Fue toda una moda a finales de los años sesenta y principios de los setenta. Lo sé porque yo estuve allí. Lo sé porque a mí me encandilaba esa propuesta. Lo de los ovnis, la verdad, siempre me ha dejado un poco frío: a fin de cuentas una lucecita perdida en el cielo puede ser casi cualquier cosa. Pero estas teorías tenían su no sé qué de diferencia. Y a poco que leías y te informabas sobre el tema, creías ver que no podía por menos que ser verdad. Unos entes extraterrestres habían visitado a la humanidad en el pasado, y habían dejado su obra tallada en piedra, quién sabía si no habríamos sido, los humanos, el producto residual de algún experimento que lo mismo les había salido bien y todo.
Erich Von Däniken fue el líder de ese movimiento, con sus libros "Recuerdos del futuro" y "Regreso a las estrellas". Luego, recientemente, él mismo se ha echado para atrás y ha reconocido ser un farsante (¿o no será más bien que alguien o algo lo ha amenazado para que no abra más la boca?), pero las teorías tenían su miga, y las pruebas "históricas" que señalaba eran abundantísimas y siempre te dejaban perplejo. Los mapas de Piri-Reis. Las llanuras de Nazca. Las pirámides de Egipto y sus primas gemelas del otro lado del Atlántico. Los supervivientes de la Atlántida. Los extraños dioses mayas e incas y sus poses y sus cascos que recordaban a los astronautas contemporáneos...
Había material para escribir libros de ensayo. Había material para escribir novelas de ciencia ficción a mansalva. Y había material para hacer unos tebeos donde las pruebas cientifistas de eso que se dio en llamar la exohistoria pudieran dar rienda suelta a la imaginación.
Y el autor visual que más imaginación tenía de todos era ni más ni menos que el Rey, Jack Kirby.
Jack había salido de Marvel un poco por la puerta falsa, para irse a la Distinguida Competencia a hacer unos tebeos excesivos, grandilocuentes, por desgracia un poco sin pies ni cabeza: Kirby era un diamante en bruto y entonces quizá no supo pulir demasiado el macrocosmos que de buenas a primera se le plantó en la cabeza. Ya se sabe que, además, en DC no jugaron demasiado limpio con él (lo de cambiarle las caras de Supermán y pegarle otras encima me sigue pareciendo aberrante), y al final el Rey regresó al imperio que él mismo había ayudado a fundar, a su casa, a Marvel.
Y lo hizo en plan figura, haciendo borrón y cuenta nueva, aislándose de los títulos que había ayudado a levantar (porque Jack sin duda era un caballero y no quiso quitarle el pan a quien ahora lo ganaba en esos otros tebeos), y se lanzó de cabeza a producir series que, apartadas de la continuidad Marvel, eran tan fuertes que tuvieron que ser incluidas luego en ella.
Conceptos como los Eternos, los Celestiales y los Desviantes aúnan no sólo la mitología clásica con las teorías de extraterrestres ultapoderosos de moda, sino que también casan con los recursos típicos de los comics que ya Kirby y Lee habían explotado con personajes como Thor o Hércules o con razas como los Kree o los Skrull o los Inhumanos.
Kirby estaba aquí como pez en el agua. Este título de los Eternos le permitía hacer lo que siempre había hecho, pero a su gusto, sin ataduras, o eso parecía. Dioses rubios y demonios repulsivos, padres airados e hijos heroicos, la humanidad boquiabierta en la balanza entre esa lucha cósmica que venía de la eternidad y se alejaba hacia el infinito. En cierto modo, con Los Eternos Kirby reinventa el Universo Marvel otra vez, retoma de nuevo el Cuarto Mundo y hace un tebeo colosal, pétreo, hiperbólico, un macrocosmos grandioso cuya complejidad escapa a los convencionalismos de los comic-books. Si ya en su producción anterior se notaba un acercamiento a la ciencia ficción y a algunos postulados de Arthur C. Clarke (y no es ocioso recordar que Kirby fue el autor de la adaptación de 2001 odisea del espacio y su continuación en los tebeos), también había habido una sabia mezcla de mitos hebreos y cristianos que ahora se difuminaban con los kukulcanes y amonrás de otras culturas y otras mitologías.
Fue una época fascinante, y Kirby era aún consciente, a su edad, de que podía sorprender con cada página, como sorprendían aquellas fotos de Erich Von Däniken y sus carros de oro y sus dioses-magos venidos de las estrellas que habían dejado el tesoro de sus rasgos extraños y sus enigmas tallados en piedra.
Quizá todas aquellas teorías fueron mentira, pero sirvieron al menos para que esa bella ensoñación pseudohistórica tuviera su bardo en unos tebeos hechos con cuatricromía, lápiz y tinta china. Y sobre todo mucha, mucha entrega.
Comentarios (12)
Categorías: Historieta Comic Tebeo Novela grafica