La capital del planeta estaba de fiesta. Claro, habían declarado el día no lectivo y todo eso. Las avenidas de cintas deslizantes estaban cubiertas de banderas negras y rojas (el símbolo del Emperador Nok), y por todas partes patrullas de mecanoides y de soldados imperiales montados en sus avestruces mutantes cuidaban de que nadie se desmandara ni un pelo.

En el salón de ceremonias del enorme palacio imperial todo estaba preparado. Doscientos mil policías, cuarenta mil mecanoides de combate, mil treinta y dos nobles invitados, cuarenta damas de honor, un equipo de televisión para transmitir la boda a todos los televisores del planeta, el padrino vestido de chaqué verde con lentejuelas (era el hijo del Emperador, el bobo de Kan), el propio Emperador engalando de rojo oscuro y con una capa amarilla que lo hacía parecer la bandera de España, la novia, toda de blanco y con cara de apuradita, y el gran visir y supremo sacerdote de Zarg, vestido con una túnica morada y blanca que le llegaba a los pies y que le daba cierto aire a un cantante de gospels.

Danki y Lala no entendían muy bien a qué venía tanta prisa, pero allá iban con el grupo de rebeldes, corriendo que se las pelaban por el cielo y por la tierra, en naves y tanques, a caballo y camello, a pie y a nado. Vamos, que si la atontada de Dulce Peregrina decía que nones, que no se casaba, pues se acabó el problema, ¿no?

Pues no. Eran las cosas típicas que pasan en los tebeos. El malo malísimo siempre se quería casar con la novia del protagonista. Y ella no sabía o no podía decir que no. Y el héroe tenía que aparecer en el último minuto y ponerlo todo patas arriba para impedirlo.

Como así hicieron. El sumo sacerdote de Zarg estaba diciendo aquello de:

--Si alguien tiene algo que decir calle ahora o calle para siempre.

No, no era un error, no decía "hable ahora": el Emperador Nok no estaba dispuesto a dejar que nadie le estropeara el día más feliz de la semana.

El sumo sacerdote estaba preguntando eso cuando zas, aparecieron cien mil rebeldes disparando rayos láser, arrojando flechas, entrechocando espadas. Y gritando mucho. Gritando a toda pastilla en más de una docena de idiomas.

Danki, Lala, Watson 1-2-3, la Princesa Arena y Roy Rocket corrieron por el pasillo central de la gran sala, protegidos por un escudo invisible que desviaba los rayos y los tiros, hasta el lugar donde Dulce Peregrina estaba a punto de decir "Sí, quiero". Ni corto ni perezoso, el Emperador Nok desenvainó el florete y allá que se puso a dar estocadas contra el héroe del espacio. No, nunca quedó muy claro, y eso que llevaban miles de aventuras transcurridas, por qué demonios se peleaban a espada cuando tenían aquellos secadores de pelo que disparaban con láser, pero en fin, mejor no tocar el tema.

La Princesa Arena apuntó con su arco al hijo del Emperador. Kan era moreno, con bigote, con aspecto de intelectual con gafitas, aunque no las usaba. Estaba también enamorado de Arena, pero como era tímido, pues no se atrevía. Y es que su padre era un tiranuelo que no le dejaba comprar los discos que le gustaban, ni dejarse coleta, ni tan siquiera hacerse un tatuaje de quita y pon que dijera Amor de Arena.

Estaban los dos mirándose, sin saber si decirse hola o ponerse a pegar mandobles como Roy Rocket y el Emperador Nok, cuando el sumo sacerdote de Zarg se sacó un secador de pelo de la manga (literalmente, de dentro de la manga de la túnica), y roció con ella a la Princesa, que se quedó paralizada.

El disparo de luz amarilla envolvió a la hermosa rebelde. Un poquito más de potencia y se convertiría en eso, en un montón de arena azul del desierto. Vamos, que si el sumo sacerdote seguía disparándole, iba a desintegrarla.

Entonces, sacando fuerzas de no sé dónde, porque era un poquito alfeñique, el príncipe Kan se interpuso en la trayectoria del rayo y recibió la dosis en plena espalda.

Arena y Kan cayeron uno en brazos de la otra, o viceversa. Mira tú por donde, la cobarde acción del sumo sacerdote les había facilitado las cosas.

Roy Rocket seguía dando mandobles, el Emperador retrocedía, Dulce Peregrina intentaba quitarse el velo del traje de novia que no le gustaba ni nada, y Danki y Lala se lanzaron corriendo contra el sumo sacerdote, para quitarle el secador de pelo de las manos y para que dejara de hacer de casamentero a la fuerza.

Lala se agarró al brazo izquierdo. Danki al derecho. El sumo sacerdote empezó a agitar los brazos, mientras juraba y perjuraba que aquellos malditos niños siempre le hacían la vida imposible.

Entonces Danki se quedó con la manga morada de la túnica, que se rasgó de golpe. Lala se quedó con la manga blanca. Y los dos hermanos vieron que debajo de las mangas de colores había otras mangas que reconocieron en seguida.

Unas mangas negras. Un frac.

--¡Maldición, maldición, y mil veces maldición! --exclamó el sumo sacerdote, y los niños reconocieron la voz.

Era Malsalfasán Malasombra, que en este mundo se ganaba la vida de esta manera, haciendo horas extras, como gran visir o algo por el estilo, o quizás tenía otro malévolo plan en marcha.

--¡Danki! ¡Es él! ¿Y Pis-Pis? ¿Dónde está Pis-Pis?

--¡No puede estar muy lejos! ¡Mira, Lala! ¡Masalfasán no lleva la chistera!

Como si lo hubiera oído, Masalfasán se llevó las manos a la cabeza. Los miró con unos ojos terribles, unos ojos espantosos, y sacándose del bolsillo una ampolla de vidrio, la arrojó al suelo entre los niños y él.

Una nube de humo verdoso lo envolvió, haciendo toser a todo el mundo, la Princesa Arena y el Príncipe Kan y Roy Rocket y el Emperador Nok entre otros.

Cuando los extractores de humo de Watson 1-2-3 despejaron la zona, comprobaron que Masalfasán había desaparecido.

--¡Qué mala suerte! ¡Se nos ha vuelto a escapar! --se quejó Lala.

--¡Y lo teníamos tan cerca!

Entonces Lala miró la manga blanca que tenía en la mano. Había un bulto dentro. Los magos (y Masalfasán era un mago, ¿no?) siempre guardaban sus trucos en la chistera, o dentro de la manga.

Lala metió la mano en la manga rota y sacó...

--¡Un conejito blanco! ¡Como el de Alicia!

El conejito echó a correr, pensando que estaban todos locos, o quizá realmente llegaba tarde a alguna cita. Danki imitó a su hermana y metió también la mano dentro de la manga morada.

Y allí estaba Pis-Pis, dando chupetadas a diestro y siniestro, sonriente y muy feliz.

--¡Es Pis-Pis! ¡Es Pis-Pis, Lala! ¡Lo hemos encontrado!

Los tres niños corrieron a abrazarse y al hacerlo, los restos de la nube verdosa los envolvieron.

Sí, me temo que sí. Otra vez.

Los tres hermanos desaparecieron del planeta Zarg como por arte de magia.

Referencias (TrackBacks)

URL de trackback de esta historia http://crisei.blogalia.com//trackbacks/50804

Comentarios

1
De: RPB Fecha: 2007-07-11 16:49

¿Has visto esto, Rafa? :D

http://elpablodibuja.blogspot.com/2007/07/val-brown.html