Como el maestro Umbral, mismamente. Ayer a mediodía, maldiciendo para mis adentros el pantaloncito corto y la camisetita celeste porque hacía un frío incómodo que barruntaba la lluvia de mañana. En la panadería, en la cola, una chica con síndrome de Down (lo que antes llamábamos mongolita o subnormal, aunque me parece que sin tintes despectivos). Va delante de mí, y delante de mí pide su pan, paga y se marcha. La panadera (bueno, la chica que sirve el pan), la llama y le dice que se ha olvidado la vuelta. Ella se ríe, recoge su vuelta y se va.
Me llama la atención que habla y se expresa y se mueve perfectamente, con una soltura endiviable. No puedo adivinar su edad: ¿veintipocos años? ¿Treinta a lo sumo? Se marcha de la panadería, pido mi pan (no, esta vez no me equivoco en el cambio, pero me pasa de continuo: la panadera --la chica que sirve el pan--, también necesita echar mano de la caja registradora para calcular cuánto vale una barra y dos bagetinas).
Luego, cruzo la calle por donde es más peligroso y me gasto cuatro euros y medio en El País y La Voz (todo sea por las tacitas de Forges). Al volver a cruzar la calle en sentido inverso y por ese mismo sitio peligroso, me encuentro a la misma chica de antes, agazapada en la esquina, al socaire, apoyada en la pared.
Se está fumando un cigarrillo, comprendo inmediatamente que a hurtadillas. Lo termina, lo aplasta con el pie, y continúa su camino, de vuelta a casa. Ese gesto subrepticio, tan adolescente, me llena de pronto de ternura.
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Categorías: Visiones al paso