Siempre decíamos que éramos marxistas, pero de los de Groucho, por aquello de plantear nuestra independencia recurriendo a la frase de la pertenencia al club y la catadura de sus socios.
Sin embargo, nosotros fuimos niños que crecimos sin Groucho. Crecimos (y en aquel verano del 77 lo repudiábamos un poco todavía), a la sombra de Charlot y los Keystone Cops, pero nuestra culturilla cinematográfica no llegaba a incluir a los Hermanos Marx, que eran cosa de nuestros padres.
Cuando echaban de vez en cuando alguna peli de los Marx, la verdad es que nos aburrían muchísimo. Todavía hoy me aburren bastante, y no sé si es porque el disparate me supera o si los juegos de palabras eran intraducibles. La poca gracia de los otros hermanos no maquillados (Zeppo y Grummo), los pesadísimos números musicales que además no traducían las canciones, lo jartibles que era Harpo con su arpa y Chico con el piano...
Sólo nos gustaba Groucho porque le echaba morro a la historia, porque era como Bugs Bunny pero con puro en vez de zanahoria. Cargante, anti-heroico, puñetero, el anarquista definitivo.
Todavía no habíamos leído "Memorias de un amante sarnoso" ni "Groucho y yo", pero ya reverenciábamos a Woody Allen y su reverencia hacia el viejo maestro judío. Ibamos en camino a admirarlo, pero en el fondo jamás disfrutaremos del Groucho más auténtico: el de los programas de televisión y de radio, el que improvisaba los chistes y disparataba con los diálogos, el incontinente, el inimitable (aunque aquí hayamos tenido escuela de imitadores también con bigote y gafas).
Quizá porque nuestra generación aprendió a admitir que había ídolos antes que nuestros ídolos, y que había chistes (igual que había música, y películas, y cómics, y actores, y libros) que se habían hecho para otros públicos donde también cabíamos. Aprendimos a admirar a Julius Marx sin entenderlo, sin poder ser partícipes de toda su riqueza, simplemente porque se nos transmitía, más allá de la época y el idioma, la cualidad suprema conseguida con su arte: el icono.
Así que hoy, treinta años más tarde, seguimos siendo marxistas. Y seguimos aclarando: "De los de Groucho".
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