Sin dejar de gritar (ni de rascarse ni de hacer mojigangas, que es lo más difícil), el Capitán Jungla sorteó la distancia que lo separaba del centro del poblado y se plantó entre los salvajes, a los que fue derribando como si fueran bolos. No se pinchó con las lanzas porque, espantados por el alarido, la mitad de los nativos se habían llevado las manos a los oídos y la otra mitad habían decidido tumbarse de plano en el suelo a esperar a que el terremoto pasara.
Porque eso parecía el grito de ataque del Capitán Jungla. Una alarma de terremotos, una ambulancia del 061, la sirena de los bomberos, el pitidito de un coche patrulla. No es de extrañar, tampoco. La mamá del Capitán, aquella inglesa despistada que perdió a su hijo en el río como quien lo pierde en las rebajas del Corte Inglés un mes de enero, era una famosa soprano de esas que sueltan un lalalá y rompen todas las copas del restaurante. Su papá era aún peor: sólo cantaba en la ducha.
--¡El Capitán Jungla! ¡Cachis ya! --exclamó Masalfasán Malasombra, con cara de más pocos amigos que de costumbre--. ¡El que faltaba!
El Capitán aterrizó de pie, sin hacerse ni un corte ni un arañazo en las plantas descalzas, y no le había dado tiempo de detenerse a contestar al malvado Masalfasán cuando una lluvia de flechas y lanzas lo cubrió casi por completo.
Desde lo alto del árbol, Danki y Lala contemplaron horrorizados cómo el chaparrón de flechas eclipsaba al valeroso capitán.
--Se lo han cargado --murmuró Lala--. Ya lo veía yo venir. ¿A quién se le ocurre hacer monerías para impresionar? A un hombre-mono, claro.
--¡Silencio, Lala! ¡Sigue mirando y calla!
La niña obedeció a su hermano, que no podía apartar los ojos de la pelea.
Porque el Capitán Jungla ni se despeinó. Activando a velocidad máxima sus mojigangas y sus movimientos de simio lleno de pulgas, consiguió esquivar al noventa y siete coma tres por ciento de los proyectiles que le arrojaban. El dos coma siete por ciento restante sí que lo alcanzaron, en el hombro, en el pecho, en un dedo, en una pierna.
--¿Todavía está de pie? ¡Ese tío es de hierro! --exclamó Lala.
--No, de hierro no --explicó Danki--. Tiene una cosa que sale mucho en los tebeos. Efecto curativo. Como Lobezno, el de la Patrulla-X.
--¿Defecto qué?
--No, defecto no. Efecto. Que lo cortas y en seguida se le cierra la herida, vamos. Algún listillo lo ha bautizado como Efecto Fierabrás, como el bálsamo del Quijote --continuó explicando Danki, que no sólo leía tebeos, como estamos viendo--. Ya le puedes pegar un tiro, cortar un dedo o clavar un puñal, que el tío se levanta.
--Como el Coyote del Correcaminos, o sea.
Danki dirigió a su hermana una mirada de las que queman.
--Eres imposible, Lala.
--No, si es verdad. Recuerdo que cada vez que el Coyote se cae de...
--¡No estamos viendo al Coyote! ¡Ni a Porky! ¡Ni siquiera a Goku! ¡El que se está partiendo la cara por nosotros es el Capitán Jungla!
--Por nosotros no, listo. Por ese señor de barbas y cara de despiste. Además, ¿no hemos quedado en que no se le parte nada?
Danki resopló y volvió su atención a la pelea.
El Capitán Jungla, que se había deshecho ya de las tres o cuatro lanzas que se le habían clavado en las piernas y en los brazos, las arrojó contra los nativos que todavía no habían descubierto que "pies para qué os quiero" es una frase ideal para momentos como ese. Dio un par de tortas la mar de bien dadas, de esas que en las películas hacen que toda la chiquillería se ponga en pie y aplauda, y al retirar la mano enguantada de las narices, bocas, cachetes y pechos que iba alcanzando, zas, allá aparecían como por arte de magia las letras C y J.
No, yo tampoco sé cómo lo lograba. Tendría un relieve con tinta indeleble marcado en los nudillos. Lo que sí puedo explicar es lo del factor curativo, esa capacidad de no hacerse sangre, ni raspaduras, ni romperse un hueso o torcerse una pierna. ¿Recordáis la venganza que los hombres-medicina hicieron caer sobre el doctor Curtis Jameson? ¿Las treinta y dos agujas hipodérmicas con vacunas para el tifus, el sarampión y etcétera que le clavaron en el trasero? Unas cuantas páginas más atrás. Ah, que ya caéis en la cuenta. Pues eso, tal cantidad de vacunas acabaron por hacer que el Capitán fuera inmune a casi todo (lo único que no le quitaron fue la alergia a los champiñones, por cierto). Y no, que a nadie se le ocurra probar con las medicinas que hay en casa, no vaya a ser que esas cosas sólo pasen en los tebeos, como me temo.
Quitada la interferencia de enmedio, el Capitán avanzó hacia Masalfasán Malasombra, que retrocedía de espaldas, sin quitarle ojo al hombre-mono.
--¿Dónde estar Pis-Pis? --preguntó el Capitán.
--Al fondo, primera puerta a la derecha --respondió Masalfasán, que en el fondo se consideraba muy gracioso.
--Tú haber colmado el vaso de mi paciencia --acusó el Capitán, dando otro par de pasos que, inmediatamente, dio hacia atrás el malvado Masalfasán--. Los burundús ser buena gente. Siempre invitarme a pizza de elefante y nueces. ¿Por qué tú pretender que ellos volver a sendero de la guerra?
--Si te lo explico sabrás tanto como yo, monín. ¿O debo decir hombrín? --replicó Masalfasán, quitándose la chistera--. Además, ¿cómo lo vas a entender si no hay quien entienda como hablas? Chico, en un culebrón te harías de oro.
(Pido perdón a los culebroneros, pero ya quedó escrito más arriba que Masalfasán se creía todo un humorista).
--Tú querer deslizador. Tú coger prisionero a profesor Babucha.
--Hombre, me alegra que te hayas enterado.
--Tú tener niño pequeño, hermanito de Danki y Lala. Llamarse Pis-Pis. Ahora tú entregármelo y acabar este capítulo.
--Lo de acabar el capítulo está bien --dijo Masalfasán, metiendo la mano en la chistera--. ¿Es esto lo que buscabas?
Sacó una cabecita rubia de dentro del sombrero.
--¡Pis-Pis! --exclamaron desde lo alto del árbol Danki y Lala.
Masalfasán se volvió hacia ellos.
--¡Me han seguido! ¡Hasta aquí!
Conteniendo una carcajada malévola, Masalfasán se volvió hacia el Capitán Jungla, que sólo tenía que dar un brinco para arrebatarle la chistera.
--Como te decía, Capitán. Lo de acabar el capítulo está bien. Ale, hombretón, hasta nunca.
Y se metió dentro de la chistera.
Hubo un "¡pop!", y la chistera desapareció de la selva, con Masalfasán y Pis-Pis dentro.
Sí, exactamente, ya lo iba a decir.
Desapareció como por arte de magia.
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