Me hicieron ayer una entrevista para Radio Nacional que se emitirá este sábado, de madrugada, a cuenta de mi libro Sins entido dedicado a Spider-Man, y eso me recuerda que tenía que contarles a ustedes por aquí un poquito no de la gestación del libro, sino de qué tiene ese título que no tienen ni tuvieron otros títulos de superhéroes, y por qué cuando todos nos encandilamos como pazguatos cuando nos llegó en tromba y por sorpresa el desembarco Vértice-Marvel en España nos decantamos hacia ese personaje y no hacia ninguno de los otros muchos y atractivos que de pronto se desplegaron ante nuestros ojos.
Spider-Man, lo he dicho muchas veces, juega a la baza triunfadora de ser un perdedor. De ser, además, un adolescente perdedor como éramos los adolescentes de hace treinta años y como fueron, en los USA, los adolescentes de hace treinta y muchos. En ese proceso de identificación y en la catarsis estriba gran parte de su éxito.
El primer número de Marvel que uno lee se queda grabado siempre en la memoria. En mi caso, quedó el título, pero no el tebeo: "Contra el Hombre de Cobalto", un número de El Hombre de Hierro. No entendí nada de nada. El universo que ni siquiera fui capaz de intuir tras aquellas peleas y aquellas manchas de negro me sobrepasó.
Pero aquellas novelitas tenían algo. Tenían un sello inconfundible que unió en mi generación a gente que nunca se había sentido atraída por los tebeos (yo era ya fan inconfeso de El Capitán Trueno y El Jabato, de Astérix, de Michel Tanguy, de Fort Navajo, de Strong) y que, por esas casualidades del destino, sirvió para acercarnos a los empollones con los merdecillas, a los buenos deportistas con los maletas. El término "Generación Vértice" abarca a muchos más que a quienes continuamos leyendo tebeos desde esos tiempos.
Mi segundo tebeo Marvel fue mi primer tebeo de Spider-Man. El número 18. "El siniestro Conmocionador". Me lo compraron justo antes de ir a la boda de un tío mío y ahí está, en una de las fotos, en manos de mi hermano. Me enganchó ese número, me enganchó ese personaje, me engancharon los dibujos de Romita padre y me enamoré de Gwen Stacy todo en uno (es inolvidable la viñeta en que va a la fiesta con esa minifalda y ese vestido de gasa).
La primera historia de las dos, la del Conmocionador propiamente dicho, estaba bien, se entendía, y me pareció todo un alarde de ingenio que Spider-Man fuera capaz de detener al maloso cuasi-indestructible poniéndole sendas férulas de telaraña en los pulgares. Pero la segunda fue la que me abrió los ojos al Universo Marvel: Peter se independizaba y vivía en un apartamento de lujo junto a Harry Osborn, las chicas que aparecían eran bellezas de otro mundo, y se entendía perfectamente, cuando Kraven el Cazador intentaba que Norman Osborn le pagara el trabajito de un número anterior, que el papá millonetis del chaval aquel del pelo tan raro era un ex-maloso con amnesia.
Jose Mari, mi vecino del primero, gran deportista y buen estudiante hasta que tontamente dejó de serlo, el compañero precoz que nos fue descubriendo la vida en tantas cosas, me comentó luego que de todos aquellos personajes tan raros, los superhéroes, el que más le gustaba era Spider-Man. Por el melodrama, sin duda, aunque él me lo explicó en términos adolescentes, haciendo grandes halagos del personal femenino que aparecía en la serie.
La suerte quiso que mi tercer tebeo Marvel fuera el número 15 de la colección (¿o fue el catorce?), precisamente el momento de relevo entre Steve Ditko y John Romita: la primera historia, la del boxeador llamado Joe, estaba bien, pero la segunda... la segunda de pronto me llenó de angustia, de sorpresa, y curiosamente empalmaba muy bien con el número 18, pues era precisamente el desenmascaramiento de Peter Parker, su captura por el Duendecillo Verde, el repaso a la serie o al menos a los encontronazos entre ambos personajes, y la resolución. Muchos meses más tarde fui capaz de darme cuenta de que eran tres episodios y no dos, como se publicaba casi todo entonces.
Desde ese momento fui un spidermanófilo empedernido. Como lo éramos casi todos, por otra parte. Cierto, nos gustaban también Los Vengadores. Más que Los 4 Fantásticos (aunque el fin del mundo de la llegada de Galactus fuera impresionante). Más aún que Dan Defensor, que en algunos números estaba dibujado por "el dibujante bueno" de Spider-Man.
Poco a poco, porque entonces era fácil encontrar tebeos de saldo, me fui haciendo con toda la colección de Spider-Man. Al principio, imagino que como casi todo el mundo, me rechinó un poco los dientes la estética de Steve Ditko, pero poco a poco fui comprendiendo que ese Spider-Man era infinitamente mejor que el "bien dibujado". Por un error de traducción, curiosamente, durante algún tiempo creí que el dibujante se llamaba Artie Simek, que era en realidad el rotulista.
