Mientras la Princesa Arena manejaba los controles del aparato y Watson 1-2-3 trinaba y trinaba desde su puesto en el puente de mando del cohete, pareció que todo estaba perdido para Roy Rocket.
--Jo, se va a dar una costalada contra el suelo que ya quisiera ver qué le queda de ese pelo tan mono --murmuró Lala, algo mosca con el héroe espacial porque no le hacía ningún caso y porque había empezado a sospechar que era un machista de tomo y lomo.
Entonces la Princesa, Watson y Lala tuvieron que cerrar los ojos, porque la cabina del cohete se había llenado de luz.
--¿Qué haces, Danki?
--¡Tengo una idea!
Eso era. Una nueva bombillita se había encendido sobre la cabeza del niño. Como estaban en un mundo de ciencia-ficción, pues la potencia era de tropecientos mil vatios. O quizás es que la idea era muy buena.
--Princesa, ¿puedes igualar el rumbo de este cohete con el de Roy?
--Lo intentaré.
Dicho y hecho. Era guapísima y tenía un pelo precioso, y además le sugerías cualquier cosa y la hacía en un plisplás. Eso sí que era una manitas y no su padre.
Los dos cohetes se quedaron paralelos en el aire, mientras el de Roy caía hacia la superficie de Zarg, dejando arriba a la escuadra de naves robóticas del Emperador Nok.
Danki se soltó el cinturón de seguridad y flotó dando volteretas por la nave. Era la mar de chuli, aquello de la gravedad cero. Se lo había visto hacer a Tom Hanks en una película, pero las cosquillitas en la boca del estómago eran sensacionales. Ni el Jaguar ni el Cuatro Picos podían comparárseles. Bueno, a lo mejor sí, y toda la sensación se multiplicaba porque Danki empezaba a tener hambre.
--¿Tu arco de tejo, Princesa?
La Princesa se levantó de su asiento y caminó por la nave hasta encontrarlo en un rincón. La Princesa no revoloteó como Danki, pero no porque fuera extraterrestre, guapísima ni nada de eso. Simplemente, llevaba pesos magnéticos en las botas.
Danki sacó a Watson 1-2-3 de su ranura en el panel de mandos y, tras coger una de las flechas del carcaj de la princesa, lo introdujo en la punta. El robot emitió un trino desconsolado, como si le hubieran dado un pellizco o un pinchazo desagradable en salvo sea el lugar. Entonces Danki ató a la pluma de la flecha un cable finísimo, gris y fuerte.
Lala seguía sin entender nada. La luz de la cabina se hizo insoportable cuando la Princesa Arena, sonriente, comprendió cuál era la idea de Danki y también a ella se le dibujó una bombillita.
--Lala, abre esa escotilla. Yo pilotaré.
--¿Tú pilotarás? --dijo la niña, espantada--. Oye, si el cohete que se cae es ese otro, ¿qué falta nos hace...?
--Abre la escotilla y no des la lata, so pesada.
Lala empezó a sospechar que la atmósfera del planeta Zarg era algo machista, porque los hombres sólo sabían dar órdenes y las mujeres obedecerlas (y ser secuestradas, recordó). Se soltó el cinturón de seguridad y se acercó dando volteretas por el aire hasta la escotilla.
--¡Qué diver! ¡Listo, Danki! ¿Y ahora qué?
Danki se había sentado en el asiento de Roy Rocket y miraba con ojos como platos el montón de botoncitos, llaves y lucecitas. Menos mal que la Princesa Arena le indicó una tecla azul, el piloto automático. Vamos, que el capitán Kirk sin Uhura no era nada de nada.
--Cuando quieras, Princesa.
La Princesa se asomó a la escotilla abierta y al otro lado, en pleno aire, vieron el cohete donde Roy Rocket se precipitaba hacia abajo. Afianzó la posición, se llevó el arco a la cara y lo tensó.
Watson 1-2-3 lanzó un silbidito de espanto cuando se vio impulsado en la punta de la flecha y recorrió el espacio existente entre los dos cohetes. Rompió los cristales del parabrisas, pasó a cuatro centímetros de la cabeza de Roy Rocket (pero no lo despeinó, por supuesto) y se adhirió con su garfio magnético a la pared de la nave zargiana.
Ahora los dos cohetes quedaron unidos por un hilo gris que se tensó en cuanto el robot se pegó a la pared.
Roy Rocket se asomó a la escotilla de su cohete, se puso unos guantes de piel de gusano naranja del desierto de Zarg que siempre llevaba dentro del cinturón para casos por el estilo y se agarró al cable. Quedó colgando de él entre las dos naves, como ropa tendida al sol, sólo que tenía el cuerpo dentro.
Fue una hazaña, pero a Roy Rocket le pagaban para hacer esas cosas (bueno, pagarle no le pagaban, pero lo que quiero decir es que era su oficio: hacer heroicidades, no despeinarse nunca y poner a mal tiempo buena cara). Mano a mano, fue recorriendo el vacío. Si hubiera mirado hacia abajo, habría visto que el suelo estaba a unos mil o dos mil metros (podéis hacer vosotros mismos la conversión a klangs), pero se acercaba rapidísimamente.
Lo olvidaba, por si pensáis que había truco: Roy Rocket no llevaba paracaídas.
Fueron los momentos de más tensión que Danki y Lala vivieron en su vida (bueno, Lala sí experimentó algo parecido una vez que quiso copiar en un examen de matemáticas). Pero Roy Rocket estaba en plena forma y llegó al cohete justo a tiempo.
Y digo lo de justo a tiempo porque en los tebeos siempre que alguien tiene la idea brillante de tender un puente con cuerda sobre un abismo, o echar una liana a alguien en peligro, o lanzar un cabo de barco a barco en mitad de una tormenta, el invento resiste hasta el último minuto, cuando se rompe hilo a hilo haciendo "crrraaaack" y allá que se salvan por los pelos o se caen otra vez.
Aquí el hilo era metálico y no hizo "crrraaaaack" sino "boinnnggg". y Roy Rocket se salvó, obviamente porque era el héroe, por los pelos que ni se despeinó ni nada, y eso que la corriente de aire era fuerte.
La nave zargiana se precipitó hacia el suelo, donde iba a darse un costalazo de padre y muy señor mío.
--Magnífica idea, Danki --felicitó Roy Rocket, estrechándole una mano como si fueran colegas de toda la vida y de un poco antes.
--Sí, sólo tiene una pega --dijo Lala.
Todos se volvieron hacia ella.
--¿Cuál?
--Pues que Watson 1-2-3 se ha quedado dentro de la otra nave.
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