No es que los gaditanos vivamos al día: es que ya vivimos a dos meses vista. Este año, que viviremos un carnaval atípico y tempranero, ya tenemos la primera polémica a la vista.
Es, en realidad, una polémica vieja desde que los sistemas de grabación y difusión por internet pusieron al alcance de los aficionados la posibilidad de reproducir y retransmitir las coplas de nuestra fiesta grande. Este año ha saltado pronto el tema y ya saben ustedes que se ha hecho público un pasodoble, extraviado o robado en uno de los ensayos privados del grupo de Juan Carlos Aragón. Sin embargo, mientras casi todo el mundo se ha llevado las manos a la cabeza, el autor le ha quitado hierro al asunto con una frase lapidaria y admirable: “Así el público lo cantará con nosotros en el Falla”.
Nos encontramos con dos maneras de concebir el carnaval, y si me apuran ustedes, dos maneras de concebir la vida. Por un lado, los aficionados que consideran que el carnaval es de todos y para todos, algo surgido del pueblo y para el pueblo. El equivalente del mester de juglaría de tiempos medievales, donde todo era de todos y a la vez era de nadie y donde el autor pronto se olvidaba porque no existía una conciencia clara de propiedad ni de pertenencia. Por otro lado, la tendencia de los últimos años a la profesionalización dentro de autores, músicos y cantantes, que un poco sin quererlo y otro poco quizá adrede convierten el carnaval en una especie de coto de artistas que, como tales (y sin duda en su derecho), reivindican sus derechos y el control de la difusión de su trabajo.
Para los segundos, no hay entonces nada peor que un picaíto del carnaval, uno de esos señores o señoras que se conocen letras, músicas, tipos, años de premios y cajonazos, alineaciones de chirigotas. Porque los picaítos (y en Cádiz somos muchos, pese a que seamos pocos) siguen considerando (y sin duda en su derecho también) que el carnaval sale de abajo para todos y no puede ni debe tener dueño. Es gracias a muchos de esos picaítos que se conservan libretos, octavillas, fotos ajadas, discos de pizarra antiquísimos, originales de partituras y, evidentemente, cintas donde se clasifican grabaciones de la radio que se perpetúan para la eternidad gracias a su celo madrugador durante años de robar el sueño al trabajo para dedicárselo a la afición.
En el fondo, no hay tanta diferencia, me parece, entre esos conservadores del carnaval más antiguo y quienes ahora, desde sus portales y páginas web, difunden las canciones no sólo del carnaval del COAC, sino también las del importantísimo carnaval de la calle, que sin duda merecerá objeto de estudio y análisis dentro de unos pocos años. Es significativo que muchos de quienes ahora “hacen la calle” sean carnavaleros de toda la vida que han renunciado motu proprio a las ínfulas de profesionalidad artística que domina las tablas del Falla.
En el equilibrio entre una cosa y otra está el dilema. El verdadero picaíto atesorará por igual los cedés legales que las grabaciones furtivas, y al difundirlo por la red ampliará el radio de influencia del carnaval. Que un gaditano exiliado en la Patagonia pueda, a través de la red, seguir las coplas y los dimes y diretes del concurso sigue teniendo, pese a la hipotética pérdida de derechos de autor, más argumentos a favor que en contra.
En cualquier caso, el carnaval no puede estancarse, ni puede ponerse en contra de la tecnología, como no puede ponerse en contra de sus propios seguidores, la masa social y popular que todavía quiere creer que es copartícipe de las músicas y de las letras. Si las bases del COAC cambian de continuo y nunca parecen satisfacer a nadie dos años seguidos, lo mismo pasa con el acceso a los medios de difusión y la imposibilidad de controlar eso que unos se empeñan en llamar piratería y otros en reivindicar como derecho inalienable.
Cada año será más difícil controlar los MP-3 y los móviles que graben actuaciones y las transmitan. Por no decir que será imposible. El carnaval tiene que moverse al ritmo de los tiempos. Lo supo Paco Alba cuando introdujo la guitarra como acompañante del bombo y la caja y dio a luz a la comparsa. Y lo sabe Juan Carlos Aragón cuando pide que los aficionados, puesto que ya tienen la música y la letra, lo acompañen cantándola en el Falla.
Vuelta a los orígenes. Gracias a la tecnología ya no tiene sentido cantar que se estén perdiendo nuestras esencias.
(Publicado en La Voz de Cádiz el 3-12-07)
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