Uno atesora prácticamente los momentos en que compró el número uno, con aquella portada amarilla, a pesar de que no contara el origen de Amazing Fantasy (eso tuvo que esperar a la reedición en formato revista), y recuerda el momento en que compró, a costa de estar a punto de partirse la crisma al saltar de golpe veinte o treinta mil escalones de la escalera del Piojito, los números 12 y 13: la saga del Planeador Maestro y el momento culminante de Spider-Man atrapado bajo los cascotes y la tía May muriéndose de envenenamiento radiactivo. Leí aquel número en el autobús, camino de casa, un sábado de verano, y recuerdo haberme detenido en la lectura y haber pensado: "Esto es bueno".
En aquella época los tebeos se leían hacia adelante y hacia atrás, lo cual dice muy poco de la importancia de la continuidad. Por adelante y hacia atrás quiero decir que tú podías comprar cada mes o cada-cuando-puñetas-salga el título que te interesaba, pero como te faltaban los anteriores, los leías en el orden que los podías ir pillando, en saldos a tres duros o en reediciones o redistribuciones a cinco.
No les quiero contar a ustedes lo que supusieron las historias de Ditko ni la sorpresa de aquella saga de la tableta de arcilla y su portentoso final. Cierto, con el tiempo uno acaba por reconocer que justo después de aquella historia todo perdió un poco de fuelle (las aventuras con el Camaleón, con el limpiacristales, con el Gibón), pero se recuperó con lo que luego comprendimos que era un homenaje a Terry y los piratas y, sobre todo, con la aventura en la Tierra Salvaje y la saga de los cuatro brazos. Más o menos por entonces vimos por primera vez a Spider-Man en color, la historia de la muerte del Capitán Stacy, en la revista de importación El Tony. Faltaban páginas, la rotulación mecánica y la traducción dejaban bastante que desear (el personaje se llamaba "Hombre Araña", claro), pero el shock de ver cómo eran aquellos tebeos en color (el maravilloso color de puntitos de la época) fue abrir de nuevo el mundo a una gama impresionante de matices.
En algún lugar ya he contado la terrible puñalada de la muerte de Gwen Stacy, cómo nos dimos la noticia de una ventana a otra, incrédulos porque esas cosas no solían pasar en los cómics. Y por si fuera poco, más tarde Gwen resucitó en forma de clon en unas historias magistralmente guionizadas por Gerry Conway donde Peter Parker ya fue más moderno, más parecido no sé si a como queríamos ser o a como creíamos que ya éramos.
Llegó la transición, llegó el "nuevo comic", llegó el comix y la línea clara y la línea chunga y las revistas, y picoteamos de todo aquello y nos sumergimos alegremente en otros mundos y otras estéticas. Olvidamos momentáneamente a los superhéroes hasta que Forum los presentó por primera vez más o menos como tendrían que haber sido presentados siempre. Pero yo nunca abandoné a Spider-Man. Mi placer como lector fue enorme aquella vez que compré un número de Totem (Valentina y Baba Yaga en blanco y negro en portada), y a la vez, en la reedición formato revista, dos historias inéditas del grande, enorme, portentoso Steve Ditko: Spider-Man contra el Duendecillo Verde y los gangsters y Spider-Man contra la Antorcha Humana y El Escarabajo por el amor de Dorrie Evans.
Aborrecimos a Nova, porque considerábamos que era (como en efecto fue) una copia descafeinada de los tiempos pretéritos de Spider-Man, sin saber que en el futuro nuestros rumbos iban a torcerse y ya dejaríamos de sentirnos identificados con aquel personaje que era gafe y era burlón, que vencía y perdía por igual, que ligaba y le daban palos y se escoñaba y pillaba gripes y estaba siempre a la cuarta pregunta y era un adolescente perdido en un mundo de adultos desquiciados. Como éramos nosotros, como todavía somos los que procedemos de aquello.
Hoy, cuando las generaciones más jóvenes se identifican con los personajes oscuros (me niego a llamarlos "héroes"), cuando no son capaces de ver más allá de la violencia y la propaganda reaccionaria el bello valor de la parábola de cuento de hadas que es Spider-Man, la sensación que me abruma es que algo hemos hecho, entre todos, para oscurecer de algún modo los sueños de la adolescencia y de la infancia.
Antes, Spider-Man era nuestro y nada más que nuestro. No era el icono en que se ha convertido ahora. Pero es que antes Spider-Man era Spider-Man, y por eso sigue teniendo mi casa a su disposición, mis estanterías a su cargo, y el reflejo de mis recuerdos en un humilde repaso a su vida y obra, que en tantos aspectos es también la mía.
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