No me digan que, en el fondo, no corren buenos tiempos para la sátira. O sea, que nos hemos convertido sin comerlo ni beberlo en un país de bobos cachondeables. Imagine usted que va por la calle, apurado por no pisar la caquita de los canes ni la propaganda política arrojada a las aceras como si tal cosa, y una bella señorita o un amable mancebo le preguntan así a bocajarro qué opina usted de la fusión del átomo de hidrógeno, de la reproducción del cangrejo kossovar, tan en peligro, de la preponderancia de las consonantes nasales entre las tribus Ngé o la importancia intrínseca de la paradoja de Nash, y usted va y contesta y lo apuntan y luego hacen cuentas y lo sacan por la tele en horario prime time, como si lo que usted pueda saber de estas cosas fuera a misa y resultara impepinable.
Pues lo mismo, más o menos, con eso de elegir al español más importante de la historia. Lo de menos es que salga Juan Carlos I, que a fin de cuentas tiene un sitio más que asegurado en la memoria del futuro: lo absurdo es que se parta del concepto equivocado de que semejante propuesta es algo pesable, medible y comprobable. No sólo lo que no es historia no es historiable, sino que la historia necesita distancia: lo que pasa hoy será historia cuando lo analicen desde el mañana, no desde el ahora mismo, quienes lo tienen que estudiar: los historiadores, no los aprendices de estadísticos en un muestreo a pie de calle. Y si encima ya mezclamos a políticos, descubridores, escritores de antaño y de hogaño, deportistas y hasta folclóricas, la pamplina del show business por el show business está asegurada. Lo cual, dicho sea de paso, no tendría ninguna trascendencia si no se quisiera hacer pasar esta encuestita por una verdad trascendente que durará hasta que entren los anuncios y cambiemos de canal.
Como no escarmentamos, ahí va otra cadena de televisión planteando una encuesta muy parecida, esta vez por sms, y ya se ven enfrentados Camilo Sesto, María del Monte, Angel Nieto y el mismo rey Juan Carlos. No me imagino yo a la numerosa familia real votando con los móviles por el abuelo, pero ya sabemos que los clubes de fans son una cosa terrible que pierde todo atisbo de objetividad y entiende lo mismo de canciones que de trajes, que de leyes y justicias, simplemente porque el objeto de sus amores es lo más grande que ha parido madre.
Los males de nuestro tiempo están, cada vez más, centrados en la educación y en el acceso de los deseducados a puestos donde puedan asomar sin rubor el pelo de la dehesa. De un tiempo a esta parte, se propaga, quizás gracias a internet (maravillosa herramienta, por otra parte) el estúpido concepto de que todas las opiniones son iguales. Miren ustedes, no. Mi médico sabe de medicina y mi asesor fiscal de cuentas, y cuando tengo un problema de un tipo no voy precisamente a consultarle al contrario, que ya sabemos que ni con la salud de uno ni con la agencia tributaria se juega. Confundimos también “opinión” con “hecho”, y ambos con “gusto” o “preferencia”. Y encima perdemos de vista todo respeto por el pasado y creemos que el mundo, la historia, el cine, la política y la música empezaron con nosotros, y por eso nos da por comparar sin ningún tipo de perspectiva lo que conocemos, porque la casualidad histórica nos ha plantado donde nos ha plantado, con lo que desconocemos o conocemos de oídas. ¿Era más guapa Simonetta Vespuci que Marilyn Monroe? ¿Mejor marinero Colón que Thor Heyerdal? ¿Actuaba mejor Richard Burbage o Laurence Olivier? La respuesta no es qué más da, sino a quién le importa. Hay asuntos que no se pueden decidir, que no se pueden elegir, y por fortuna hay otros que, con todo, porque para eso existe la cultura y el acceso a la cultura, son disfrutables y admirables sin necesidad de convertir la vida y la historia en una carrera de caballos.
Que país. Con la misma fiabilidad podríamos centrar el debate en si el afamado e histórico culo de Telethusa, la más famosa de nuestras puellae gaditanae, podría competir con el de Elsa Pataky.
(Publicado en La Voz de Cádiz el 28-05-07)
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