Normalmente, el cómic ha sido realizado por hombres y ha tenido como destinatarios lectores masculinos. Constreñido por condicionantes de mercado (los tebeos se consideran infantiles desde tiempo inmemorial… y algunos hasta lo son), y por la férrea amenaza de la censura, el reflejo que de la mujer se ha hecho tradicionalmente en la historieta puede dividirse en dos grupos: las pícaras y las puritanas.
Es decir, las mujeres deshinbididas, sensuales, despampanantes (pero dentro de un orden), y las otras mujeres sumisas, igualmente sensuales y despampanantes, pero sometidas al héroe de turno, que al correr de los años (y sólo en algunos casos) se convertirá en su marido.
La puritana, por aquello de los condicionamientos mencionados, será una mujer incapaz de controlar las pasiones que su bella forma física despierta en los enemigos de su héroe. Tendrá, además, la tendencia a rasgarse la ropa por los lugares más recatados y sexys (el caso de Dale Arden, de Flash Gordon, es proverbial), y normalmente desempeñará el rol de elemento-a-rescatar para mayor gloria del macho: casos como los de Lois Lane en las aventuras clásicas de Superman.
La pícara, por el contrario, será una mujer aguerrida dada incluso a desviaciones sexuales veladamente insinuadas: a veces, su relación con el héroe la llevará a extrañas relaciones sadomasoquistas. Dragon Lady, de Terry y los piratas, es quien mejor ejemplifica este peculiar grupo de mujer de ficción.
Sin embargo, ya en la Segunda Guerra Mundial los papeles empiezan a confundirse. El mismo creador de Terry entrega, con Male Call, las divertidas y picantes tiras de una pin-up que no tiene empacho en lucir sus encantos para brindar apoyo más que moral a las tropas. Y superada la contienda serán muchas las femme fatales que hostiguen a personajes como Johnny Hazard o Rip Kirby.
En Europa, la mujer en el cómic no necesitará subterfugios para lucir su cuerpo y sus nuevas actitudes sexuales. A partir de los años sesenta, siendo puritana (es decir, siendo “la buena”), Valentina de Guido Crepax alternará el rol perverso de sus ensoñaciones y las escenas onírico sexuales de su vida paralela con el de madre y fotógrafa. Heroínas como Barbarella o Pravda darán luego paso a personajes de cómics pornográficos como Lucifera, Hessa, Mona Street o Druuna. Si la pícara antes tenía ramalazos sádicos, ahora será también bisexual.
En Estados Unidos, el concepto de pícara y puritana se solapará especialmente en los cómics de superhéroes y bárbaros. Vestidas con ceñidos trajes de moléculas inestables que resaltarán su silueta, o apenas ataviadas con sucintos bikinis-armadura, la mujer en los cómics de los años setenta y hasta nuestros días alternará la exhibición de su cuerpo con actitudes combativas más dadas hasta entonces a los hombres. Pero, como el público lector seguirá siendo masculino, no faltarán abundantes momentos de lucimiento corporal donde se las seguirá tratando como bellos objetos sexuales.
Lo cual nos lleva a la moda del momento: los retoques por Internet de fotos de modelos tipo Playboy para convertirlas en falsas superheroínas y las comisiones (es decir, dibujos a petición), donde los lectores en las convenciones contratan a los dibujantes para que les hagan la correspondiente ilustración de su personaje femenino favorito… Desnudo, naturalmente.
La puritana, entonces, se convierte en pícara de manera oficiosa. Quizás es que lo ha sido siempre.
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