un breve interludio como sheriff (en El hombre de la estrella de plata) de un pueblo perdido donde las alusiones a Río Bravo relevan la situación inicial de Solo ante el peligro (quizás porque Blueberry estaría más cerca de Dean Martin que de John Wayne o Gary Cooper); luego la larga aventura del ferrocarril con su portentosa conclusión en la batalla en la nieve (El general Cabellos Rubios), una nueva incursión como sheriff en la mini saga que conforman La mina del alemán perdido y El fantasma de las balas de oro, y por fin, la patrulla fronteriza (y solitaria) que rescatará al personaje del aburrimiento en su guarnición de Nuevo México y lo lanzará de cabeza a la aventura inaugurada con Chihuahua Pearl, donde se iniciará un enloquecido carrusel existencialista que no terminaría hasta Arizona Love, once álbumes y muchos años más tarde.
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Notas
[1] Charlier nos ofrece otros héroes corales en series como La patrulla de los castores. Contradiciendo su título, en El demonio del Caribe tendrá como protagonista durante mucho tiempo al hijo adoptivo del pirata Barbarroja, Eric, antes de usar a todos los personajes fijos de la serie a la vez. También Michel Tanguy tuvo que compartir su protagonismo con su cómico comparsa y reconvertir el título de sus historias a Las aventuras de Tanguy y Laverdure.
[2] Los álbumes serían presentados como «Una aventura de Fort Navajo», absurdo que sería corregido con el paso del tiempo, primero como «Una aventura del teniente Blueberry» y ya por fin sin el grado militar.
[3] Es sabido que Blueberry elige su apellido al azar, al ver unas florecillas silvestres, pues no quiere ser identificado como petrimetre sudista. La traducción podría ser «teniente Mora».
[4] Dibujada en parte por el maestro de Gir, Jijé. El jinete perdido, donde se presenta a Jimmy McClure, también es casi obra solitaria de Jijé. El alejamiento entre Gir y Blueberry parece beneficioso para ambos, pues Gir se replantea su estética en cada uno de sus viajes a Méjico, y Blueberry se redefine como personaje cada vez que cae en manos de Jijé y tiene que recorrer él solo kilómetros y más kilómetros de desierto.
[5] Y recuérdese que, igual que Ulises para tomar Troya, Blueberry idea una trampa oculta en el tílbury del coronel para salir del fuerte.
[6] En la edición española de Grijalbo, quizá por error del rotulista, la ciudad es identificada como «Tuckson». No se ha podido comprobar si la «k» introducida procede de alguna edición francesa más reciente donde, al crear una ciudad falsa, se justifique lo improbable del asedio indio a una población blanca.
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