A raíz del penúltimo artículo, me llama mi amigo el que tiene nombre de torero y me cuenta la anécdota, tan jugosa que le pido permiso para reproducirla aquí mismo, con la intención de que comprueben ustedes el ganado con el que nos movemos.
Resulta que llevaba el hombre la tira de tiempo intentando encontrar los cuatro álbumes de El Cid, esa obra maestra que hizo para Trinca Antonio Hernández Palacios y que luego reeditó y continuó Ikusager en cuatro tomos. Está mal que yo lo diga, pero la estética de El Cid estuvo muy presente en la redacción de mi Juglar, porque en todo el libro busqué acercarme a esas texturas y esa atmósfera que tan bien recreaba el autor del, por otra parte, también recomendabilísimo "Manos" Kelly.
A lo que iba: mi amigo escudriña aquí en la red y encuentra en una librería online (librería de viejo, intuyo) donde están disponibles los cuatro libros mencionados, y a buen precio. Los encarga tan contento, y a esperar que le lleguen por correo o por mensajero.
Y al día siguiente, chúpate la minga, lo llaman de la citada librería de viejo online. Una señora o señorita porque ella quiere, y le viene con voz dubitativa y quejumbrosa y hasta con temor a meter la pata a decirle, mire usted, que tenemos aquí un pedido de cuatro libros de El Cid de su parte. En efecto, señorita, le dice mi amigo. Y la señorita le dice que bueno, ejem, verá, que no sabe, no está segura, no discierne si mi amigo sabe lo que ha comprado, porque, ejem, mire usted, es que son libros infantiles.
Imagino que la cara de mi amigo le llegó al suelo. Que sí, mire usted, anónima señorita al otro lado del teléfono, comprenda usted que si yo le pido los libros de El Cid, de Antonio Hernández Palacios, editados por Ikusager, es que sé perfectamente lo que pido.
Es que son libros infantiles, contraataca la otra. Que lo dice el ministerio de Cultura.
Y mi amigo imagino que también mandó un poco más pallá del carajo al ministerio de Cultura, a la ministra de Cultura, a Agatha que la viste, al imbécil que catalogó El Cid como una obra infantil (siendo, como es, una de las mejores historietas que jamás se han parido en España, y que de infantil tiene más bien poco), al desprecio al medio y a la profesión, y a la librería que cuida tan bien de los intereses de sus clientes, no vaya a ser, cachis, que no se den cuenta que no están pidiendo un libro de estudio serio sobre la figura del mito, sino un tebeíto de mierda con colorines psicodélicos.
Esa es, amigos míos, pese a lo que queramos creer y lo mucho que nos quieran vender la moto optimista desde otras bitácoras, la situación de la historieta en nuestro país. Una cosa estúpida e infantil que hasta da vergüenza vender a las librerías de viejo.
¿Qué será lo próximo? ¿Poner a una monjita que nos de cosquis en la sección de videos subidos de tono?
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