Si han sobrevivido ustedes a las fiestas, con algunos kilillos de más y un buen montón de euros de menos, y la casa todavía llena de juguetes desubicados, papel de regalo que reciclar, after-shaves y perfumes que no son precisamente los que usted suele disfrutar en su pituitaria, y aparatos electrónicos tipo móviles que este año son la pera hasta que el año que viene nos llegue la nueva generación de i-phones que serán lo más de lo más, se estarán preguntando qué hacer un día como hoy, festividad imposible de celebrar porque las carteras estarán en las últimas, con su santa mosqueada porque hoy no hay Piojito y deseando que llegue mañana para lanzarse de cabeza a las rebajas (si es que las rebajas no empiezan hoy, con fiesta desplazada y todo, que lo mismo es muy posible). Ánimo, que ya queda menos para volver a la normalidad de mañana por la mañana.
Pues eso, que hemos sobrevivido a otras fiestas entrañables en familia y bla bla bla y los comercios habrán hecho su agosto (uno más que otros, naturalmente), y ya nos están poniendo por un lado las miguitas de pan de los precios rebajados para que piquemos cual paloma torcaz siguiendo el rastro (las palomas son más listas, por eso no hay quien las elimine, y mira que son plaga), y por otro la nueva fiesta que nos viene de corrido como una antigua sesión de cine doble, como una ahogadilla sin dar tiempo a respirar después de la ahogadilla primera: prisa tendrán que darse para reciclar el alumbrado de la avenida a motivos carnavalescos y volver a empalmar, con perdón, todos los cables y todas las bombillitas que se han fundido con el meneo del temporal de estos últimos días.
Dicen que el año que viene se pretende que las rebajas comiencen el día 2, para así aprovechar el tirón de antes de Reyes, como se está haciendo ya en algunas otras comunidades autónomas y como se hace en buena parte del extranjero, donde prefieren al gordito rojo y blanco que a los tres monarcas de Oriente Medio. Qué quieren que les diga: no es que a mí me parezca mal, es que me parece obligado. Vale que los juguetes, las colonias, las consolas y los libros no vayan a variar de precio de un día para otro, ni con rebaja ni sin rebaja, pero no deja de dejar al descubierto gran parte de los contrasentidos de nuestra sociedad majareta que terminen las fiestas y esa corbata o ese niki o ese abriguito que usted compró el sábado pasado esté el lunes un treinta por ciento más barato. Si hay quien hace regalito mínimo a los niños en Navidad, por aquello de poner una vela a San Nicolás y otra a Melchor, ya es mucha gente la que se hace regalos de pega el día de Reyes y luego compra lo que de verdad le interesa cuando se ha terminado la sangría.
Visto desde el punto de vista del consumidor (¿o el consumista?), la cosa saldrá más a cuenta, quedaremos mejor con los regalos y nos dará tiempo a recuperarnos un poco y que la cuesta de enero no sea el Tourmalet ese de los ciclistas. Para los vendedores, más o menos lo mismo. Toma el dinero y corre, que decía Woody Allen. Aunque teniendo en cuenta que la ropita de invierno llega a las tiendas cuando no hace frío (recuerdan ustedes que aquí tuvimos que ponerlos la rebequita bien entrado noviembre) y sólo les queda un mesecito escaso antes de empezar a saldar la casa por la ventana, uno sigue sin entender por qué, de entrada, no vendemos y compramos los productos más baratos.
Como parece que el año que entra tendremos que ajustarnos el cinturón, a ver en qué queda todo esto. Hemos sobrevivido a la Navidad reflejando una ves más eso: que no somos supervivientes, sino super-vivientes.
Que el recibo de las tarjetas a fin de mes nos sea leve.
(Publicado en La Voz de Cádiz el 7-1-08)
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