Tomamos otra vez las calles al asalto, soportando el calor a cambio de cuatro duros y la satisfacción de saber que nuestra revista llegaba a alguien. Nos sorprendió comprobar que ya empezábamos a tener seguidores y detractores, gente que había leído el primer número y se ofrecía a ayudar, nos entregaba poemas, la compraba con ilusión no fingida y quería saber cómo podía colaborar con nosotros. Uno de ellos, educadito y cordial, era Antonio Anasagasti, que hacía poemitas muy breves, casi epigramas, sobre vendedoras de castañas y arco iris en la Caleta, todo muy íntimo y naif, con sentimiento. Antonio estudiaba para abogado y nos explicó que el Partido Nacionalista Vasco, como su padre, era de derechas.
El segundo número, vencida la sorpresa inicial y sin un acto aglutinador que nos sirviera de coartada, nos costó un poquito más de vender, casi una semana entera. Nuestra osadía no tenía límites, y no resultaba extraño vernos cargando aquella fea revista rosa a la entrada de Astilleros, al sofoco de mediodía, tras la sirena. No sé para qué querrían los obreros una revista que no hablaba de política de modo directo, ni de guías sindicales, sino de poesía, flamenco, cuentos de sangre y el surrealismo boschiano, pero lo cierto es que también allí nos la quitaban de las manos, para orgullo nuestro (eramos unos chicos educados y jamás hacíamos preguntas comprometidas). No me extraña que después tanta gente haya dicho que perteneció a Jaramago para apuntarse ese tanto, desde locutores de radio a carnavaleros a los que jamás habíamos visto en la azotea.
El cliché de lo que iba a ser la primera página se nos estropeó en la multicopista y tuvimos que comenzar la revista por la segunda. No habría habido ningún problema (no llevábamos numeración, naturalmente), pero la carta de presentación la asumió así el primer relatito de Pedro Alba, que trataba de un tema algo espinoso, el aborto, y además desde un punto de vista contrario a lo que pensaba la mayoría de progres que nos leía y acusaba (Pedro estudiaba Medicina y creía en el juramento hipocrático; era muy ingenuo). Empezábamos a epatar también a las izquierdas. A nosotros no nos gustaba aquel artículo, pero por otras causas estrictamente literarias. Pedro tenía derecho a expresar lo que quisiera.
Muchos no quisieron, no supieron enterarse.
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