Creo que le leí una vez a León Arsenal una frase que a quien esté fuera de esto le podrá sonar a boutade, pero les aseguro que va a misa: "Tengo más novelas en la cabeza que tiempo para escribirlas". Exactamente. El tiempo que uno invierte en escribir (en el hecho físico de escribir, piensen ustedes si quieren en "teclear") no es sino una parte mínima y a veces veloz del largo proceso creativo. Un escritor no puede dejar de idear tramas, personajes, metáforas, situaciones. Y las puede guardar o no, como nos decía Paco Taibo en la Semana Negra hace ya demasiados días, en el closet.
Lo malo es cuando el closet se acumula y se llena de ideas dispersas, de novelas que uno tiene más o menos estructuradas de pe a pa, y te pasa como a John Lennon. O sea, la vida, eso que ocurre cuando tú planeas hacer otras cosas.
Al proceso de escribir, lo dije en aquella mesa redonda a las cinco de la tarde, le sienta bien el reposado de no escribir. Pero, en efecto, en algún momento hay que teclear. Me comentaban ayer mismo por qué no continuaba la historia de Charlie Chaplin que les presenté aquí hace un par de meses, y entre excusas y motivos, la gran verdad: ahora mismo la tengo en cola, y no es una de mis prioridades, porque antes se ma ha colado una historia... que lleva archivada aquí sobre las cejas la friolera de treinta años. Cuando la termine, tal vez me dedique a otra historia que también lleva esbozada (solo esbozada, esta vez) un tiempo similar. Más novelas que tiempo, verdaderamente. Y un montón de cantos de sirena (llámense clases, traducciones, conferencias, bitácoras, etcétera) que te desvían del rumbo.
El gran aliciente, y a veces la gran desesperación, es que esa historia que uno retrasa conscientemente durante años y años (o durante semanas, que también) al final acaba tomando una forma propia que no coincide exactamente con lo que tenías en mente. A veces, el resultado mejora lo previsto. A veces, aunque el escritor no sea consciente o no pueda rebatírselo a sí mismo, tal vez no.
A veces queda, como me está pasando con la novela en curso, una sensación agridulce: tanto tiempo pensando en tal o cual escena, evitándola, rehaciéndola, remodelándola, y por fin sin darte cuenta ya te la has quitado de encima. Y es y no es lo que pensabas, porque tú eres y no eres lo que fuiste. Aquella frase Y aquella escena que archivaste en el closet de ti mismo sale por fin a la luz, y queda atrás, y en el fondo no te sientes liberado, sino a oscuras, buscando el resto de las frases y las escenas que le den a la obra coherencia y estructura.
Escribir una novela es, en el fondo, la búsqueda personal de un eureka.
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