Volví a picar anoche. Una debilidad como otra cualquiera, entiéndanme. La nostalgia es un error, pero tenía ganas de ver cómo la normalísima familia Alcántara vivía la muerte de Francisco Franco. Por aquello, les decía la semana pasada, de confrontar mis recuerdos con lo que fueran capaces de poner en la ficción.
Y volví a quedarme con las ganas. Porque en vez de un amanecer de frío y de sorpresa, de miedo y de silencio, y de brindis a hurtadillas y de comida acumulada en las alacenas, y de mañanas sin clase y periódicos con grandes titulares en negro, lo que nos colaron fue un documental. Así, de sopetón. Por la misma escuadra, oigan. Un documental que parecía hecho con retazos (ya sé que no lo era) del programa de Victoria Prego (que apareció allí, claro), y donde varios políticos y periodistas y hasta miembros del equipo médico habitual hablaron lentamente de la muerte de Franco para, luego, lanzarse de manera vertiginosa a laudar la transición y culminar con la promulgación de la Constitución, por aquello, imagino, de que coincidía con que ayer se cumplían veintinueve añitos del evento.
Me quedé con un palmo de narices, qué quieren que les diga. Por interesante que pueda ser escuchar a Carrillo, Tamames, Sartorius, Guerra, Oneto, Cebrián y unos cuantos más, una cosa es una ficción y otra un documental. El síndrome del No-Do sigue imperando en la primera serie de la Primera.
Entre unos y otros, siguió potenciándose esa idea de que todo estaba perfectamente planificado y estudiado, que la cosa salió como salió porque tenía que salir como salió, sin dar margen al azar, la casualidad, la potra o la providencia. Sólo al final, y a modo de colofón, alguien se atrevió a decir un par de cosas sensatas (creo que Miguel Roca): la transición se hizo desde abajo, desde la calle, que modificó continuamente la estrategia de los políticos. Y (esto creo que lo dijo Sartorius), que si bien Franco murió en la cama, el régimen murió en la calle.
Por lo demás, hacía cierta gracia ver cómo ahora todos (Fraga el primero, claro) se atribuían los logros de las amnistías y las libertades. Y, menos mal, quedó meridianamente entendible que en la Transición hubo mucha violencia, muchos nervios, muchos muertos.
Ante la fuerza de la historia, la familia Alcántara y sus vicitudes (a falta de ver si retoman el hilo la semana que viene, que estoy seguro de que no), bordeó una vez más el ridículo. La excusa de intercalar una entrevista con todos ellos y algunos de los secundarios sirvió para que las carcajadas me pudieran. Porque no es de recibo que, ni siquiera en la ficción de esta serie de ciencia ficción, en 1975, recién muerto el difunto, nadie se pusiera a hablar delante de una cámara y dijera las cosas que ellos dijeron, sobre su presente y cómo esperaban qe fuera su futuro. De locura, vamos.
Hace unos días, en Cuatro, comentaban los comentaristas deportivos las excelencias futboleras de Paco Gento. Y se excusaban reconociendo que ellos, por su edad, no habían conocido al jugador más que en documentales, no en los campos.
Ayer, una vez más, volví a pensar si los guionistas de Cuéntame tienen, no sé, veinte años y una falta enorme de acceso a gente que vivió lo que ellos están contando, que recuerda y no le da la gana de olvidar lo que pasó.
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