¿Qué se hace cuando no se tiene una historia que contar pero se tiene mucho dinero que invertir y, sobre todo, que recuperar? Pues improvisar sobre la marcha una trilogía piratesca a partir de un inesperado éxito de taquilla. Así puedo resumir las casi tres horas de tedio que supone esta tercera incursión de Jack Sparrow y compañía en las pantallas palomiteras... sólo que parece que de un tiempo a esta parte las palomitas se han convertido en pesadísima berza que digerir lentamente.
La película es el triunfo de la producción sobre el guión. Porque el guión no existe. Si ya en la segunda entrega tardaban una hora y pico en encontrar algo parecido a un argumento, aquí se les va prácticamente la película entera en conversaciones, miraditas, payasadas sin gracia por parte de Johnny Depp (está mucho mejor el mono), traiciones, cambios de bando, sacadas de la manga y absolutamente nula acción. La segunda película ya nos dimos cuenta de que flojeaba, pero al menos entretenía a ratos y las escenas de combates, persecuciones y sorpresas monstruiles estaban bien llevadas. Aquí han decidido dejarse llevar por la estética innegable de algunas escenas (el desfile de muertos subacuáticos, el barco navegando entre los hielos) y se ha sacrificado todo lo demás, quizá aplicando el viejo axioma de las trilogías literarias: si vendes la segunda, puedes hacer una mierda en la tercera que la venderás de todas formas.
Un principio que calca sin empacho el principio de El retorno del Jedi nos envuelve en una trama inexistente (no, no es complicada señores: es que no la hay) donde se nota que el director está más interesado en cobrar sus royalties que en decirle a Johnny Depp que se contenga un poco. Las escenas de cuelgue psicodélico producen un pelín de vergüenza ajena, y si se justifican en la tierra de nadie de Davy Jones, pierden toda la gracia cuando están en nuestra realidad. Depp no parece haber echado muchas ganas a la película, excepto para colocar a Keith Richards como su papá con frasecita lapidaria incluida.
Sobran las vueltas interminables sobre la misma idea, sobran los muchísimos personajes que van ampliando el elenco (¿el síndrome Patrulla-X?), la resolución de la Tia Dalma y su revelación deja insatisfecho a todo el mundo, Davy Jones aparece de relleno en la película, hay escenas de absoluto ridículo (el intento de volcar el barco el más notable de todos), y sólo los últimos quince o veinte minutos, cuando se decide contar el precio que debe pagar Will Turner si quiere liberar a su desangelado padre, el guión encuentra por fin algo en donde echar el ancla. Permítanme que sea un poco sacrílego y afirmarles que aquí Orlando Bloom está algo mejor que Johnny Depp (por lo menos se toma algo más en serio su papel), aunque hay que reconocer que la peli pertenece por completo a Keira Knightley y sobre todo a Geoffrey Rush.
Quién nos hubiera dicho hace cuatro años que la maldición de la Perla Negra era ir y volver al fin del mundo... y hacernos comprobar que el viaje era enormemente largo, soporífero y aburrido.
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