Me disculpan ustedes, pero a mí la polémica no es que me resulte estéril: es que directamente me duele. Porque me demuestra, por si no lo tuviera ya más claro que el agua desde hace tiempo, que la docencia en este país no es más que un tira y afloja entre competencias diferentes, terreno donde lanzarse unos a otros los trastos a la cabeza por un quítame allá esta ideología, el sitio donde todos meten la nariz y la zarpa. Porque sigue sin haber, claro, un consenso educativo y, si alguna vez lo hay, se hará de espaldas a quienes están a pie de obra, desde los ministerios o los episcopados o los consejos de Europa. Los soldaditos de plomo seremos soldaditos de plomo siempre.
Tanto el sacarse de la chistera la nueva asignatura de «Educación para la Ciudadanía» como oponerse frontalmente a ella desde los sectores más inmovilistas de la iglesia y desde los palmeros del banco de enfrente demuestra, ay, que ni unos ni otros tienen idea de lo que se hace en nuestros colegios más allá de los temarios, los exámenes y las estadísticas trucadas de la LOE.
Porque, verán ustedes (y ahora me toca citar a mi compañero Leoncio Díaz, que es quien nos lo ha estado recordando los últimos días de clase a todos los que quisiéramos oírlo), todo lo que nos propone esta asignatura nueva es viejo como el mundo. O, por lo menos, viejo como nuestra democracia. Y se viene haciendo en nuestros colegios e institutos de enseñanza media no sólo en las asignaturas que se prestan (pienso en Sociales, pienso en Ética, y, sí, pienso en Religión también), sino en esa otra asignatura que no es, pero que consta en horario y es tan importante como cualquier otra: la Tutoría.
Una hora a la semana, igual que la asignatura nueva, la tutoría no tiene por misión encauzar solamente a los alumnos que puedan ir mal en tal o cual otra asignatura. Es decir, no tiene un sentido puramente académico. En Tutoría, nuestros alumnos de la ESO, desde los doce añitos y hasta que terminan el bachiller, tocan cada semana temas como la solidaridad, el respeto a las minorías, la no-marginación, el bullying, el machismo y el feminismo, la amistad, el ocio y la utilización del tiempo libre, la asertividad, la violencia de género. En colaboración con el Ayuntamiento y la Policía Local reciben información sobre educación vial, sobre los peligros de las drogas y el alcohol, sobre movidas alternativas y alimentación y sexualidad e igualdad de roles en nuestra sociedad.
Las clases de nuestros colegios, privados y estatales, se llenan de murales y banderas los días de Andalucía y de la Constitución. Nuestros alumnos debaten sobre temas como el 11-S o el 11-M. Defienden la paz y rechazan la guerra, la violencia, el terrorismo. Han apoyado a Delphi saliendo a las puertas de los institutos cuando ha habido manifestación. Se han apoyado reivindicaciones de respeto al profesorado cuando alguno ha sido agredido. En Cádiz están participando, con gran éxito e ilusión, en los actos para el centenario de La Pepa. Y participan en liguillas interprovinciales y olimpiadas escolares, acogen a estudiantes del desfavorecido sur y del envidiado norte, colaboran en campañas de reciclado y ayuda a los necesitados. Independientemente de que lo hagan desde un punto de vista puramente religioso o por solidaridad social.
Al rasgarse las vestiduras porque todo eso que ya se hace en nuestras aulas vaya a sistematizarse se corre el riesgo de pensar que todo eso que es parte de todos nosotros es monopolio de unos pocos y puede intercambiarse como se intercambia un partido y otro cuando llegan al gobierno Y no es así. Forma parte de nuestra cultura, y es la base de nuestro sistema. Cualquier colegio, sea laico o sea religioso, tiene muy clarito entre sus objetivos esta frase: «Educamos en valores». Y esos valores, desde que empezó la democracia, son los de la tolerancia, el respeto a los demás, dar a conocer los deberes y los derechos de nuestra vida en común. O sea, las reglas sagradas de la convivencia.
(Publicado en La Voz de Cádiz el 9-07-07)
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