Se llenan las teles y los papeles estos días de esotéricos, brujas novatas, charlatanes y sabelotodos que no saben nada y que con labia ni siquiera intrigante nos anuncian cómo va a ser el año que mañana empieza, al mismo tiempo que nos ponen la cabeza como el bombo grande del sorteo del Gordo con la de tonterías que tenemos que hacer esta noche entre uva atragantada y calzoncillo colorao. Una risa, si no cansaran ya un tanto. Un año habría que dedicarse a apuntar pronósticos y luego, como en la bonoloto, ir tachando los aciertos y exigiendo explicaciones de por qué no pasaron (ni a los famosos ni a nosotros, ilusos consultadores de horóscopos) las cosas que dijeron que iban a pasar. Creo que este año sólo ha dado en el clavo, y precisamente no abrió la boca en diciembre pasado, Maria Teresa Campos cuando dijo que no había dicho lo que dijo que le dijeron de los Duques de Lugo.
Hay también un rinconcito importante en los medios para, precisamente, ir recordándonos todo lo que nos ha sucedido en los 365 días que dejamos atrás: el cómputo de famosos muertos, casados, divorciados; la repetición dolorosa de catástrofes naturales y atentados terroristas; las celebraciones deportivas y las anécdotas más o menos llamativas del año que agoniza, pirueta que este año se multiplica, en tanto además ha sido año de efemérides (ya dijo el propio Felipe González que ahora se cumplen veinticinco o treinta años prácticamente de todo). En fin, un visto y no visto, porque en el fondo parece que era ayer mismo cuando hacíamos el mismo análisis con los resultados del año antepasado.
Uno vive estos días negándose a hacer balance y negándose también a esperar nada distinto de lo que nos vaya a venir dentro de pocas horas. En parte porque ya se sabe que esto de los cambios de año es como las fronteras que vio Tom Sawyer desde lo alto del globo: no se diferencian por colores las naciones, como en los mapas, y cada día que nos echamos al coleto viene a ser la evolución y el desarrollo de los días ya vividos. La magia se la quedó toda Harry Potter para hacer multimillonaria a la señora Rowling.
En una ciudad como la nuestra, uno echa a la vez un vistazo al pasado y al futuro inmediatos, como si fuera un personaje de una novela de Carlos Somoza, y le puede la sensación de vértigo y de paralelismo. Repasa el 2007 y rememora las crisis educativas, las polémicas por las entradas de la final del Falla, los cajonazos, la coincidencia de las elecciones con el domingo de carnaval, la polémica por los derechos de autor y el nuevo trazado del carrusel de coros, el problemón de Delphi que se saldó de aquella manera, para dolor de todos, los dimes y diretes continuos sobre qué demonios hacemos con Canalejas y el muelle, el asunto nunca resuelto de cómo se controlan las barbacoas de verano y cómo hacemos un verano más divertido y atrayente para todos, el culebrón continuo del Cádiz y sus dirigentes, la puesta en práctica de la ley del botellón, las peleas por atribuirse los fastos del 2012 y la colocación de las primeras piedras de las obras pseudos-faraónicas que todos anhelamos, la plaza grande que parece un campo de refugiados albanokosovares, el edificio de la Aduana, el gasto del alumbrado navideñocarnavalesco, lo mal que está todo en general. Y los atascos. No nos olvidemos de los atascos de tráfico.
Y, empinándose un poquito, uno mira por encima de la tapia de las doce uvas de esta noche y quiere ver cómo será el 2008 para esta ciudad de nuestros baches y nuestras caquitas de perro. Y ya ve venir las polémicas carnavalescas, los retrasos de las carreras oficiales de nuestras cofradías, el sinvivir de la liga y el Cádiz, la nueva recogida de firmas contra las barbacoas y la nueva polémica sobre qué día de la semana caerá este año el Trofeo, los trabajos del nuevo puente y los atascos, sobre todo los atascos, que nos vamos a tragar todos en cuanto empiecen a meter la cuchara en la plaza de Sevilla, que no va a haber beduino que llegue al casco antiguo.
Antes, en los tebeos, se retrataba este día con un viejo con un reloj de arena vacío que se perdía en la nada, renqueando, mientras un niño recién nacido sujetaba otro reloj lleno hasta los topes en la puerta de la casa de nuestro futuro. El año que se iba y el año que llegaba, abuelo y nieto, o tal vez padre e hijo. Quizá no sabían aquellos dibujantes admirados que en Cádiz, por lo menos, todos los años son clónicos.
(Publicado en La Voz de Cádiz el 31-12-07)
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