Vivo en una calle en cuesta. La gente estaciona o aparca el coche donde le da la gana (yo incluido), normalmente para subir y bajar personas o enseres. Un momentito nada más, la mayor parte de los casos.
Salgo de casa y me encamino a la esquina. A menos de un metro de la esquina, zas, ocupando más de media acera (cosa que yo no hago nunca) una furgoneta blanca, enorme, sin conductor.
Estoy solo en la calle, así que para que no me atropellen por bajar de la acera (el semáforo se acaba de poner en verde y ya estoy escarmentado de coches con disco incorporada y de majaras a la moto), pues hago lo que hace todo el mundo: paso por el metro escasito que me deja la furgoneta, sin necesidad de rozar contra la pared.
Acabo de llegar al retrovisor de la furgoneta (o sea, no me queda ni medio metro para salir al otro lado), cuando aparece delante de mí un señor mayor. Digo lo de señor mayor porque tiene el pelo blanco, aunque parece más en forma que yo (cosa que, está mal que yo lo diga, es la mar de fácil).
Ahora viene mi duda razonable: puesto que me queda medio metro para llegar al final del coche y la libertad, ¿no es más razonable que él de medio paso atrás y me ceda el paso?
Entonces el señor me sonríe de ese modo fanfarrón que sonríe alguna gente entrada en años, y me niega con el dedo índice de la mano derecha y me dice que tire para atrás.
De ninguna de las maneras cabemos los dos por tan estrecha abertura, así que, como soy un chico obediente, tiro para atrás y recorro los cuatro metros de furgoneta, hasta que le cedo el paso yo.
Y el señor del pelo blanco que está más en forma que yo, cuando pasa por mi lado, me sonríe de esa forma fanfarrona que sonríe alguna gente y me dice que a ver si aprendo, que él tiene la preferencia porque va por su derecha.
No sé qué me molesta más. La estupidez de considerar que soy un coche o que no reconozca que le he dejado pasar porque soy más educado que él (o eso pienso; un minuto más tarde, me contradigo ipso facto: lean el título).
Y mientras el señor del pelo blanco y la sonrisa impertinente sigue su camino y pasa por delante de mi portal (no tengo la culpa, no, de vivir en un portal que queda a mi izquierda según subo y a mi derecha según él baja), le digo que no, que le he dejado el paso porque he querido, por respeto a su edad y a sus canas.
Y él se vuelve y me insiste en que va por su derecha. Y entonces ya me cabreo, y le digo que lo lógico, puesto que yo había llegado antes y me faltaba medio metro para remontar la puñetera furgoneta que es la que tiene la culpa de todo por estar donde no debe, es que hubiera pasado yo primero.
Y él me insiste, ya a diez metros más abajo, pasado mi portal, con esa sonrisita insoportable, lo de la derecha.
Le digo a voz en grito que somos personas, no coches. Y él ni flores.
Y entonces ya no tengo más remedio, también a voz en grito, que mandarlo al carajo.
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Categorías: Las aventuras del joven RM