Podéis olvidaros de Claudia Schieffer, de Naomi Campbell, o de Cindy Crawford. Ni tan siquiera Pamela Anderson podía compararse con aquella belleza. Y eso que no era tan despampanante como alguna de ellas. Pero tenía unos ojos de color de ámbar, y una figura la mar de esbelta, y sobre todo unos cabellos azules que dónde vamos a comparar. No azules como esos tintes que se ponían algunas tontainas de los cursos superiores del colegio y parecía que se habían manchado de caramelo de pitufo. Azules como era azul la arena de este mundo, oscuros y brillantes, casi metálicos. Y con razón, porque ese era su nombre.
No, no Azul, ni Azula, ni Azura ni nada de eso. Arena. Era la Princesa Arena, la líder rebelde de las tribus nómadas del desierto de Zarg. Llevaba ropas holgadas, con capucha a la espalda, y una cimitarra de luz en su cinturón de piel de camello de tres jorobas (estamos en otro planeta, ¿recordáis?), y un arco de madera de tejo zargiano con el que era infalible. Podéis preguntarle a los mecanoides que se cargaba como quien suma que dos y dos son cuatro.
--Los mecanoides se han retirado derrotados, Roy --anunció la princesa, y entonces Danki se dio cuenta de que tenía la boca abierta. La cerró con disimulo--. Pero Dulce no estaba con ellos.
El héroe del espacio contuvo una mueca de frustración. No sólo no se despeinaba nunca. Jamás dejaba traslucir sus sentimientos.
--Lástima --comentó, y salió de un salto de dentro del cráter.
--¿Y esta pelandusca quién es? --le preguntó Lala a Danki, molesta por la aparición de la bella extraterrestre, y porque el héroe del espacio seguía sin hacerle el menor caso.
--No es ninguna pelandusca. Es la Princesa Arena. De los Hombres Libres del Desierto Rojo.
--¿Y se han liado a tiros con esos cibermutantes de metal sólo porque les apetecía comer dulces?
--Lala, tendrías que escuchar menos música chicle y leer más tebeos, hija, que no te enteras de nada. Dulce no es un dulce. Quiero decir que sí lo es, que es una ricura, pero no es un dulce comestible.
--¿Entonces qué es? ¿Un batido que se bebe?
--Es una chica.
--¿Otra chica?
--La prometida de Roy Rocket. Dulce Peregrina. Muy mona, por cierto.
--¿Pero este tipo las tiene a tríos, o qué?
--A tríos, a cuartetos, a quintetos... Hasta una tribu de salvajes amazonas de piel verde aceituna le hizo la vida imposible en sus aventuras en Zarg. Pero él no tiene ojos más que para Dulce.
--Pues a ver si nos va a salir diabético.
--Dulce es una monada. Era una de las cadetes astronautas que colocaba el protector contra el agujero de ozono. Roy Rocket la rescató y se enamoraron en seguida.
--Qué oportuna. ¿Sabes si necesitan niñas de nueve años en la NASA?
--Lo que pasa es que es un poco antigua.
--O sea, que de besos nada.
--No, mujer. Bueno, no lo sé. Pero que es de esas modositas.
--Lo suyo la costura, la cena a las diez y a estropear protectores contra la
capa de ozono, ¿no?
--Más o menos. Yo, de Roy, preferiría a alguien con más iniciativa.
--Buena idea.
--Con don de mando.
--Muy bien pensado.
--Que diga las cosas a la cara.
--Precisamente.
--Que sea valiente, guapa, decidida y no le asusten las serpientes.
--Hombre, eso de las serpientes...
--Vamos, que si yo fuera Roy Rocket, preferiría con diferencia a la Princesa Arena. ¿A que es guapa?
--Sinceramente --dijo Lala, colorada--, no sé qué le ves...
La Princesa Arena se asomó al cráter y miró a los dos niños.
--¿Espías de Nok?
--Nok --dijo Danki--. Quiero decir, no. Somos Danki y Lala Martínez.
--De la Tierra. Uno de esos puntitos amarillos de ahí arriba --dijo Lala--. Entre las estrellas.
--¿Cómo sabemos que no son espías de Nok?
--¡Y dale con Nok! ¡Qué tía más desconfiada! ¿Quién es ese Nok?
--El Emperador de Zarg --dijo Roy Rocket, tendiendo una mano para que Lala saliera del cráter. La niña aceptó encantada--. Nosotros somos el Grupo de Luchadores por la Libertad y la Instauración de una Democracia Pluralista en el Cosmos Sideral y el Planeta Zarg.
--Vaya nombrecito. Supongo que os conocerán mejor por las siglas. ¿Cómo es? GLLIDP...
--Somos, sencillamente, los rebeldes --dijo la Princesa Arena, y cuando Danki y Lala terminaron de salir del agujero vieron que estaban rodeados de gente la mar de extraña.
--Ah, muy bien --dijo Lala--. Pues encantada.
Allí estaba Crunch, el rey de los hombres de roca, con su bandera con el dolmen y su espada de piedra. Y Ala Negra, el príncipe de los hombres-búho del bosque de Atenea, capaz de girar el cuello trescientos sesenta grados sin sentir tortícolis y de ver mejor de noche que de día (por eso en las selvas de Atenea no conocían la luz eléctrica). Y el valiente guerrero Rouarrgh, el hombre leopardo del polo sur. Y los hombres anfibios del continente sumergido de Lemuriántida, capitaneados por el duque Delphinus y sus manos de pez espada. Vamos, un popurrí bien surtidito de todas las razas y civilizaciones que Roy Rocket, Watson 1-2-3 y Dulce Peregrina habían ido encontrando en sus aventuras por el planeta Zarg.
Bueno, pues así y todo, con tan poderosas fuerzas a su lado, el malvado emperador Nok los tenía en jaque. Al mando de las legiones de sus mecanoides, cada dos por tres les jugaba una trastada. Total, los mecanoides eran baratos: sólo tenía que apretar un botón y salían en fila de la montadora en cadena, como si fueran panes de un horno, o motocicletas de una fábrica. No comían, no dormían, no pedían aumento de sueldo ni había que darles días de vacaciones pagadas. Les comunicabas una orden (y la orden para los mecanoides era sencilla, ya la hemos visto: "Exterminar-exterminar") y la obedecían a pies juntillas.
Vamos, que el emperador Nok tenía el chanchullo asegurado por los siglos de los siglos.
O así había sido hasta que el cohete de Roy Rocket se dio el trompazo en los trópicos de Zarg, en el tebeo número uno de sus aventuras.
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