El dinero no hace la felicidad, dicen. Tampoco asegura una buena película. Supongo que los fans aceptarán que Spider-Man 3, la película más cara de la historia, no es ni por asomo la mejor adaptación de un cómic a la pantalla... ni una buena película.
Un despropósito aburrido, larguísimo, remata la trilogía que ha aupado a Sam Raimi a la primera división de directores de alto copete. La sutileza, desde luego, no es la característica de esta película, donde los personajes principales, ya algo cargantes en las entregas anteriores, se vuelven aquí directamente insoportables: a pesar de que apenas sale dos escenas, esta Tia May sentenciosa y pasada de moda vuelve para decir lo mismo que dice siempre; Mary Jane vuelve a decir las mismas frases y a tener los mismos traumas que tenía siempre; Harry Osborn dice y hace lo mismo que antes; y Peter Parker... vamos a ver, eso que sale en la pantalla no es nunca Peter Parker. Peter Parker puede tener mala suerte (lo que tiene, en realidad, es conciencia), puede ser serio y hasta aburrido como role model de los tiempos que corren, pero desde luego lo que no es es gilipollas. Aquí Tobey McGuire se limita a poner cara de bobo media película (¿o será que esa es su cara?), y a echarse el flequillo hacia adelante y a ponerse sombra aquí sombra allá en los ojos cuando se las da de malo... y hace soberanamente el ridículo las dos veces. Menos mal que el muñeco actúa cada vez mejor, aunque insistan una y otra vez en romperle la máscara para que nos creamos que el enclenque actor es quien hace las piruetas y todos los demás efectos.
Hay dos partes muy claras en esta entrega final: las aburridas y las que cuesta trabajo ver. Las aburridas, ya les digo, están llenas de primeros planos de caras muy tristes (a todo el mundo se le saltan las lágrimas en esta peli) y de conversaciones que aburren a Dios, a su madre y a mis hijos, donde no pasa nada de nada y donde la trama se hunde. Luego está el dinero invertido y la creatividad de los equipos técnicos y ahí se sueltan el pelo, como Peter, y aunque ya digo que la velocidad de las tomas impide muchas veces ver bien qué coño está pasando en la pantalla, al menos uno nota que es una batalla de superhéroes en el aire tal como, más o menos, hemos visto siempre en los tebeos las batallas de superhéroes. Si hasta ahora el principal handicap de este tipo de películas era que las peleas siempre conservaban la horizontalidad, aquí vemos la verticalidad y la tridimensionalidad de las caídas y los puñetazos. Y además Spider-Man ya no parece un muñequito de play-station.
El mejor sigue siendo J. Jonah Jameson, completamente desaprovechado una vez más (confieso que a mí también me pone Betty Brandt; me gusta esa chica desde que se la ligó di Caprio en Atrápame si puedes). Aparece el capitán Stacy, pero lo mismo se podría haber llamado Matute (¿alguna vez han visto ustedes a un capitán de policía americano vestido de uniforme con botones de latón; ¿es que Raimi no conoce a Furillo?); y una rubia más o menos de buen ver que dicen que es Gwen Stacy pero que, con los ojos pelín extraños que tiene, más recuerda a la Gata Negra, fíjense ustedes.
Ah, a Mary Jane la secuestran al final oooootra vez. Y canta. Con una cara tristísima, por cierto. Y Peter-cuando-es-malo le chafa la actuación, como si imitara a Jim Carrey. Al final, cuando todas las aguas vuelven a su cauce, canta la misma canción final de Marilyn Monroe en Con faldas y a lo loco, detalle cinéfilo que no viene a cuento. Pero es que tiene su miga intentar ser actriz y cantante y cantar canciones taaan antiguas, hija.
La película tiene tantos huecos que analizarlos es tarea imposible: se nota que el propio Raimi hace el guión, porque si no no se entiende que hayan podido comprarlo y gastarse una pasta. A la manera de las pelis de Batman, donde los enemigos se multiplican a medida que van perdiendo interés, aquí tenemos tres villanos: Harry Osborn, El Hombre de Arena, y Venom. Más el simbionte, dicen, aunque jamás queda claro si es que a Peter se le cruzan los cables como se le cruzaron en la segunda a la hora de perder sin motivo los poderes, o en efecto está poseído: Tobey se lleva la mano a la camisa para que nos acordemos de que debajo lleva el traje negro y eso es todo... pero cuando el simbionte se apodera de Eddie Brock (en una escena tan traída por los pelos que da grima), bien que vemos que es el chapapote el que lo cubre y le cambia hasta los dientes.
Respecto a la inclusión de El Hombre de Arena, hay que atribuirle el mérito de que la escena en que se recompone por primera vez es la mejor de toda la película (aplauso de los chicos de FFXX), pero habría que recordar que nuestro amigo Flint no es ni La Momia ni It the Living Colossus, y que esas exageradísimas alteraciones de tamaño, por mucha arena de obra que utilice (que imagino que es lo que hace), rompen la ya difícil credibilidad del personaje; que yo recuerde, tampoco vuela. Raimi lo utiliza, y me parece que lo utiliza bien, al atribuirle la muerte del tío Ben, enmendando así gracias a él el error de la primera película: todos sabemos que Spider-Man entregó al asesino, no lo mató más o menos por accidente, y aquí el diálogo final nos reconcilia un tanto con las motivaciones del personaje.
La película resuelve bien el conflicto con Harry Osborn, a quien devuelve cierta nobleza perdida.
Sale Stan Lee, oh, sorpresa.
Imagino que quien debe estar tirándose de los pelos es Topher Grace, quien al haber aceptado el papel de Venom pierde las posibilidades de heredar el de Peter Parker para nuevas entregas en la reinvención de la franquicia, porque parece mucho más Peter Parker que Tobey McGuire. O es que, claro, Tobey McGuire no ha sido Peter Parker, ni Spider-Man, nunca.
Comentarios (104)
Categorías: Cine