Tenía los ojos de Leonardo di Caprio, la mandíbula de Brad Pitt, y la impresión de seguridad típica de Harrison Ford. Pero era más guapo que los tres juntos, Zack Efron de High School Musical incluído.
Y eso que ya debía ser mayorcito. Vamos, que no parecía un chaval. El rubio desconocido (desconocido para Lala, recordemos, no para Danki) debía tener por lo menos por lo menos veinticinco años. Iba vestido con una camisa dorada y un pantalón escarlata que tenía en el lado una tirita muy fina de color amarillo a juego, como la caballería americana pero un pelín más exótico. Usaba botas negras hasta debajo de las rodillas, con vueltas como los mosqueteros, y una capita corta que a cualquier otro le habría hecho parecer una majorette, pero que a él le sentaba divinamente. En la mano derecha llevaba un sable, y en la izquierda un secador de pelo.
No, claro, no era un secador de pelo. Faltaría más. Era una pistola positrónica de alcance medio, sin retroceso equiparable, marca XT-568-AU, de doble amperímetro y tricorder aplicado, con registro de voz y carga secuencial de gravitones medios y amplificador solar de doble baudio y telemetría industrial AM/FM. Pero parecía un secador de pelo.
El rubio salvador de Danki y Lala era, ni más ni menos que...
--¡Roy Rocket! ¡El defensor de los débiles y oprimidos! ¡La ley del espacio!
Ya. Muy listo e impaciente como siempre, este Danki. Pero por una vez me he adelantado yo. Mirad, mirad, ya había puesto su nombre al principio del capítulo.
--¿Quién? --dijo Lala, arreglándose una trenza.
--¡Roy Rocket! El def...
--Pues está que se cae de bueno, el tío.
Roy Rocket dio una patada a la cabeza del mecanoide que se había cargado con un tiro de escudo ofensivo de su secador de pelo (bueno, que no era un secador de pelo, pero lo llamamos así para entendernos). La cabeza salió rodando fuera del cráter, a reunirse con el resto del cuerpo robótico que ya previamente el valeroso héroe espacial había desintegrado de un disparo, en la batalla que se apagaba al otro lado del socavón donde habían caído los niños.
--Mmm --dijo Roy Rocket frotándose el mentón, que era cuadrado y firme como el de una estatua griega que Lala había visto una vez en el museo--. Mmm --repitió, y por lo visto todos los héroes de los tebeos tenían esa manía de decir "Mmm", como los profes de inglés de decir "Shut up" o los de música de pedir silencio a gritos, con el contrasentido que eso era.
--Mmm --repitió Roy Rocket por tercera vez--. Los mecanoides se vuelven cada vez más sofisticados, me temo. Este modelo es nuevo, modifica el anterior y dificulta aún más nuestras posibilidades de hacer blanco y desintegrarlos en tres nanosegundos.
Era muy guapo, reconoció Lala. Estaba como un tren y tenía un pelo rubio precioso, pero hablaba solo, porque lo que era a ellos dos no les hacía ni pastelero caso. Y al contrario del Capitán Jungla, que hablaba fatal, éste lo hacía con un vocabulario que no se entendía de puro enrevesado.
Pero Roy Rocket no estaba hablando solo, como bien sabía Danki, que había leído casi todos sus tebeos a pesar de que la ciencia-ficción que representaban estaba un poquito pasada de moda. Space-opera, se llamaba, vaya usted a saber por qué, si allí no cantaba ninguna señora entradita en kilos.
Una especie de dedal metálico del tamaño de una pelota de balonmano saltó al hombro del héroe espacial.
--¡Otro mecanoide, señor! --advirtió Lala, espantadita de tener que enfrentarse otra vez a aquellos ojos--. ¡Dele otra rociada con su secador de pelo!
(Por cierto que, viendo lo bien peinado que iba Roy Rocket, habría que preguntarse si entre las funciones adicionales de la pistola futurista no estaría también su utilidad como secador de pelo, pero dejémoslo correr).
--Tranquilízate, pequeña. La gravedad de este planeta y los rayos bipolarizantes del sol rojo de Zarg podrían causar que inspiraras los pequeños pólipos espinosos abundantes en esta zona del trópico zargiano, con las consiguientes complicaciones psicosomáticas que conllevan para los organismos humanoides no aborígenes.
Lala sonrió como una tonta y se volvió a darle con disimulo un codazo a su hermano.
--¿Pero qué dice este tío? Danki, ¿es que no vamos a encontrar nunca un tebeo donde la gente hable en cristiano?
--Si quieres, te lo traduzco, Lala.
--Pues venga, no te prives.
--Muy sencillo: Que te calles, so plasta.
--Ja. ¿Y todo el rollo polipal?
--Que se te puede subir el aire de Zarg a la cabeza y tendríamos que ingresarte en un hospital espacial. Roy Rocket es doctor en ciencias cósmicas y medicina aeronáutica además de inventor, salvador de mundos y afamado deportista interplanetario.
--Pero debe andar algo sordo, porque no ha hecho caso de mi advertencia y tiene un mecanoide colgado del hombro. Y además habla solo.
--Eso no es un mecanoide, Lala, no seas tonta. ¿Es que no lo has reconocido?
--¿A quién tendría que reconocer? ¿No hemos quedado que el médico es él?
--Roy Rocket no habla solo, so boba. Está dictando apuntes a su androide mascota, ese dedal metálico que lleva al hombro. Se llama Watson 1-2-3, y lo inventó él mismo.
--Pues qué apañado, ¿no?
--Roy Rocket es un gran héroe. Con poco más de nuestra edad, ya inventó un cohete que lo llevó a la órbita terrestre, y pudo rescatar a los astronautas que estaban colocando un paraguas protector para cubrir el agujero de ozono.
--No, si lo mejor es lo que dice don Miguel el de deporte, Mens sana in corpore insepulto.
--In corpore sano, Lala, no seas burra.
--Pues el burro será don Miguel, que lo dice así. ¿Qué culpa tengo yo de que no sepa griego?
Danki suspiró y se acercó a echar un vistazo de cerca a Watson 1-2-3, que respondía a los apuntes que le dictaba su inventor con una serie de pitiditos y silbidos de lo más robótico.
Una sombra se dibujó entonces sobre el cráter, cubriendo a Danki, Lala, Roy Rocket y el robot en forma de dedal.
Danki alzó la cabeza y se quedó papando moscas.
Porque era la chica más guapa que había visto en su vida.
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