“Si tú y ese otro jovencito pretencioso (¿cómo se llama? Alex Raymond) murierais o desaparecierais por cualquier motivo, yo me quedaría con todo el terreno para mí. Y por tanto sería el único en recibir la adulación de las multitudes como el mejor artista de historietas del negocio".
Caniff había llegado a conocer a Foster a través de la correspondencia que mantenían ambos y no le sorprendió la aparente ostentación de Foster. Sabía que era casi todo fachada, una parodia de auto-importancia. "Mucha gente pensaba que era un hijo de puta engreído", me dijo Caniff. "Tenía ese curiosa vanidad. Comprensiblemente, tenía un alto concepto de sí mismo: era tan condenadamente bueno. Creo que la gente lo consideraba irremediable y aburridamente creído. Pero no creo que fuera así. Creo que era un chiste privado. Decía aquella cosas sobre sí mismo... tan atrevidas que pensabas: Oh, mierda. Luego pensabas, tal vez se estaba quedando conmigo, tal vez me ha estado tomando el pelo. Creo que era tímido. Con frecuencia, una persona tímida tan famosa como él parece extravagante. Me caía bien. Admiraba su trabajo, pero también lo apreciaba personalmente".
Cuando Foster regresó a Topeka (tras el viaje a Nueva York donde tuvo lugar esta anécdota), le escribió a Caniff: "Nos ha encantado conoceros a ambos (Caniff y su esposa) y nos encantaría repetir la experiencia". Luego adoptó aquella vanidad extravagantemente afectada suya, inflándose primero y luego pinchando su propio globo:
Un extraño cambio se ha apoderado de mí desde que estuve en Nueva York: me temo que he vivido demasiado tiempo apartado en el desierto de Kansas y en los primitivos arrabales de esta ciudad pionera: me he vuelto ingenuo y mi tímida inocencia no podría soportar los halagos que recibí en Nueva York. Sé, naturalmente, que ninguna mente humana puede soportar los erosionantes caminos de la adulación, pero la mía estaba aún menos preparada de lo normal, y ahora me encuentro dándome a graves banalidades y untuosas obviedades de la manera más seria; siento tendencia a adoptar posturas y fruncir el ceño y dejarme llevar por una ira incontrolable si se dirigen a mí como Hal sin el epíteto "El Grande". Esta recién hallada consciencia de mi propia importancia tiene su parte inconveniente: no he visto mis zapatos desde hace dos semanas, y "la que me ha dado los mejores años de su vida" tiene que estirar ambas manos y agarrar mi nariz, que toca el techo, y tirar de ella hacia abajo para que pueda alimentarme.
(de Meanwhile, Milton Caniff, a biography, de Robert C. Harvey)
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