Al final, ni una tormentita en un vaso de sangría. «El año que viene ahórrate el video en Youtube, pásalo». La tonta polémica de todos los veranos, la que parece que se ha convertido en el centro de la vida de políticos, gaditanos y veraneantes, ha pasado como tenía que pasar: sin pena ni gloria. El amago de poner los cojones encima de las palas de madera y contraprogramar otro megabotellón playero, como era de esperar, ha quedado en eso: buenas noches, señor guardia, qué bonita está la luna con su cara enamorada.
Lo que realmente me sorprende es qué esperaban. Somos un pueblo dócil, por no decir directamente sumiso, que se traga lo que le den y se vuelve tan tranquilito al sofá cuando se termina el rancho. Por si la mansa reclusión de la movida juvenil en el ghetto del botellón no lo hubiera dejado claro estos meses atrás, hay que recordarlo: esta juventud está muy lejos de anhelos revolucionarios y algaradas románticas. Van a lo que van, y lo que buscan no es mancharse la camisa de diseño ni romperse las ray-ban tipo antifaz por un quítame allá este pinchito moruno. Pero la generación de sus mayores tampoco les queda a la zaga. Recordemos que aquí nos han pasado por encima las reconversiones industriales (y la crisis más gorda por la que hemos pasado, señores sin memoria, no es de ahora: fue la de Astilleros), y las crónicas relatan que sólo se arrojó desde una ventana una lavadora vieja.
Parece que todos han respirado tranquilos, tanto los que organizan lo que según ellos no organiza nadie, como los que se muestran aparentemente en contra del magno evento veraniego. Desde la barrera, uno no puede sino pensar que en toda esta historia sigue habiendo el deseo de salvar la cara y escaquearse en sus funciones prohibitivas, algo que también entra en los deberes de nuestros gobernantes. El pasarse la pelota del Ayuntamiento a Costas y de Costas al Ayuntamiento me parece una dejación de responsabilidades mutua. Ninguno quiere ponerle el cascabel al gato, pero todos estarían encantados de que el otro lo haga. Como una final a penaltis (¿recuerdan que todo esto viene por redondear los fastos del Trofeo Carranza?), no hay nadie en el equipo que quiera la responsabilidad de la derrota en los tacos de sus botas.
El fantasma de las dos Españas se convierte así en el fantasma de los dos Cádiz, y no precisamente el del Casco Antiguo versus Puertatierra. El bando que defiende la "tradición" de hace quince años con los que defienden la tradición y el futuro del único bien natural que nos queda. El bando que ve la fiesta como un claro ejercicio de derecho al cachondeo y el que la considera un despropósito de niñatos borrachos que además contamina la arena y afea la playa para el resto del verano. Los políticos, como siempre, de un bando o de otro según tengan o no tengan responsabilidades de gobierno. Y el presidente de Horeca defendiendo no se sabe muy bien a quién, si a las multinacionales del hipermercado provincial o a los bares que hasta este jueves tenían que cerrar con telarañas en las cajas registradoras las noches de barbacoa.
Cincuenta y cinco mil barbacoantes siguen siendo muchos barbacoantes (la playa todavía tiene carbón, digan lo que digan y les invito a pasarse por la zona del Hotel Playa). Un vistazo a la población real de nuestra ciudad y contar el montón de gente de fuera que siguió viniendo en autobuses y trenes, más la oportunidad casual de la final del Carranza entre semana nos demuestra que el globo se deshincha. Si ya el año pasado la barbacoa veraniega fue a la baja, este año me temo que lo que puede deducirse es que la gente de Cádiz, en el fondo, pasa del tema. Si la hay, bien. Si no, no se acaba el mundo. Ni se acaba el verano.
Y así hasta el año que viene. Donde habrá que ver, si la final es en sábado, si no se produce el efecto de rebote. O si se ponen de acuerdo las administraciones para reconducir esta historia que se les ha ido de las manos. Sigo sin ver qué problema habría en que las barbacoas individuales se pudieran celebrar en la playa cualquier día del verano, previo permiso, y con condiciones, y con responsabilidades, y quizá incluso hasta pagando una pequeña tasa. Y sigo pensando que, si el tema ya se da por perdido e incontrolable, mejor desligarlo del Trofeo Carranza y dejarlas para el último fin de semana de agosto, o el primer sábado de septiembre.
Cádiz no es Fuenteovejuna. O sí lo es, para según qué cosas.
(Publicado en La Voz de Cádiz el 20-08-07)
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