Danki y Lala se pusieron tan nerviosos cuando vieron que la chistera con su hermano Pis-Pis se borraba del suelo y hacía "¡pop!" que se agarraron a una liana y se descolgaron de lo alto del árbol. Corrieron al centro del poblado, sin hacer caso a los nativos que empezaban a levantarse y a rascarse la cabeza, como atontolinados, y se reunieron inmediatamente con el Capitán Jungla, que tenía fruncido el ceño y miraba el lugar donde había desaparecido el sombrero.
--Mmm --dijo el Capitán--. Así que Masalfasán ser mago después de todo.
--Pues más le valía buscarse una novia como Claudia Schieffer y no secuestrar a bebés indefensos --rezongó Lala--. ¿Dónde se han metido?
--He leído por ahí que estos trucos se hacen con espejos --apuntó Danki, tratando de ver dónde estaba la explicación a todo aquello.
--No, ese no lo ha hecho con magia falsa --dijo desde dentro de la olla el sabio distraído, el profesor Babucha--. ¿Alguien puede sacarme de aquí?
--¡La olla! ¡Se va a quemar! --exclamaron los dos niños.
--No, no, tranquilos. Está apagada. Ni siquiera hay troncos debajo, ¿veis? Todo ha sido un truco desesperado de Masalfasán para que le revele el lugar del yacimiento de tintanium.
Mientras el Capitán y los arrepentidos nativos sacaban al profe de dentro de la olla y le daban tres o cuatro mantas para que se secara, Lala cogió por un brazo a Danki.
--¿Tintanium? ¿Y eso qué es?
--Ni idea. O una marca de pintura para metales, una cuchilla de afeitar o un misil balístico moderno.
--A ver si el tipo éste nos puede echar una mano, Danki. Cualquiera sabe dónde estarán ahora Masalfasán y Pis-Pis. Y además, no sé ni la hora que es. Como mamá regrese a casa y vea que no estamos allí nos vamos a quedar sin postre durante años.
Danki asintió. Ya hacía un rato que venía pensando que su madre se iba a llevar un soponcio enorme cuando volviera y descubriera que ninguno de sus hijos estaba en casa.
Danki y Lala hicieron las presentaciones. Sin muchas ganas, eso es cierto, porque después del palo de perder por segunda vez a Pis-Pis no estaban para muchas fiestas.
--Así que vosotros sois Daniel y Laura Martínez --dijo el profesor Babucha, llamando a los niños no por su apodo, sino por sus verdaderos nombres. Danki se mosqueó un poco, pero a fin de cuenta los sabios se llaman sabios por eso, porque saben, descubren, intuyen o razonan muchas cosas--. Yo soy Eugenio Babucha, profesor emérito y aficionado a las mariposas selváticas.
--Tanto gusto, señor.
--Profesor Babucha ser muy listo --apuntó el Capitán Jungla, mientras recogía los trozos de lanza del suelo y las hacía astillas para que los burundús se calentaran con ellas las noches de invierno--. Mucho más listo que Masalfasán Malasombra.
--Pero esta vez nos ha ganado, me temo.
--¿Sabe usted dónde está? ¡Tiene a nuestro hermanito!
El profesor Babucha se rascó la barba blanca.
--Dijo que había conseguido un deslizador, aunque no me lo creo. Pero con algo de tintanium podría estar en cualquier parte.
--¿Pero quién es ese tipo? Lo vimos en la portada de un... de una revista. Y luego secuestró a Pis-Pis.
El profesor los miró con ojillos pícaros. A pesar de su incipiente despiste, parecía saber muchas cosas. Como los nombres verdaderos de los niños. A Danki le dio en la nariz que, de algún modo, el profe sabía que habían visto a Masalfasán en la portada de un tebeo. Y quizás también tenía muy claro que estaban dentro de él.
--Un mago venido a más. O a menos. Un tipo ambicioso, retorcido. Es capaz de hipnotizar al más pintado --explicó el profesor--. Lo ha hecho con una tribu entera de burundús, que son la gente más amable de la selva. Hacen una pizza de elefante y piñones que está buenísima.
--Nueces --dijo el Capitán.
--¿Cómo dices, Capitán Selva? Perdón, Jungla.
--Que pizza burundú especial tres pisos llevar elefante y nueces.
--¿Ah, sí? Para mí que eran piñones, qué despiste. Por cierto, tengo hambre. Espero que con todo este lío alguien se acuerde de preparar la cena.
--¿Pero cómo puede pensar en comer cuando Masalfasán tiene prisionero a nuestro hermano? --exclamó Lala, que era lo más impaciente que uno se pueda imaginar. Ni quiera tenía Barbies porque decía que Kent se tendría que haber casado con ella hacía lo menos veinte años, y no le gustaban los muñecos indecisos. Si encima no se tenían en pie ellos solos, pues imagináos.
