Hoy hace treinta años que vi La guerra de las galaxias. Treinta años justos, esta tarde. Teatro Andalucía de Cádiz, 16 de diciembre, dos veces seguidas, gracias al pase que tenía mi amigo Vicente Sosa y que tanto contribuyó no sé si a convertirnos en cinéfilos o a satisfacer nuestro gusanillo de cine.
Ya he contado por aquí (y tendré que volver a enlazarlo cuando llegue el momento en El anillo en el agua) cómo en nuestras vidas, igual que en las de tanta gente, hubo un antes y un después del estreno de esta película. Vale, sí, uno comprende que no es la mejor película de la historia del séptimo arte. Ni falta que nos hace. Y uno comprende todas las pegas que quieran ustedes ponerle, a lo que supuso para el merchandising, para los efectos especiales en galopada rampante, lo discutibles que puedan parecerle a ustedes las precuelas o la poca gracia de que existan tantos frikis alrededor de una simple peli de aventuras, incluyendo los frikis más peligrosos de todos, los que se inventan religiones ad hoc.
Pero en aquel diciembre de 1977 (porque no sé en otros sitios, pero en Cádiz se estrenó tal día como hoy, hace justo tres décadas de nada), La guerra de las galaxias consiguió que nos quedáramos boquiabiertos. Y aunque hoy los efectos especiales canten (si es que pueden ustedes verlos en su tosco esplendor, que yo no puedo porque tengo las versiones remasterizadas: si yo cambio párrafos y comas en las reediciones de mis libros, por qué no va a poder hacerlo tito George con su juguete, si siempre puedo decir hasta aquí compro y hasta aquí llego), y aunque los peinados nos den cierta risa, y aunque duela ver tan jóvenes a aquellos jóvenes que no eran tan jóvenes como lo jóvenes que nosotros éramos, sigue siendo mi película, nuestra película, la que trazó una línea en nuestros amores, la que nos congració el cine con los cómics y todos los sueños de otros con nuestros propios sueños.
Hoy hace treinta años que Vicente Sosa y yo, y luego todos los amigos, vimos Star Wars por primera vez, esa primera vez que se nos ha grabado en la memoria para siempre. Parafraseando al maestro, hoy hace treinta años que tengo dieciocho años y sé que pertenezco a ese futuro que nace de las aficiones de mi presente.
Gracias, George, por vivir nuestros sueños y abrirnos un huequecito a una nueva esperanza.
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