Tranquila, señora, que no hay motivo de alarma. Y usted, caballero, quite el pulgar del móvil, que nuestros agentes de la ley y el orden tienen mucho que hacer regulando la movida y cuidando del estado de las playas hasta que la gente venida de fuera se la cargue alegremente la noche de las barbacoas. Ese bulto extraño que hace ruiditos en la habitación de al lado no es un ladrón, ni un gato perdido, ni un ente extraterrestre que haya aterrizado de pronto en la cama de su hijo. Es su hijo. Exactamente. Carne de su carne, amor de sus entretelas.
No, hoy no es fiesta. Es lunes. Pero ya ven ustedes, es que la vida del menor, y del estudiante, es tal que así. Cuando el curso se acaba, se acaba. Las criaturitas se han deslomado nueve meses y medio (o no han dado un palo al agua, que también los hay, y cada vez más, con la bendición del beato Marchesi y el nuevo evangelio de la LOE), y llega el momento que ustedes tanto temen y ellos anhelan como el capillita la Semana Santa o el más jartible el Carnaval chiquito. Eso que duerme a pierna suelta, y hace ruiditos raros (yo que ustedes lo observaba y si no lo llevaba al pediatra, no vayan a ser vegetaciones), es su vástago y está, creo que justamente, de vacaciones.
Sí, ya sé, les hace a ustedes un pie agua. Tanto trabajo, ¿verdad? Correr de un lado a otro, que si los informes, las hipotecas, las reuniones, tener la tienda abierta hasta las fiestas de guardar, la nueva promoción de la empresa, la carrera de ratas que es la vida moderna. Cachis. Con lo bien que encaja todo, más o menos, cuando los nenes están aparcados en el cole: toda la mañana dando guerra en otro sitio y, sobre todo, aprendiendo para ser un hombre de provecho el día de mañana, como Fresita o cualquiera de los del Tomate. El comedor que nos soluciona el problemón de que nunca me comen nada-de-nada. Y por las tardes, el inglés los lunes, miércoles y viernes. Las clases de yoga y taichi. El taller de pintura. Las dos horitas de natación. Los cursillos de informática. Y las horas de entrenamiento y los partidos que libran los fines de semana. Y no olvidemos el baile si son ustedes padres de una nena. De aquí a veinte años vamos a tener la generación más hiperchachipreparada del planeta.
Y ahora fíjense ustedes, ¿qué hacemos con la(s) criatura(s)? No, ya sé que lo de Eurodisney les pilla fatal este año, con lo de Hacienda, y lo caro que va a salirles el alquiler del apartamento los quince días de agosto allá en Tarifa. Y además, que hacen ustedes bien, que mejor esperar a que el niño sea un poquito más mayor, y celebran la comunión todos allá, haciéndose la foto de rigor con el ratón Mickey. Les queda a ustedes el recurso de mandarlo al extranjero a que aprenda inglés, o por lo menos, a que aprenda a comer hamburguesas con sésamo de desayuno, almuerzo, merienda y cena. Sale carillo, sí. Y ya se han informado a ustedes que, como allí el clima es una perpetua primavera, poliniza cada dos por tres y les puede reaparecer el brote de alergia. Sí, me han dicho que los campamentos de verano son lo más. Vuelven hechos unos tarzanes, con toda la ropa chica o rota, y además durante quince días después se comen hasta los dibujitos de los platos. Es una opción que está muy de moda, no crean. Y mientras, ustedes, libres para disfrutar de las mil opciones de ocio cultural nocturno que nos ofrece el verano en la ciudad. Si es que en el fondo a los niños no se les puede llevar a ninguna parte.
Bueno, tampoco es pa ponerse así, que decía el Selu cuando iba cocido de mollate. Siempre se puede recurrir a las nanis de confianza (o sea, las abuelas), y si la vecina o la tita les inspiran seguridad, siempre les puede encasquetar el retoño para que se lo lleve a la playa. Dicen que hay unos talleres de manualidades, recortables, castillitos en la arena y baile salsa que es la caña. Mojarse, además, así no se mojan.
No se me depriman, porfa: si el tiempo pasa volando y el quince de septiembre está como quien dice a la vuelta de la esquina.
(Publicado en La Voz de Cádiz el 25-06-07)
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