--Es verdad, no estaría bien --dijo el profesor distraído, frotándose la panza--. Bueno, que sea un bocadillo de calamares y piñones, nada más. Se me apetecen los piñones, oye. No sé por qué será.
--¿Qué es eso del deslizador? --preguntó Danki a bocajarro, mientras el Capitán parlamentaba en suajili con los tres o cuatro jefes sustitutos de los burundús y les pedía bocadillos para todos y refresco de melocotón, pero nada de champiñones, que era alérgico.
--Una máquina inventada por mí --dijo el profesor Babucha--. Como su propio nombre indica, se desliza.
--¿Un trineo? --preguntó Lala.
--No seas cretina, Lalita --reprendió Danki--. ¿Cómo va a inventar un trineo si eso está ya más visto que Los vigilantes de la playa?
--Pues un patín.
--Y dale.
--No, un deslizador es un ente transmigracional que sirve para inducir estados cataléptico-irreales doblando la curvatura de los amperímetros de fase que componen el continuum espacio temporal según las leyes Saxon-Chornibum y la ecuación megainopónica de los carvasadores milimétricos de generadores de flujo.
--Un patín, lo que yo decía.
--¿Y para qué sirve?
--Para deslizarse, claro.
--¿Con ruedas?
--No, no, no para deslizarse por el suelo --dijo el profesor--. Me parece que no me estáis comprendiendo.
--Más bien no.
--El deslizador sirve para deslizarse entre realidades.
Ahora sí, por primera vez en su vida, una bombillita se encendió encima de la cabeza de Danki. Tan fuerte, que tuvo que cerrar los ojos.
--¡Una máquina para entrar en los tebeos! ¡Eso es!
--Bueno, no exactamente --corrigió el profesor, que había empezado a ponerse la camiseta que le había prestado un nativo y no se daba cuenta de que lo hacía al revés, dejando el texto "Mis padres fueron a la jungla y lo único que me trajeron fue esta horrible camiseta" en la espalda--. Una máquina para viajar entre realidades.
--Ya comprendo --dijo Lala--. Pis-Pis y Masalfasán se han largado con viento fresco a otro lugar. Como el teleportador de Star Trex.
--Trek.
--O cuatrok, como sea. Pues tenemos crudo eso de echarle la mano encima a ese canalla.
--Un momento. Un momento --dijo Danki, y todos retrocedieron un paso porque la bombillita de encima de su cabeza brillaba con una intensidad que ni que fuera halógena--. Profesor, ¿no puede usted fabricarnos otro deslizador?
--Me temo que no --contestó Babucha, pero a Danki y Lala les dio la impresión de que estaba escurriendo el bulto y poniendo excusas--. No dispongo de materia prima. Ni cocondrias de carbonita ni aleación de plastimetileno sódico. Por no decir que el yacimiento de tintanium nos pilla un poco a trasmano.
--¿Entonces cómo vamos a perseguir a Masalfasán? ¿Y para qué rayos querrá a un niño pequeño como Pis-Pis? ¡Hemos venido hasta la jungla para no conseguir nada!
Antes de que los barriera del todo la desesperación, los barrió un fuerte viento que empezó a soplar, levantando grandes polvaredas por toda la selva. Era una especie de remolino, una bocanada de aire diferente al que estaban respirando, que tenía un saborcillo dulzón, como a tinta de colores. Danki se volvió hacia Lala y se dio cuenta de que sólo eran ellos dos los que sentían el huracán en la cara.
--¿Danki? --exclamó la niña--. ¿Qué es lo que pasa?
--Ese viento... ¡Lala, dame la mano! ¡No te sueltes de mí pase lo que pase!
La niña, por una vez y sin que sirviera de precedente, obedeció a su hermano mayor.
No acababan de darse la mano cuando la borrasca les cayó encima, agitando sus cabellos y sus ropas, y sin darles tiempo a decir qué tiempo más malo, los borró del poblado como antes se había borrado la chistera con Pis-Pis y Masalfasán Malasombra dentro.
El Capitán Jungla, que volvía con una bandeja con tres bocadillos y los refrescos con pajita y todo, vio que los niños desaparecían ante sus ojos. Dio un salto y trató de impedirlo, pero sólo consiguió darse de boca con el suelo donde antes estaban Danki y Lala. No se hizo daño, porque ya hemos dicho que tenía efecto curativo, pero se le quedó una cara de tonto que para qué os cuento.
El profesor Babucha se quedó mirando la nada, se rascó la barba y sólo tuvo tiempo de murmurar:
--Vaya, vaya.
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