Empezó con mucha incertidumbre, como luego siguió y acaso sigue. Pero hubo y hay gente que la escribió, y la mimó, y la quiso. Gente como Domingo Santos o Luis Vigil o José Luis Garci. Gente como Gabriel Bermúdez del Castillo, que se la cargó él solito a las espaldas durante casi una década. Como Tomás Salvador (sí, pero no fue el único, nens). Gente como Angel Torres Quesada, aunque tuvo que disfrazarse de nombre anglófilo hasta que por fin pudo dejar de hacerlo y nos dio lo mejor de su producción con unas islas que pasaron del paraíso al infierno. Como un jovencito Rafael Marín, como una jovencita Elia Barceló. Como Javier Redal y Juan Miguel Aguilera, que nos dieron el mejor hard del último tercio del siglo veinte. Como César Mallorquí. Como Rodolfo Martínez, que nunca le hizo ascos a ser cyberpunk y a ser aventurero. Como Javier Negrete. Como Carlos Fernández Castrosín. Como Joaquín Revuelta y Victor Ánchel y tantos otros que no menciono antes de que me digan que escriben fantástico, no ciencia ficción.
No nos vengan ahora con que no existió, ni que no tuvo señas propias: tuvo la mayor de las señas de todo escritor: el lenguaje en que fue escrita o se escribe todavía. El lenguaje en que se escribirá mañana.
No me pontifiquen si no la conocieron, si no la conocen, si no son capaces de aislarla de las otras muchas cosas que leen en versiones traducidas. Ni echen la culpa a un premio porque ahora muchos de esos escritores estén haciendo otro tipo de libros. Piensen primero quiénes le dieron la espalda, y por qué causas, antes de acusar con el dedo, antes de llorar lo que quizá, ni siquiera lo niego, pudo haber sido.
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Categorías: Ciencia ficcion y fantasia