Se cachondean de mí, siempre, los amigos que vienen a verme a casa y a los que hago casi siempre pagar el precio de leer una paginita de lo que estoy escribiendo. Se me sientan aquí donde yo estoy sentado ahora, les pongo el texto en pantalla, y el primer comentario es, invariablemente: "¿Pero todavía escribes tú con esto?".
"Esto" es el WP51 para MS DOS, creo, un programa antiguo como la retórica de nuestros padres de la patria. Un fósil de esto de las letras de fosforito. Cuando todo el mundo usa programas más exóticos y modernos, yo me aferro a ese viejo utensilio. Porque me da, les digo, rapidez para escribir.
Convencí al menos a Juaki Revuelta para que hiciera la prueba. Y parece que lo convertí. A regañadientes, Victor Anchel (que es manzanero) ha mercado por ahí otro procesador de textos que no tiene filigranas chachipirulis ni justifica márgenes ni te avisa de que te estás escoñando una uña cuando tienes que usar el meñique al pulsar Ctl Alt asterisco.
Y resulta que parece que tengo razón: que para escribir una novela o un relato donde uno tiene que estar sumergido es en la novela o en el relato, no en que te quede cuadradito el texto, el cuerpo de letra sea legible, los márgenes se centren solos y la ortografía se corrija por su cuenta (trabajo que, además, tendría que ser siempre nuestro). Todos esos detalles se pueden arreglar luego, al convertir el texto e imprimirlo y presentarlo.
Ayer hice la prueba de escribir un capítulo de mi nueva novela en Word. Y, sí, queda más bonito. Pero tardé toda la mañana y toda la tarde en redactar cuatro míseros folios, atento a las pijaditas del puñetero programa que se cree capaz de escribir por uno mismo.
Dicen que tito Stephen King, por eso mismo, odia los ordenadores y escribe todavía a máquina.
Pues eso: para escribir, algo que no te desconcentre de lo que escribes. Que lo que más se utiliza en este oficio está sobre los hombros.
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