¿Qué les había pasado a Danki y Lala?
Para explicarlo tenemos que volver al mundo real por unos minutos. Son las cinco de la tarde, la mamá de los niños ha regresado a casa.
--¡Danki! ¡Lala! ¡Pis-Pis! ¡Ya estoy aquí! ¿Quién viene a darle un besote muy gordo a su madre?
Naturalmente, ninguno de los niños contestó, porque los tres estaban perdidos dentro del tebeo mágico. La mamá subió las escaleras y abrió la puerta del cuarto.
--¿Es que no hay nadie?
Estaba Monko, aburrido y con las orejitas gachas, pensando que sus amos se lo debían de estar pasando en grande y él sin tele y sin pizza y sin bocadillo.
--Se habrán ido todos al parque --comentó la mamá en voz alta--. Espero que Lala se haya acordado de cambiar los pañales a Pis-Pis, y en llevarse una rebeca, por si hace frío.
El perro ladró.
--No, Monko. Sabes que el guarda te la tiene jurada desde que le mordiste los pantalones, y como te has comido el bozal... Huy, qué mal huele aquí.
Y abrió la ventana para que entrara un poco de fresco.
--Menudo desorden --comentó, viendo todo lo que ya nosotros hemos visto, el caos que el pequeño Pis-Pis había organizado en el cuarto al escaparse de la cuna.
Vio el tebeo encima de la mesa. Lo cogió. Lo hojeó.
--¿Un tebeo con dos viñetas nada más? Cada vez inventan cosas más raras.
Lo volvió a dejar, abierto, sobre la mesa.
--Vamos, Monko. Hora de prepararte la merendola.
Monko dio un brinco y bajó corriendo las escaleras. La mamá lo siguió, dejando abierta la puerta.
Con la ventana y la puerta abiertas, entró una corriente de aire bastante fuerte, fooosh, fooosh.
Y el tebeo se agitó con el viento, y pasó una página.
Y al pasar la página Danki y Lala desaparecieron de la aventura en la selva, dejando atrás al profesor Babucha y el Capitán Jungla.
¿Adónde irían a parar ahora?
Eso querrían saber ellos, adónde habían venido a parar. El cielo era tirando a rojo, y el ruido de ensordecedor para arriba. Sonaba como a lata, clonk, clonk, y de vez en cuando todo se iluminaba de amarillo, de azul, de naranja.
--¡Agacha la cabeza, Lala! --ordenó Danki, y apenas tuvo tiempo de encoger el cuello cuando una luz muy fina, de color verde, le pasó a un palmo de la raya del pelo.
--¿Dónde estamos? ¿Qué ha pasado con el capitán Jungla y el profesor Babucha? --preguntó su hermana.
--¡Se han quedado atrás! ¡En la jungla! ¡Nosotros hemos saltado a otro tebeo!
--¿A otro tebeo? ¡Si no tenemos ningún deslizador!
--Tampoco lo teníamos cuando entramos en las aventuras del Capitán Jungla, ¿no? ¡No te pongas pejigueras y agacha la cabeza otra vez!
Se lanzaron de cabeza a un agujero que había en medio del suelo, el cráter abierto por alguna de las explosiones. Por cierto que el suelo era de cristal azul, brillante y finito, como la arena de una playa rociada con purpurina.
--¡Huy, qué cerca! ¿Qué son esas luces, Danki? ¿Dónde estamos ahora?
--En otro tebeo, supongo.
--¿En cuál tebeo?
Un zumbido de esos que te vuelven medio tarumba llenó sus cabezas, apagando las explosiones y el tac-tac-tac de las luces que les pasaban por el lado. Danki y Lala miraron hacia arriba y vieron una especie de lápiz gordote amarillo y rojo, con remaches y alas en los costados, sobrevolar por encima de ellos.
--¡Un cohete espacial! --dijo Lala, boquiabierta como una tonta--. ¡Y el cielo es rojo! ¡Danki, estamos en Marte!
