Está el centro comercial a tope, con gente que abarrota los pasillos y va a lo suyo, esquivando carritos de la compra en un sentido y en otro. Donde de pronto se ensancha, un tenderete que todo el mundo evita y, delante del tenderete, una señorita de buen ver que pregunta a cinco metros de distancia, con voz moranquera: "Oiga, ¿en casa tienen costumbre de leer?".
Y te lo dice así, la tía, con ese tonillo entre el desparpajo, el desprecio y el no comprender exactamente qué puede ver la gente en los libros. Con la misma cara, el mismo cuerpo y el mismo tono de voz que echa para atrás podría haber preguntado si practico la coprofilia, o colecciono bolitas de alcanfor, o gotitas de sudor.
Veo que representa nada menos que al Círculo de Lectores, la empresa de donde me he borrado dos veces: la primera, porque el amable ditero que venía cada mes desapareció; la segunda, porque el menos amable ditero montó en cólera porque nunca pedía libros (sé que se fue con la idea de que eso de los libros era para mí una cosa rara, como para él la coprofilia, las bolitas de alcanfor o las gotas de sudor); el pobre, nunca pasó de la puerta de casa hacia el pasillo.
Me irrita la pregunta, el tono, la pose, la mirada, lo que imagino (porque sé que lo imagino) detrás de tan torpe estrategia. Y me salta el automático y le contesto como siempre contesto cuando quiero largarme de estrangis y no hacer caso a quien me aborda. En inglés, haciéndome el guiri, con mi pinta, como si no entendiera nada y por tanto los hábitos de lectura que pudiera tener escaparan de su misión de captadora de incautos.
Mi mujer, luego, me echa la bronca.
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