Ya lo ven ustedes: no sólo hay quien pretende salvar nuestro futuro de estereotipos malsonantes y otros actos supuestamente ofensivos, sino que también se trata de reformar el pasado, corrigiéndolo o censurándolo o enterrándolo bajo una losa de injurias ya que no se puede enterrar a sus creadores bajo sustancias más expeditivas como la cal viva. Que semejantes maniobras vengan por igual de la reacción más chusca y de la supuesta progresía más bienrollista añade una carga doble de preocupación al problema. Entre unos y otros nuestras libertades y disfrutes individuales se van cada vez más rápidamente a freír espárragos.
La oleada de hiperproteccionismo que nos invade nos llega ahora desde Inglaterra. La Comisión para la Igualdad Racial exige la prohibición en todo todito el Reino Unido de un álbum de Tintín, ahí queda eso: “Tintín en el Congo”, la segunda de las aventuras del reportero flequilludo que jamás tecleó un artículo, aduciendo que es un compendio de actitudes racistas. Mientras en los Estados Unidos de América, donde jamás han flagelado a un negro, se ha pasado dicho álbum a la sección de adultos de las librerías, en el mismo Reino Unido las ventas del mismo se han elevado unas barbaridad, imagino que por el morbillo que despiertan estas cosas.
El citado álbum de Tintín está, en efecto, plagado de estereotipos racistas. Como que es de 1931. El propio Hergé, su creador, intentó suavizar años más tarde (en 1946) parte de esa carga, redibujando escenas y cambiando textos, cuando aprendió que no se puede contar una historia sin documentarse antes, e iniciando a partir de entonces un envidiable periplo por la aventura infantil llena de abundantes muestras de respeto y solidaridad. El último álbum de la serie, “Tintín y los pícaros”, demuestra hasta qué punto el pensamiento político de Hergé había evolucionado con los años. Como el de todo el mundo, por otra parte. Uno de los más bellos alicientes de la libertad es el derecho a rectificar después del derecho a equivocarte.
Como siempre, se trata de esconder la cabeza en la arena. Censurar un tebeo añejo por su contenido racista (¡y anti-ecologista, anda que no dispara Tintín contra bichos en la selva en esta historia!) sin atender a su valor como documento histórico demuestra la miopía de quien prefiere creer que la historia no ha existido. Pero la historia fue, y está ahí precisamente para que comprendamos que los errores no deben repetirse. Por esa misma regla de tres, habría que prohibir a Shakespeare su visión de los judíos en “El mercader de Venecia” (como ya hacen en Israel, por otra parte), o borrar de la historia de Hollywood títulos tan capitales como “El cantor de Jazz “(la primera película sonora, donde un blanco aparecía pintado de betún para interpretar a un cantante negro), “El nacimiento de una nación” (algo que hoy interpretamos como una obra maestra del montaje a pesar de su clara apología del Ku-Klux-Klan), o la mismísima “Lo que el viento se llevó”, donde la imagen que se da de los esclavos negros roza la caricatura más despiadada. Y ya no hablemos de Tarzán. Uno de los más irritantes absurdos de esta manía de creer que en el pasado fueron y pensaron como nosotros la tenemos en una de las obras fundamentales de la literatura norteamericana, “Las aventuras de Huckleberry Finn”, censurada en buena parte de Estados Unidos porque su autor, en el siglo diecinueve, osaba usar la palabra hoy tabú (“nigger”) abundantemente a lo largo del libro. Poco importa, claro, que Mark Twain fuera un acérrimo defensor de la libertad de los negros y su libro un canto desgarrador y divertidísimo a favor del esclavo Jim y su huida hacia el norte.
Eran otros tiempos y como tales hay que verlos. Volver la vista atrás para maquillar los errores y los horrores de nuestros antepasados sólo puede explicarse en clave de hipocresía e incultura.
En fin, ante tamaña estupidez, voy a releer un rato las aventuras de Tintín y Milú por esos mundos de la línea clara, ya que esta semana, además, me quedo sin El Jueves, más o menos por los mismos motivos represivos y autoritarios.
(Publicado en La Voz de Cádiz el 23-07-07)
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