Nada, que nos han cateado, señora. A usted y a mí, a su hijo y a la niña del frutero. Parece que las estadísticas no mienten (aunque afecten poco a quienes las interpretan), y dejan claro lo que muchos de nosotros ya sabíamos: que tenemos un sistema educativo que da pena. O, como decía mi padre, que estamos en el pelotón de los torpes. Unas enormes orejas de burro de cartón gravitan sobre los colegios de toda España.
O no, claro, porque eso de las orejas de burro, afortunadamente, ya no se lleva. Como no se llevan muchas cosas que hicieron bien en retirar de la vida de nuestros escolares. Tiene cosas buenas la nueva filosofía de la enseñanza (eso que empezó con la LOGSE y se perpetúa aún con leyes y recontraleyes que no se atreven a tocar más que alguna letra de la inicial), pero también tiene ese enorme montón de agujeros que ahora, cuando nos miramos con otros países, cercanos o lejanos, nos suelta una bofetada en la cara. Nuestros alumnos no aprenden bien porque no saben interpretar lo que leen (mismamente como nuestros políticos con las estadísticas, fíjense ustedes), y la culpa la tienen la tele, los videojuegos, los profesores y la represión franquista. Ah, y usted y yo, señora mía, que es que como padres no leemos nada de nada. Pero no, por Dios bendito, ni se le ocurra a usted suponer que a lo mejor parte de la culpa de como estamos (y de como estaremos) la tengan las leyes educativas y las teorías psicopedagógicas en boga. Sí, exactamente, esas que promulgan y promueven gente que en su vida han pisado un aula.
Nuestro sistema educativo (por llamarlo de alguna forma) sigue estando politizado, blanco cruzado, como el terrorismo y el paro y la bolsa de la compra, de las distintas maneras de ver el presente que tienen nuestros grandes partidos. Sigue perdiendo mucho tiempo, precisamente el tiempo más importante de la vida de los seres humanos, ése que nos dicen los expertos que es cuando más abiertos estamos al aprendizaje, antes de entrar en faena: no es de recibo que en la educación infantil (la preescolar, para entendernos) no se enseñe a los niños y niñas a leer y escribir y a sumar y a restar, cosas que tienen que esperar hasta que, con seis años, empiezan la educación primaria (la antigua EGB, para seguirnos entendiendo). Perdonen que me tire el pegote: pero yo aprendí a leer con tres tiernos añitos. Y, oigan, no me ha pasado nada.
Nuestro sistema educativo sigue creyendo que los alumnos son vampiros ansiosos de conocimiento que serán capaces ellos solos de encontrar respuestas a los problemas de la vida. Y si no, alguien les echará una mano. Sigue potenciando la mediocridad por encima de la excelencia. La famosa “atención a la diversidad” sigue ignorando a los alumnos punteros… y no puede hacer nada por los alumnos que se retrasan. La solución, claro, es dar empujoncitos para que pasen de un curso a otro, no meternos ninguno en problemas, y el que venga detrás que arree. Con un poco de suerte, no nos hacen otra evaluación externa hasta dentro de unos cuantos años y lo mismo los que ahora empiezan a estudiar son un poco más listos y desvían de nuevo la estadística.
Nuestro sistema sigue creyendo que todo se soluciona con papeles, informes por triplicado, compulsas. Ha convertido a los maestros en burócratas: son más importantes los rollos ilegibles que se apuntan en un informe que lo que se hace o se puede hacer en la clase. Por supuesto, que a nadie se le ocurra ser original ni salirse de madre: cualquier medida que se haga tiene que estar redactada en lenguaje legal, perfectamente medido y pesado, no importa que el tiempo corra y sea más importante poner el parche ahora que no quedar bien en los balances anuales. Ah, cuántos maestros y profes serían más felices si les dejaran simplemente dar sus clases…
Los chavales, que no son tontos, se han dado cuenta del percal. Saben perfectamente que se pasa de curso sin dar un palo al agua. Y saben que la vergüenza torera de lo mal que estamos les va a caer a los que los empujan: el santo patrón de la enseñanza, que tendría que ser Moisés, se ha convertido desde hace unos años en Poncio Pilatos. Aquí todos nos lavamos las manos.
Pero tranquilos, que dicen que todo se solucionará dentro de dos generaciones. Lo ha dicho la ministra, y se ha quedado tan pancha, la tía. Total, para ella dos generaciones de alumnos son sólo cifras, no personas. A saber dónde estarán ya en Finlandia. Nosotros, en la luna, como si lo viera.
(Publicado en La Voz de Cádiz el 10-12-07)
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