Su hermano se rascó la nariz.
--No, en Marte no. Un poquito más lejos, me parece. Tendría que haberlo sabido en cuanto escuché el clonk clonk y los tac-tac-tac.
--¿No son martillazos? Suena a lata.
--Tienen que ser los mecanoides, Lala.
--No conozco ese juguete.
--Porque todavía no ha salido al mercado. Y además, lo mismo ni lo sacan. Eso que oímos y vemos son los disparos de los cibermutantes de metal, los mecanoides.
--Vale, muy bien, encantada. ¿Y ahora qué?
--Pues que estamos en un planeta llamado Zarg.
--Qué bonito, si hasta tiene nombre de pila.
--Ya. Y lo malo es que, vista la situación, el sonidito y las luces, es que estamos pillados justo en medio de una batalla galáctica.
Una especie de pelota redonda les cayó a los pies. Lala no pudo evitar lanzar un grito de espanto, y eso que hemos visto que era una niña descarada y valiente, y Danki se apretujó contra las paredes del cráter en el que se habían metido.
La pelota giró, abriendo un párpado, luego otro. ¿Tienen párpados las pelotas?, os preguntaréis a estas alturas. Pues no. Pero ya os habréis dado cuenta de que no se trataba de una pelota, sino de...
--¡Una cabeza de metal! --chilló Lala.
Exactamente. Ya lo iba a decir yo. Una cabeza de metal perteneciente a...
--¡Un cibermutante! --gritó Danki--. ¡Atrás, Lala, puede tener visión de rayos láser!
Pues sí. Eso era. Una cabeza de metal perteneciente a un cibermutante que podía tener visión de rayos láser y circuitos explosivos insertados (¿a que no sabías, eso, eh, Danki?) Estos niños siempre tan impacientes.
--Clonk clonk --dijo la cabeza, y terminó de abrir los ojos, que resplandecieron como arañas con tantos circuitos, megavatios y enlaces.
Danki y Lala se quedaron muy quietos. Existía la posibilidad de que la cabeza del mecanoide sólo estuviera programada para captar movimiento humano.
O latidos del corazón.
Y como si estuviera programada para captar movimiento y no latidos esto no sería una aventura ni nada, pues ya os podéis imaginar. Los tump-tump-tump y tantóm-tantóm-tantóm de los corazones de Danki y Lala activaron su mecanismo destructor. Una lata, estos tipos de lata.
--Exterminar-exterminar --dijo con voz de robot, esa que parece una mezcla de Jerry Lewis y Bugs Bunny--. Exterminar-exterminar --repitió por si a alguien no le había quedado claro.
Los dos ojos asomaron por entre las cuencas, y las pupilas chop chop se abrieron para revelar las puntas de dos agujas láser, de esas que emiten rayos de colorines que son muy chulis en las pelis y en los tebeos, pero que pueden hacer un montón de pupa si te dan de lleno.
La boca de dientes metálicos del mecanoide sonrió malévola. Danki tuvo la impresión de que había visto esa mueca maligna en alguna otra parte.
El mecanoide abrió fuego contra Danki y Lala.
Los dos rayos láser, azules y muy monos ellos, se dividieron en una especie de chispa inútil, como si la luz que los componía se hubiera convertido en agua o serpentinas, y cayeron al suelo inofensivos.
Al instante, una explosión sorda, y sin dejar de decir aquello de "Exterminar-exterminar", el mecanoide reventó igual que un melón y se desinfló como la pelota que les había parecido al principio.
Una figura vestida de oro y escarlata saltó al cráter.
--¿Os encontráis bien, pequeños? ¿Ninguna contusión, ninguna fractura, restos de trauma abrasivo?
Danki se quedó boquiabierto cuando reconoció al rubio recién llegado.
Peor fue para Lala.
Porque era el hombre más guapo que había visto en su vida.
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