No es que suponga ningún alivio, pero no estamos solos. En lo de ser tontos del haba en el mundo, quiero decir. Ahí tienen ustedes un reality show donde el premio gordo no era el apartamento en Torrevieja, Alicante, sino un riñón, quizá porque ya los apartamentos cerca del mar cuestan mismamente eso. La cara con que los ha mirado el mundo entero ha sido tal que ahora dicen, claro, que no, que la cosa iba de broma. Y si cuela, cuela. Rotas las barreras del decoro televisivo, la pregunta que me queda es si algún día no muy lejano veremos en las pantallas otros realities al estilo de la novela "El fugitivo" de Stephen King; o sea, una caza humana en vivo y en directo.
En Polonia, por su lado, demuestran ser más papistas que el papa y ahí los tenemos, despertando viejos progroms a costa de un personajillo ridículo de una serie infantil de televisión. Los Teletubbies, casi ná. Lo más alejado del mundo de la pedagógica y revolucionaria diversión de los Teleñecos de nuestras teles en blanco y negro, cuatro bichitos (porque son eso, bichitos, no personas) que viven como vacas en un prado de césped artificial al son de una música hipnótica y cuyas aventuras son tan apasionantes como ver salir el sol o caer una gota de lluvia; tan complicados son los argumentos de la serie en cuestión que hasta se repiten como si cada episodio tuviera una moviola incorporada. ¿Verdad que se nota que los he sufrido como padre? Como muchos de ustedes, seguro. El escandalazo (que ya viene de lejos, por otra parte) estriba en que uno de esos bichitos (porque insisto, son bichitos, como los Barbapapá o los Fragel) es sospechoso de homosexualidad porque es de color morado y a veces lleva un bolso. No, yo tampoco veo la relación, pero a los polacos, que parece que llevan una temporada buscando gays debajo de las piedras con la no muy sana intención de apedrearlos, les ha caído como un tiro.
Otra vuelta de tuerca, como la de Henry James y su novela. Ver fantasmas donde no los hay. También se acusa desde hace tiempo inmemorial a Batman y Robin de ser pareja de hecho, hubo que quitarle a Lucky Luke la colilla eterna que tenía en los labios y sustituirla por una brizna... ¿de hierba!, se acusa a Popeye de drogodependiente espinaquil y a Michelín le estilizan los ídem y ahí lo tienen ustedes, con un desinflado corporal que ya no es ni sombra de lo que era. Menos mal que a Obélix no hay quien le discuta que no está gordo, sino que es bajo de tórax.
Ojo, que es necesario y está muy bien que los adultos nos preocupemos por la bazofia pseudocultural con la que se alimentan nuestros hijos, pero trasplantar la homofobia y la tontería de lo políticamente correcto a cosas que no tienen maldad ninguna demuestra una vez más que el pecado está más en los que miran que en quienes presuntamente lo cometen. Independientemente de que parece impensable encontrar un programa más blanco, más aséptico y más lacio que los Teletubbies de marras, las cazas de brujas siempre acaban por despertar histerias colectivas y llegan más allá de lo previsto inicialmente o quizás llegan adonde se quería llegar de tapadillo. En los años cincuenta, al socaire de las doctrinas del senador McCarthy, un psiquiatra paraonico acusó al cine de terror y los tebeos de estar detrás de la delincuencia juvenil, y el resultado fue, naturalmente, la censura. La ola de puritanismo y xenofobia que nos viene de arriba ya amenaza, como había predicho alguna célebre escritora norteamericana, con retocar digitalmente los cigarrillos y las armas en el cine añejo que por desgracia ya no ve nadie. Imaginen ustedes a John Wayne sin pistolas o a Humphrey Bogart sin un cigarrillo en la boca y échense a temblar ante la vida descafeinada que nos espera de aquí a pocos años. De otro que también cumple cien años, Hergé, el autor de Tintín, se descubre ahora que murió de sida pero, eso sí, se apresuran a aclarar que por una transfusión de sangre de la época en que nada se sabía del tema. Como si hiciera falta mezclar creatividad, accidente médico, intimidades privadas y juicios de valor homofóbicos.
Menos mal que ante el chaparrón de cosquis que les han caído encima desde la Unión Europea parece que los responsables polacos han reculado. Se les ha visto una vez más el plumero: aunque no existan, los fantasmas tienen por misión asustar, pero no siempre lo consiguen.
(Publicado en La Voz de Cádiz el 4-06-07)
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