Lo mismo. Todos los años lo mismo. Ya lo decía El Libi, refiriéndose al carnaval, pero bien que puede aplicarse al verano en Cádiz. Quien escribió en las paredes aquello de la imaginación al poder no conocía lo poco imaginativos que pueden llegar a ser los veranos en nuestra ciudad.
La playa a medio gas por la mañana, llenita a rebosar los domingos y fiestas de guardar: si el gran cambio del año anterior fueron los vehículos monoplazas de los policías locales, este año lo tenemos en los socorristas, que ya no visten como los vigilantes de la playa televisivos, sino de un color de helado calyppo la mar de chulo. Lástima que la torreta y sus instalaciones de madera sean tan feas y tan oscuras (¿no se les podría haber habilitado un módulo de piedra, hombre?), y que la bandera con la que anuncian al respetable si el agua está aceptable, preocupante o peligrosa sea un palo de escoba de poca altura que no se ve bien y esté sujeto además con esparadrapo. Mil banderas alrededor haciendo propaganda y ni un asta que sobre para ponérsela a ellos.
Las fuentecitas para lavarnos los pies, no es novedad, siguen siendo escasas, incómodas y de poca potencia. Este año he comprobado que existe además la ley de Murphy de la vuelta a casa: siempre hay una señora de edad o una madre con sus niños que tarda en sus enjuagues pinreleros minutos y más minutos, ajena a que se forme una cola triple detrás. Y eso que en casa ya no hay restricciones del servicio. Vaya tela. Solidaridad, señora, que eso de lavarse los pies es un protocolo, y luego hay que ducharse entero en su propia bañera.
Será por el viento y las mareas, y ya puede anunciar el cartelito electrónico que el agua está “óptima”, pero para mí que este año hay demasiadas algas en la orilla, y la sensación al entrar y salir del chapuzón roza el asco en ocasiones. Menos mal que estamos en el Atlántico y parece que aquí nos salvamos de la invasión de medusas (vulgo pica-picas) que asola el Mediterráneo, pero todo será proponérselo.
La arena está, de momento, limpia: no hay demasiadas colillas ni restos de latas y esas cosas tan edificantes que solemos ir encontrando cada vez más conforme se va estirando el verano. Todo cambiará después de las barbacoas, como siempre. Me da que hay poca arena, eso sí, que se ha producido una joroba extraña entre la arena seca y la arena mojá, como si para pasar de una a otra hubiera que deslizarse en tobogán en según qué sitios. Les apuesto lo que sea a que de aquí a dos años hay que volver a meterle a la playa otra inyección de arena de la bahía. Cuando se haga, que se haga fuera de la temporada de baños, por favor, téngase en cuenta.
La polémica nos espera todavía hasta dentro de un mes, cuando se celebre el día en que la gente de fuera pueda venir a Cádiz a ensuciar la playa. O sea, las barbacoas. Celebrarlas un jueves, como se pretende, tiene cabreados a los partidarios y encantados a los detractores. Los partidarios dicen que, joé, entonces por sus santísimos cataplines van a hacer barbacoa el jueves, el viernes y el sábado (no sé de qué cartera sacarán las pelas para tantos pinchitos y demás viandas). Los detractores pensamos que es una oportunidad, puesto que al día siguiente hay trabajo, para contar de verdad qué implantación tiene en la gente de Cádiz-Cádiz semejante acto de comilona en comandita, a ver si nos concienciamos de una vez que el dinero que se mueve no se mueve precisamente en Cádiz (la gente trae las provisiones de la provincia y más allá), y que vestir un santo para desnudar a otro nos fastidiará la playa.
Al menos, es positivo que la alcaldesa por fin se esté dando cuenta de que el asunto se ha descarriado. Contra anteriores búsquedas de record Guinness, ahora pide que la gente vaya a la barbacoa llevándose de casa la fiambrera y las tortillitas ya hechas. O sea, guerra al carbón. Ánimo, que con cuatro años por delante hasta las próximas elecciones todavía tenemos tiempo de encauzar esta barbaridad y reconvertirlo a merendolas de pan con foie-gras y quesito El Caserío.
(Publicado en La Voz de Cádiz el 16-07-07)
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