Doctores tiene la iglesia en este mismo periódico que entienden mejor que yo de deportes y negociaciones y el papel salvador que ha jugado Teófila Martínez en el culebrón que nos ha caído encima este verano, esa versión de Romeo y Julieta en plan millonarios maduros donde nuestra edil, justo a tiempo, ha representado el personaje del príncipe de Verona haciendo entrar en razón a ambas partes (al menos en el momento en que tecleo esto, que nunca se sabe ya, en este tema, por dónde puede volver a saltar la liebre; crucemos los dedos).
Como el fútbol no es una de mis pasiones, yo quería hablarles hoy de otra alcaldesa. La de Lepe. Sí, ese pueblo donde nos dio hace unos años por centrar nuestros chistes y que, con un sentido el humor envidiable, incluso celebra un concurso de humor referido al tema. Sabrán ustedes que la citada alcaldesa, en un arrebato de sensatez que para muchos otros políticos quisiera yo, ha prohibido que las obras de construcción en el bello pueblo onubense se produzcan antes de las diez de la mañana (entre las diez y las tres, la hora de trabajo matutina), y en la siesta (o sea, sólo se podrá volver a trabajar a partir de las seis de la tarde). Los sindicatos ya se le han echado al cuello, como no podía ser menos, aduciendo leyes y convenios, sin quererse dar cuenta, como algunos jueces de postín de estos últimos días, que el problema entonces está en que las leyes y los convenios están mal hechos.
Porque, verán ustedes, esta buena mujer aduce con toda la lógica del universo mundo que si Lepe es un enclave turístico (como enclaves turísticos queremos que sean todos los enclaves que no tienen otra posibilidad de tirar adelante; obsérvese que nosotros aquí ni siquiera tenemos fresas), y los turistas vienen a lo que vienen, a tomar el sol y a beberse sus cubatitas y dejar sus dineros en las terracitas, no es de recibo despertarlos a las siete de la mañana con el glopita-glopita-glopita de una hormigonera o un martillo neumático. Y lo mismo a la hora sagrada de la siesta, por el amor de Dios: justo cuando te tumbas hasta arriba de tinto de verano y gazpacho con tropezones de jamón ibérico y te apetece ver cómo sudan los estrógenos y otras sustancias no declaradas los de la serpiente multicolor del Tour y sabes que te quedarás roque a la tercera renuncia en comandita, zas, empiezan otra vez la grúa, la apisonadora, los golpes al ladrillo, los gritos a las niñas bikinadas que pasan. Así no hay quien descanse a ninguna hora.
No sólo de turistas viven las ciudades. En los dos meses de verano, no estaría mal que reconociéramos que al menos un cuarenta por ciento de los trabajadores locales puede perfectamente estar de vacaciones en julio y otro cuarenta por ciento en agosto. Guiris aparte. Y molesta, y molesta mucho, el nonaino que se dedica a tocar los telefonillos a las cinco de la mañana, los cantores de Gades que palma en ristre nos hacen cada noche un repaso por los falsetes más reputados de nuestras comparsas, los novios que se pelean a gritos por cuestiones de cuernos mal entendidas, y el calor del levante en calma, para que justo cuando uno puede cerrar los ojos y decir Morfeo ven a mí, raca, el toque del clarín neumático contra la acera, el asfaltado que se retrasaba meses y más meses y tienen que hacerlo justo ahora.
Que es o lo que está pasando en mi calle y lo que va a pasar estos días siguientes en algunas calles aledañas, algunas donde hay hotel y todo. Luego nos quejaremos de que los turistas no vuelvan, o que los gaditanos cada vez que puedan tomen las de Villadiego y se tiren diez días de vacaciones en sitios remotos donde por no haber no hay ni playa ni nada.
Lo dicho: que los ruidos en verano habría que controlarlos a todas horas, y buscar horarios menos molestos para esas obras ruidosas (y, en el caso del asfaltado, pestilentes). Les confieso que, con los pelos como los personajes de Forges, he estado a puntito más de una vez de asomarme a la ventana y gritar, como el amiguito de Mafalda; “¡Basta! ¿Qué están tratando de hacerle confesar a esta pobre calle?”.
Qué tortura. Por eso estoy yo con la alcaldesa, oigan.
(Publicado en La Voz de Cádiz el 30-07-07)
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